Pla, el cronista de la República
Josep Pla fue un republicano moderado entre extremistas. A veces se le ha condenado porque la verdad que él contó no era «la verdad» que muchos deseaban leer y transmitir. Nos ocurre con la llamada memoria histórica.
Publicado en El Debate (6/FEB/2024), y posteriormente en El mentidero de la Villa de Madrid (8/FEB/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
De vez en cuando traigo a esta página a admirados escritores en su reflejo político. Josep Pla, como se dice de Borges, es él mismo toda una literatura y no sólo por las más de treinta mil páginas que conforman los cuarenta y siete volúmenes de sus Obras completas. Dijo de sí mismo: «Yo he vivido muy poco. He vivido la literatura. La vida es más complicada que la literatura».
Interesándome todo Pla, destaco al Pla cronista que vivió el alumbramiento de la Segunda República y siguió sus pasos hasta las vísperas de la festividad de San Camilo de 1936, el 18 de julio. Pla fue uno de los más inteligentes y avisados periodistas españoles. Asistimos hoy a una versión a menudo edulcorada y no objetiva de la Segunda República, y resulta interesante conocer cómo la vio uno de sus más agudos observadores.
Llega Pla a Madrid, enviado por La Veu de Catalunya, en abril de 1931 en vísperas del advenimiento de la República. Amanece en la capital de un Reino que se deshace. Mientras Pla desayuna, en la consulta del doctor Marañón se reúnen el conde de Romanones, ministro de Estado en un Gobierno que el día anterior había presentado su dimisión al Rey, y Niceto Alcalá Zamora, exministro de la Monarquía, futuro jefe del Gobierno provisional y primer presidente de la República nonata. Pactan la salida de España de Alfonso XIII con la única condición de que no hubiese riesgo para su persona.
Anota Pla que incluso los periódicos ligados al republicanismo dan importancia a los resultados de las elecciones municipales del día 12 pero asumen «que unas elecciones municipales no se pueden tomar como plataforma para un cambio de régimen». «Se ha de esperar a las elecciones generales», recoge Pla de los periódicos que tiene sobre la mesa junto al café con leche. Fernando de los Ríos, en la mesa de al lado, comenta radiante que «antes de dos años estará implantada la República». La negociación en la consulta del doctor Marañón no la conocía ni Fernando de los Ríos que no muchas horas después sería ministro de Gracia y Justicia.
Nuestro escritor reúne en 1933 sus crónicas desde el 14 de abril de 1931 hasta mayo de 1932. El libro se titula Madrid. El advenimiento de la República. Son algo más de cincuenta crónicas. En 2006 se editó un tomo con sus trabajos periodísticos de 1931 a 1936. En una de las últimas crónicas de esa serie, Pla escribe: «España va hacia el abismo». La guerra civil llama a la puerta.
Pla nos narra aquellos primeros momentos republicanos. Relata con gracejo como Miguel Maura tiene que llevar a empujones a Manuel Azaña hasta la Puerta del Sol para tomar el poder a media tarde de aquel 14 de abril. Cuenta Pla que, llegados al Ministerio de la Gobernación –hoy Presidencia de la Comunidad–, Miguel Maura telefonea a todos los gobernadores civiles presentándose como ministro de la Gobernación del Gobierno Provisional de la República. Y cesándoles. Uno a uno los gobernadores, «con voz temblorosa y tal vez indignada» –testifica el cronista– se limitan a contestar «bien, señor ministro». Pero –como señala Pla– Miguel Maura no tenía título legal alguno para actuar como ministro y en nombre de un Gobierno que no existía. No resulta extraño que Azaña, jurista y funcionario del Ministerio de Justicia, sudase intranquilo y se resistiese a tomar el poder de esa manera. El 14 de abril se estaba produciendo un golpe de Estado en medio de la cobardía generalizada de unos y la audacia mentirosa de otros.
Pla escribe sobre la República desde su albor a las vísperas de la guerra, espectador del alumbramiento de un régimen por la impropia vía de unas elecciones municipales que, además, sus candidaturas habían perdido. Pla venía de ejercer la corresponsalía en París y creyó que le juste milieu podía ser importado. Pero la República Española no buscaría el justo medio sino los extremos. Algunos partidos republicanos se vieron desbordados a su pesar, y otros se acomodaron sin forcejeo acuciados por un socialismo en el que el sector más radical ganaba protagonismo, y por un comunismo que se miraba en el espejo de la revolución rusa. Desde el principio de la experiencia republicana la moderación quedaba en las orillas y los extremismos lo arrasaban todo. Como ocurre ahora.
Con las iglesias ardiendo Pla anota: «En la Gran Vía la Guardia Civil a caballo, mano sobre mano». Nadie apaga los incendios. En Madrid se dice: «Qué hermosa era la República en tiempos de la Monarquía». Sobre la efectividad de los dirigentes escribe Pla: «Los grandes genios del republicanismo se las verán y se las desearán para asegurar la circulación de los tranvías».
Pla vive aquella realidad de varios atentados diarios. «Ahora si no hay dos o tres cadáveres parece que no pasa absolutamente nada», escribe en una crónica. «Tres muertos... –dice la gente–. Pse... Bueno... Aún podría haber sido peor...». A esto lo llama Pla «enorme relatividad de la sensibilidad pública». En 1933 Pla se refiere a Azaña. «Pensaban que era un gran estadista, y no es más que otro presidente de la más pura tradición peninsular: es un hombre que improvisa, que se abandona a la corriente más favorable, que disimula su vaciedad esencial, su falta absoluta de plan, su crónico desleimiento en el ruido y la nada parlamentarios». Ya con el Gobierno de derechas, escribe Pla: «El señor Azaña y sus amigos creen que por el hecho de no gobernar ellos ya no existe la República».
Pla fue un republicano moderado entre extremistas. A veces se le ha condenado porque la verdad que él contó no era la verdad que muchos deseaban leer y transmitir. Nos ocurre con la llamada memoria histórica. Vivimos tiempos de disparates y hoy Pla hubiera escrito otra vez «España va hacia el abismo». Acertó muchas veces en sus pronósticos. En los más amargos ojalá no hubiese acertado.