La democracia maquinal.
He tenido la curiosidad de leerme entero, de pe a pa, el reportaje de TIME sobre el complot global impulsado por la izquierda estadounidense para expulsar de la Casa Blanca a Donald Trump y entronizar a Joe Biden. Me encanta ir a las fuentes, y ésta es la más valiosa hoy por hoy para saber lo que ha pasado allí durante los últimos dos años, entre bastidores, que es donde se cuecen estas cosas. Y es la mejor fuente porque se trata de un medio afín a los conspiradores y porque ha desplegado un arsenal de armas investigadoras como sólo el periodismo interesado e interesante de los Estados Unidos es capaz de hacer.
Tras deglutir el aluvión de datos que desgrana la revista –en cuya portada, por cierto, apareció en su día un tal Francisco Franco– la conclusión de bulto es, como suele suceder, descorazonadora. Y es que en aquella democracia, como en todas, los resultados de las elecciones se diseñan cuidadosamente desde los cuarteles demoscópicos de los lobis. Y no digo ya de los partidos, porque éstos son a estas alturas de la historia títeres de otras organizaciones cuyo denominador común, lejos de ser las ideologías del siglo XX, hay que buscarlo en algo tan primigenio como el binomio poder-dinero.
Siguiendo el hilo de la exhaustiva información en la que me baso, todo parece girar en torno a la exclusión de la libertad individual como obstáculo para la manipulación de la Humanidad. Obviamente, tras ello se encuentra el poderoso caballero, pero éste no se sirve a sí mismo, como antes, sino al dominio global que hoy ejercen las fuerzas tecnológicas en muy pocas manos. Incluso el concepto de izquierda política es manejado a su antojo por esos vectores que han dejado atrás la competencia al descubrir las ventajas neoimperialistas del trust.
Nada de esto sería posible sin el cumplimiento de las peores profecías literarias y cinematográficas que supone haber traspasado la línea roja tras la cual son las máquinas las que deciden el destino del hombre. En 2001, una odisea del espacio, Stanley Kubrick, siguiendo al novelista Arthur C. Clarke, define perfectamente esa frontera, cuando presenta al ojo que todo lo ve leyendo los labios de los cosmonautas. Ése es el preciso momento en que el bólido tecnológico, la criatura dotada de inteligencia artificial, adelanta de un acelerón al creador. Algo parecido está pasando en el gobierno de los pueblos.
Los primeros pasos, en el caso estadounidense que nos ocupa, los dio alguien preocupado por la «deriva personalista» de Trump. Lo hizo desde la cocina de su casa valiéndose de un ordenador y una red social. De ahí se pasó a las reuniones telemáticas, escogiendo cuidadosamente a los participantes. Al mismo tiempo, una insólita alianza sin precedentes entre el capital –Cámara de Comercio–y los sindicatos puso en marcha el repostaje necesario para dotar de carburante el procedimiento. El ensayo prerrevolucionario lo constituyó el Black Lives Matter, que demostró hasta qué punto estaba engrasada la maquinaria de respuesta a una muy posible reelección presidencial. Esto fue lo que asustó al capital, que era lo que se buscaba. Hay muchos otros eslabones, como la complicidad de los medios, sobre todo la televisión, moviendo hábilmente los hilos de arriba. Recomiendo la lectura del reportaje en su edición en español, cuyo enlace pongo al final.
Lo cierto es que todo esto ha respondido a una combinación de algoritmos traducida en las instrucciones seguidas para tener garantizado el estado de cosas en el que nos encontramos. Al fondo hay una serie de programas que configuran el software de los futuros procesos electorales. Y este big data goza ya de autonomía. En otras palabras, y suponiendo que aún se pueda introducir la meta a la que se quiere llegar, los medios para obtenerla vienen dados por unos ingenieros cuyas neuronas son bits interrelacionados capaces de gobernar el mundo si se lo proponen. Esto es ya una realidad, que ha cambiado al inquilino de la Casa Blanca y amenaza con hacer de él un polichinela de intereses que sólo algunos titulares de las mayores compañías Nasdaq conocen.
Hasta aquí lo acontecido en USA, según TIME. Mi pregunta es ¿no estaremos sin saberlo inmersos en la misma «nube» nosotros, los españoles que acabamos de ser desplazados por Marruecos como aliados estratégicos de primera línea de la todavía gran superpotencia, con permiso de la República Popular China y de Israel? Ustedes mismos.