Los papeles de Aguinaga
Los papeles de Aguinaga
En el escritorio de mi ordenador tengo una carpeta titulada Los papeles de Aguinaga. Incluye algunos documentos facilitados por el ilustre periodista y maestro, fallecido la tarde del Sábado Santo, a los 99 años de edad según los comunicados de la prensa (García de Tuñón me insiste en que tenía 98), y resúmenes de nuestras conversaciones durante mis dos últimas visitas a su casa-biblioteca, en el verano de 2017 y en noviembre de 2018, antes de que comenzara a entregar su archivo (en el pasado octubre, por ejemplo, donó al Museo Municipal de Historia, de Madrid, de una colección de algunos documentos, ante la presencia del actual alcalde, Martínez Almeida, y del que también fuera regidor José María Álvarez del Manzano).
Mi relación con Aguinaga, y su familia, se remonta a mi época de estudiante de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información. Son pocos los periodistas actuales que no han pasado por el aula del profesor Aguinaga. Como delegado de grupo, a los que acostumbraba a dividir sus clases, asistí a un encuentro en su casa de la Ciudad de los Periodistas. Por aquel tiempo, hice mi primer año de prácticas, como meritorio, en el diario Arriba, en el que él trabajó allá por los años cuarenta del pasado siglo, donde coincidí con su esposa, Manolis, de la que recuerdo especialmente su cariñosa acogida a cuantos empezábamos en esta maravillosa profesión, y la no menos cariñosa necrológica que Jaime Campmany le dedicó en ABC, tras su fallecimiento. Y, más adelante, he tenido de compañero al benjamín de sus hijos, Santiago, en la sección de Reporteros de El Alcázar.
Mi dos últimas visitas a su casa fueron como consecuencia de mi trabajo sobre el juez Eduardo Iglesias Portal, protagonista de mi libro Iglesias Portal, el juez que condenó a José Antonio, editado por Actas en septiembre de 2019, con prólogo de Enrique de Aguinaga. Según José María García de Tuñón, Aguinaga fue el autor que más ha escrito de José Antonio entre libros, artículos y ensayos.
Los papeles de Aguinaga (comprenderá el lector que no desvele la totalidad del contenido de esta carpeta), incluyen algunos de los asuntos que interesaban al periodista. Una revisión rápida del contenido del archivo me lleva de nuevo al tema Iglesias Portal, que ocupó en su día el tiempo y el trabajo del profesor, subrayando que su amistad con José Luis Sáenz de Heredia lo mantuvo al día, en los planes del cineasta, para llevar al celuloide un trabajo sobre su primo José Antonio. Y la decepción con la familia de Iglesias Portal, de quien únicamente Sáenz de Heredia quería un testimonio sobre el abrazo entre el magistrado y el fundador de Falange Española, que desaprobaron las hijas del magistrado. También de las gestiones de Pepe Gárate, en México, con Leonor Sarmiento, presidenta del Ateneo Español, y con el licenciado F. Javier Gaxiola, presidente de la Academia de Jurisprudencia de aquel país, quien conoció a Iglesias Portal.
Ameno, divertido, algo socarrón, no dejé escapar la oportunidad para hablar de periodismo y de periodistas «¿Que cómo era César González Ruano?» –me dijo para contestar a mi pregunta–, y respondió: «¡qué gracia! ¿Cómo es Aguinaga…? Pues era el periodista que mejor adjetivaba… todo un personaje…» Nacía mi curiosidad por la lectura de un libro de Marino Gómez Santos sobre González Ruano. Y me expresó su admiración por Sánchez Silva, Ismael Herráiz, la redacción de aquel diario Arriba, el maestro Rafael García Serrano… y me manifestó su amistad con José María García de Tuñón, con Antonio Izquierdo y, en varias ocasiones, reconoció que Luis María Ansón jamás lo censuró, que le dio libertad para escribir y le dejó publicar lo que quiso, aunque no fuera de su agrado o aunque el artículo fuera contrario ideológicamente a lo que Ansón pensaba. Tengo anotado que la figura de Luis María Ansón fue varias veces ensalzada durante mis encuentros.
Hablamos también de personajes como Salmón Amorín, ministro joven de la Segunda República, fusilado en Paracuellos cuando no había cumplido los 36 años, y hablamos de Miner Otamendi, el periodista bilbaíno que nos ha dejado algunos interesantes trabajos sobre el Madrid de los años sesenta del pasado siglo.
