Cuento de niños
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Muchas son las veces que hemos oído: Ese cuento no se lo cree ni un niño. Confieso ser creyente (¿acaso existe alguien que no lo sea?), es obvio, pero no está de más recordarlo.
Dijo Jesús en cierta ocasión: «En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
La frase tiene miga, pero hay que partir el pan para saber cuánta. Y aunque estoy hecho migas, me agradaría hacer buenas migas con usted, estimado lector, pues el cuánto se las trae.
Soy un niño de más de setenta años. Imperiosa necesidad si pretendo ser humano, condición previa para llegar a ser cristiano (en esa andamos). Seguir el Evangelio conlleva, como indica la citada frase, a esta necesaria y constante conversión: Llegar a ser como niños.
También los chamanes recuerdan que no podemos olvidar al niño que llevamos dentro. Confieso, que a veces, lo pierdo. Como a Jesús en el templo, pero sin doctores que me muestren el camino. Y en estos precisos momentos, no le encuentro.
Mi desesperación es inmensa, pues sin él, no puedo encontrar el paraíso perdido. Aquel que abandoné cuando me fui haciendo mayor y que únicamente reencontramos cuando, como dice Jesús, nos hacemos «como» niños.
Los textos bíblicos usan el adverbio «como» en diversas ocasiones, por ejemplo: Se apareció el Espíritu «como» una paloma; sudó gotas «como» de sangre; hacernos «como» niños. Esta manera figurada de escribir y hablar está muy presente en la teología.
Estimo que nuestros políticos o no han leído jamás la Biblia (origen de todas nuestras tradiciones), o si la han leído la han entendido al pie de la letra, obviando, por tanto que, según la exégesis actual, ni sudó sangre, ni era una paloma, ni hemos de ser niños. Lo importante en la Biblia no es lo que dice sino lo que quiere decir.
Pues bien, aterrizando, los políticos no es que nos traten «como» niños, es que creen que somos niños. Así, se creen que la Biblia es un cuento chino (olvidando la sabiduría que encierran, –me refiero a los cuentos chinos–), y nos cuentan cada mañana lo contrario que han dicho ayer.
Y en estas ando, buscando al niño que he perdido, pues él, constantemente interroga el acontecer de cada día. Lo que yo no entiendo, él lo pregunta, el niño no se cansa de preguntar. El adulto ya se lo sabe todo. Y nuestros políticos son muy adultos, auténticos machos, verdaderas hembras.
Quiero creer que creen… en nada, por eso, no creen posible la escucha del contrario, no creen posible llegar a un acuerdo, no creen que el adversario también puede tener sus razones. Creer en nada es la peor forma de creer. Un niño jamás tendrá este comportamiento.
Pero yo he perdido al mío.
Si estuviera aquí, esta reflexión sería distinta, preguntaría el porqué de estos comportamientos, el porqué de esta sinrazón, el porqué de este odio, que llega a comparar al adversario como al enemigo al que se debe odiar.
Yo como adulto, odio. El niño no. Y el odio me hace daño, va creciendo cuanto más escucho a estos padres de la nación que la sociedad ha engendrado.
¡Señor, que encuentre al niño que llevo dentro! Él es mi salvación como ellos son mi perdición. Él en estos momentos asombrado preguntaría: y por qué, por qué, por…
Porque… –acabo de escuchar la voz de mi niño interior–.
–No me he ido, siempre estoy aquí, perdido en el templo de cada corazón. Y no pregunto nada ante esta situación ¿Sabes el motivo? Porque la moraleja de tanto cuento ya está escrita hace siglos… Porque «Por sus hechos los conoceréis» (Mt 7,20).
Y a buen entendedor, si se ha hecho «como» un niño, con este cuento, basta.