La decepción OTAN
La España que apareció en 1939, destruida, amargada, con millones de familias enfrentadas, entristecidas, humilladas… o altaneras y orgullosas, se encontró, a los pocos meses, rodeada por una terrible guerra europea, que habría de convertirse en la Segunda Guerra Mundial. Un país desbastado; unas fuerzas armadas destruidas, una apremiante necesidad de paz…
Unos de los contendientes en esa IIGM (las fuerzas del EJE, Alemania e Italia) apremiaban a la exhausta España para que devolviera los favores recibidos durante nuestra Guerra Civil, poniéndonos delante de la nariz el delicioso caramelo de la recuperación de Gibraltar (¡manzana madura, en palabras de Franco!), para lo que debíamos facilitar la entrada de las fuerzas alemanas por nuestro territorio, toda vez que el francés ya estaba en su poder.
Nuestros gobernantes fueron capaces de torear las tremendas presiones alemanas para eludir nuestra implicación en la contienda. No éramos neutrales, claro, sino no beligerantes, mostrando nuestras claras gratitudes y simpatías germanófilas (aunque en realidad los que nos caían bien eran los italianos). Se cumplió el compromiso con el envío de la División Azul, gloriosa unidad que sufrió, con honor, más de 10.000 bajas.
Verdaderamente, aquel EJE que lideraban Alemania e Italia no era –ni mucho menos– la OTAN, pero ya nos decepcionó al no recuperar –para nosotros– «aquella torre infiel», como ilusionadamente cantaban las juventudes.
Muchos años después, muchas calamidades, muchas esperanzas, mucho desarrollo, muchos cambios… se planteó que una nueva España, aceptada en el mundo de los vencedores y bendecida por la Historia por su estratégico lugar, pudiera participar en la organización militar dirigida por los usacos y los usuarios de Gibraltar: La NATO (OTAN para nosotros ). Y entramos; no sin el pitorreo del «OTAN de entrada NO», protagonizada inicialmente por el PSOE.
Aquello, con pitorreo o sin él, constituyó una esperanza al romper, definitivamente, el aislamiento político, económico y social que España sufría desde aquella lejanísima “no beligerancia”, y la ilusión de recuperar al fin Gibraltar, porque era –y es– inconcebible que un socio en la OTAN pudiera tener una colonia en el territorio de otro.
Pero la NATO (así parece más lejana) nos defraudó. En Gibraltar sigue ondeando, solitaria, la bandera de la pérfida Albión, como inolvidablemente la definió Matias Prats (padre, claro). Nos defrauda una NATO que no protege todo el territorio español, dejando fuera de su escudo a Ceuta y Melilla, enclaves españoles antes que algunas provincias peninsulares...
Y para colmo, si en un futuro algún enemigo de la Gran Bretaña (¡no pensar en España!) se atreviera a atacar The Roc, nuestros ejércitos de Tierra, Mar y Aire, estaríamos obligados a defender aquella bandera usurpadora con nuestra sangre. ¡Es demasiado!.
Tal vez sea ya el momento adecuado para mostrar un gesto de dignidad nacional, y de plantear ahora eso de «OTAN, salida Sí».
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