Reflexiones del poeta comunista Balbontín.
«Fui un buen amigo de José Antonio Primo de Rivera. Él quería una reforma agraria mucho más radical que la mía». Los dos tenían buena amistad. Ambos eran abogados y cuando se encontraban, en la sala de togas, discutían sobre democracia, aristocracia y teocracia.
Reflexiones del poeta comunista Balbontín
No es la primera vez que me ocupo de este poeta comunista, José Antonio Balbontín, que conoció al fundador de Falange y de quien comentó: «Fui un buen amigo de José Antonio Primo de Rivera. Él quería una reforma agraria mucho más radical que la mía», Los dos tenían buena amistad. Ambos eran abogados y cuando se encontraban, en la sala de togas, discutían sobre democracia, aristocracia y teocracia. Al parecer, nunca llegaron a un acuerdo. Pero durante la guerra civil hizo gestiones para cambiar a José Antonio por el hijo de Largo Caballero; pero alguien, dice Balbontín, «se opuso a este intercambio».
De joven, José Antonio Balbontín fue «un místico sediento de martirio». Soñó con ir a Las Indias para morir por el amor de Cristo a quien años después le dedicaba un poema que daba comienzo con estos versos: Tragedia de mis teorías / en lucha con mi fervor; / llevo a Marx en el cerebro, / y a Cristo en el Corazón… También recuerda a la Virgen María, a quien tanto adoraba su madre que lo abandonó «para ir al cielo», cuando el poeta tenía solamente seis años. A la Virgen, igualmente, le dedicó esta hermosa poesía de la que reproducimos los primeros versos: Oye, Madre, mi cantar; / yo te adoro, Tú lo ves; / deje que entones a tus pies, / las glorias de tu Pilar…
En su juventud era casi de comunión diaria, pero de la misma forma, en esa juventud perdió asimismo la fe en la vida sobrenatural de la criatura humana. Recorrió entonces un largo camino entre la oscuridad de las tinieblas que le impedían llegar a buen puerto porque no encontró lo que él quería. Incluso llegó a escribir un libro que tituló A la busca del Dios perdido, que comienza con esta dedicatoria:
Para todas las almas errantes, que buscan a Dios sin lograr descubrirlo plenamente, aunque a veces lo atisban en la sombra.
Y para todas las almas generosas que, gozando la presencia de Dios, no miran con desprecio a los que no le ven, sino con el amor que Jesús mostró siempre hacia los ciegos; especialmente, hacia los ciegos sedientos de luz y de justicia.
Con la llegada de la República, es elegido diputado por Sevilla para las Constituyentes. En marzo de 1933 ingresa en el Partido Comunista donde estuvo afiliado cerca de un año ya que debido a unas discrepancias que tuvo con el Comité Central, abandona la militancia. A pesar de todo, Balbontín seguía defendiendo los principios marxistas. Incluso durante la guerra civil fue magistrado del Tribunal Supremo en Valencia y Barcelona por mandato del Partido Comunista. Perdida la guerra se marcha a Londres donde ejerció el cargo de representante del Gobierno Republicano en el exilio. En esta capital, donde se gana la vida como traductor de español, se le abre un nuevo camino que él llama «la mentalidad republicano liberal». Su entrega a la literatura se centra, en esos años de exilio, hacia el ensayo. Presta atención, sobre todo, a lo que se publica en su patria, España.
A España regresa en 1970. Estaba cansado del destierro, y por eso prefería morir bajo el sol de Madrid mejor que bajo la niebla londinense. Cuando llega a su patria, lo primero que le viene a la memoria es aquel verso que escribió en el año 1931 en el órgano socialista El hombre de la calle. Balbontín emula a Larra, cuando éste, viajando por los páramos deshabitados de Extremadura, preguntó: «Dónde está España». El mismo título que el poeta comunista puso a su poema que recordó a su llegada a Madrid:
El nietecillo pregunta,
con un dedo sobre el mapa,
llenos de fuego los ojos:
━Abuelo, ¿dónde está España?
El anciano romancero,
que luchó en la barricada
por España y por la Idea
en otra edad ya lejana,
con la mirada transida
de una doliente nostalgia,
rumorea la pregunta
del niño: «¿Dónde está España?»…
En Madrid colabora en la revista Índice y en varios periódicos. Escribe sus Reflexiones, y aunque no está considerado por el dominico fray Antonio Royo Marín como uno de los grandes maestros de la vida espiritual, del pasado siglo, dice Balbontín en ellas que «todavía rezo a veces (pese a todas mis dudas), pidiéndole a Dios que tenga compasión de la Humanidad y de España. Y espero todavía que si hay en el firmamento un Dios parecido al Padre Celestial de que nos hablara Jesucristo, un Dios amante de los niños, incapaz de atormentarlos bajo ningún pretexto, o surge en la tierra un hombre semejante al Jesús evangélico, mi ruego en favor de la nueva Humanidad no quedará enteramente desatendido».
Falleció en Madrid el 9 de febrero de 1977, días después de haber sido atropellado por un automóvil. Y, posiblemente, antes de morir repitió aquellos versos que un día dedicó a san Juan de la Cruz: Devuélveme la dicha / de mi fe juvenil, divina acacia / que tuve la desdicha / de olvidar. Nada sacia / mi sed de amor si no es aquella gracia…
Más sobre José Antonio Balbontín
Los arrebatos místicos del comunista Balbontín. Por José María García de Tuñón.
- De joven, este poeta era católico, de comunión casi diaria, aunque nunca fue seminarista, como se ha dicho. De mayor tuvo una gran crisis de fe y acudió a teólogos que no lograron convencerle de que tuvieran razón, aunque nunca dudó de su honradez.