Aguinaga era joseantoniano y franquista. Como quien te enseña una reliquia, me dio copia de una galerada del diario Arriba, que conservo entre mis papeles. Se trata de un artículo firmado por Mac Aulay, el pseudónimo utilizado por Francisco Franco para sus escritos sobre temas internacionales. El artículo fue tachado por la censura oficial del régimen. ¿Y qué pasó?, le pregunté… «pues nada, que se publicó. Era mejor esperar la multa del censor que la reprimenda de El Pardo»
Le fascinó la intervención de Vernon Walters con el Caudillo, cuando enviado en secreto por Nixón, el ya exsecretario de Estado norteamericano, y sin conocimiento de Henry Kissinger, que entonces ocupaba su cargo, se acercó a España para entrevistarse con el Generalísimo e inquirir la opinión de éste en un futuro que deseaba no cercano. Franco, que no necesitaba muchos datos para interpretar la actuación, respondió que tras su muerte, España tendría una democracia al estilo de las occidentales, tan del gusto de los norteamericanos, ingleses, franceses… con drogas, prostitución, paros etc, pero que no habría problema porque él lo dejaba todo controlado. Walters interpretó, entonces, que el control lo ejercería el ejército y se lo preguntó a Franco, a lo que éste respondió que no, el control lo ejercería la clase media que él había creado, sobre la que descansaría el peso y el precio de esa nueva sociedad. Aguinaga investigó sobre esta visita de Walters, incluso en los protocolos de la Casa Blanca, pero no encontró rastro de la visita que, más adelante, haría pública el propio Vernon Walters.
Pero, especialmente curioso para Aguinaga fue cuando me comentó que Franco tenía desde muy al principio de la guerra el plan de futuro perfectamente concebido: decía Aguinaga que Franco soltaba sus intenciones en pequeñas dosis, y no hacía pública una de estas dosis hasta que los efectos provocados por la anterior se hubieran disipado o asimilado. Franco quería la restauración de la monarquía parlamentaria borbónica, pero no podía avanzar nada porque los fundamentos ideológicos del Movimiento eran la Falange, republicana por definición, y el Carlismo, monárquicos de la línea legitimista. Y me advirtió Aguinaga: Franco fue entrevistado por Juan Ignacio Luca de Tena para ABC de Sevilla, entrevista que se publicó el 18 de julio de 1937. Ese día era domingo. En la hemeroteca virtual de ABC, en la colección escaneada, no figura esa entrevista. La colección escaneada y digitalizada salta del sábado 17 al lunes 19… ¡curioso, curioso!
Con Aguinaga el tiempo era un flash. Entre las atenciones de Rosa, la persona que se encargó de cuidarlo los últimos años, le espeté una pregunta tópica, pero no siempre bien aclarada: «Don Enrique, ¿qué pensaba Franco de los falangistas?», y me respondió contándome la anécdota ocurrida con motivo de la inauguración de las sedes nuevas de los diarios Ya y Arriba. La redacción del primero estaba en la calle Alfonso XI y se trasladó a la calle Mateo Inurria. La fiesta de inauguración fue todo un acontecimiento, al que asistieron Franco y siete de sus ministros, obispos y altas jerarquías y personalidades. Dos horas de visita, una en el despacho del director. Después vino la inauguración de la nueva sede de Arriba y la prensa del Movimiento. El periódico pasó de su redacción en la calle Larra a la del paseo de la Castellana, sede del Catastro. Se preparó una gran recepción para el Caudillo, pero a la inauguración no asistió Franco. Arriba era el periódico del régimen, pertenecía a FET y de las JONS. En Arriba pensaron que tenían asegurada la presencia del Generalísimo, pero no fue así.
Como cada Navidad, Enrique de Aguinaga enviaba a sus amistades un tríptico familiar, en el que nunca faltaba su recuerdo para Manolis, y para sus hermanos, hijos y nietos, y felicitaba con este personal sistema las Navidades. Por mi despacho tengo unos cuantos, de los que no quiero desprenderme. También su felicitación por mi libro La Prensa en Asturias 1800-1950, cuyo ejemplar le hice llegar sabiendo que era uno de los temas que siempre le gustaban a este periodista que me contaba con cierta dosis de emoción, cuando se estrenó como maestro, en tierras gallegas, compartiendo en la Lareira, un cuenco de leite con castañas, y carne de cerdo. Eran, aquellos tiempos lejanos cuando un bachiller, con un examen, podía dedicarse a la enseñanza, como él hizo.
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