Rosa Chacel, una rosa de Castilla.
Rosa Chacel recomendaba estudiar en Unamuno, en Ortega, en José Antonio, su reflejo o espectro y en lo que quedó de ellos, en quienes les fueron afectos y en quienes les execraron sin comprenderlos, o lo que es peor, comprendiéndolos y temiendo ―por pereza, por miedo o por inepcia― lo que ellos exigían.
Artículo recuperado, publicado anteriormente por La Razón de la Proa (LRP) en diciembre de 2019. Recibir el boletín semanal de LRP (servicio gratuito).
Rosa Chacel, una rosa de Castilla
Hace algún tiempo, en un medio digital, leía un artículo que dedicaba unas líneas a esta escritora, pero a las mismas quisiera añadir algunas líneas más que el autor de aquél artículo no mencionaba para nada, y creo que Rosa Chacel se ha hecho acreedora de que volvamos a recordarlas.
Cuando leí el artículo, hizo que rememorase unas palabras de José Antonio Primo de Rivera cuando en marzo de 1934 hablaba en Valladolid del cielo azul de Castilla, de esa tierra sin galas, sin adornos, la tierra absoluta que no ha sabido nunca ser una comarca porque ha tenido siempre que ser un imperio.
Aquel lejano día, el fundador de Falange no podía imaginarse que años más tarde, una escritora vallisolitana, de las más importantes que ha tenido España en el siglo XX, y que también tuvo una de las mejores prosas que se han escrito en castellano, le dedicaría en uno de sus libros, el que lleva por título Alcancia. Ida, unas bellas palabras como lo harían o lo habían hecho María Teresa León, Mercedes Fórmica, Concha Espina, Victoria Kent, etc.
Rosa Chacel, Premio Nacional de las Letras en 1987, estuvo integrada en la Revista de Occidente, fundada y dirigida por Ortega y Gasset. Esta escritora que mereció muchos premios literarios, incluso el Cervantes, pero que no obtuvo porque fue una mujer con un carácter duro que nunca se doblegó ante nadie.
Por seguir siendo fiel a la República durante la Guerra Civil, se vio obligada a abandonar España, ligera de equipaje, donde no volvería hasta el año 1962, de visita, y en 1974 definitivamente. A su regreso de ese largo exilio, proclamaría que éste no había sido duro, pero es evidente que sí lo fue, hasta el extremo que más de una vez tuvo que empeñar hasta su máquina de escribir.
Residió en Buenos Aires y, posteriormente, en Río de Janeiro después de haberlo hecho con anterioridad en otras ciudades europeas. Fue en la capital argentina donde paseando un día por los puestos de libros del Cabildo, vio unos cuantos ejemplares españoles, de la España actual de aquel entonces.
Era viernes 28 de diciembre de 1956 y...
«¿Lagarto, lagarto!...Sin embargo me compré nada menos que las 'Obras completas' de José Antonio. Hacía mucho tiempo que quería leerlas y ayer era verdaderamente inoportuno porque tenía que terminar lo de las 'Mujeres ejemplares', pero llegué a casa y leí de un golpe trescientas páginas. Es increíble».
«Dos cosas son increíbles; una que todo eso haya podido pasarme inadvertido a mí, en España, y otra que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien. Porque no me extraña que llegaran a matarle: estaba hecho para eso, para que después de muerto se haya hecho el silencio sobre su caso… era difícil y expuesto por la gran confusión en torno. Por el contrario, los gitanillos, las faldas de volantes, los toritos bravos y todo el puterío sublimado extendiendo por el mundo una España histriónica era vivificante para la cosecha de turismo. Es cierto que su simpatía por los fascismos europeos, tan macabros, le salpicó con el cieno en que ellos se enfangaron, pero leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento que es enteramente otra cosa. Fenómeno español por los cuatro costados. Bueno, esto ya es una sentencia. Yo me pregunto a veces si lo español puede ser. Tenemos algún mal de origen que no nos lleva ―como a otros pueblos los suyos, que todos tienen― a errar, a producir obras deleznables, sino que nos impide existir simplemente. Y que esto es así lo prueba que no son nuestros peores productos los que fracasan, sino precisamente los mejores. Los francamente malos, los mediocres ―que es lo peor que se puede ser―, los que podría llamar caso místicos, llenan las imprentas y los escenarios de habla española».
También recomienda Rosa Chacel estudiar en Unamuno, en Ortega, en José Antonio, su reflejo o espectro y en lo que quedó de ellos, en quienes les fueron afectos y en quienes les execraron sin comprenderlos, o lo que es peor, comprendiéndolos y temiendo ―por pereza, por miedo o por inepcia― lo que ellos exigían.
Así, pues, la lectura de las Obras completas del fundador de Falange Española son las que inspiraron a esta mujer a escribir lo que hemos recogido en esta corta semblanza. Son sus palabras y, en definitiva, las de una autora que conoció y padeció el exilio y hasta la estrechez económica.
Y aunque esta mujer, dura y lúcida, vivió muchos años, murió a los 96, nunca la detuvo la crítica porque mantuvo su orgullo y porque fue consciente de que había inspirado sentimientos buenos y malos, pero que hay sentimientos, solía decir, que jamás inspiró a nadie.