Un proceso deconstituyente
11/02.- ¿Estamos de verdad ante el finis Hispaniæ? Si no reaccionamos vigorosamente, sí.
- Es hoy profanado todo lo que nuestros abuelos valoraban como sagrado.
- La izquierda es la heredera del conde don Julián
Autor.- Sertorio. Publicado en primicia en El Manifiesto Compartido en el núm. 143 de Cuadernos de Encuentro, de invierno de 2020. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de 'Cuadernos' en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).
Se puede decir que es la cuestión de nuestro tiempo, si queremos tomar la frase de Ortega; el período actual de nuestra historia tiene mucha más trascendencia de la que podamos suponer, aunque los instrumentos de los que se vale el destino para transformar nuestra sociedad sean tan deleznables como los sujetos que ahora dicen dirigir España. El que tengamos una casta dominante compuesta de intelectuales de medio pelo, caciques iletrados, rábulas de covachuela y aventureros políticos, no significa que los efectos de sus acciones no sean graves y hasta perdurables. Esta gente ha puesto en marcha un proyecto de futuro que es verdaderamente revolucionario, aunque no venga acompañado de momento de violencia, pero sí de imposiciones y trágalas.
Para todos nosotros está más que claro que el régimen del 78 está siendo demolido por sus principales beneficiarios, la izquierda y los cacicatos regionales, que pretenden ir más allá y crear un nuevo régimen de naturaleza confederal en el que la idea de España sea barrida del imaginario público, para ser sustituida por un “patriotismo del consumo” en el que la nación deja de existir para convertirse en un fantasmal Estado español cuya misión básica es proveer de subvenciones y servicios a una masa sin identidad y fragmentada en grupos étnicos, territoriales, religiosos y hasta de “género”. Desde luego, la idea de una comunidad nacional española es la que esta oligarquía partidista pretende aniquilar; por eso, los ataques permanentes contra todos los elementos que han vertebrado a la nación durante medio milenio se intensifican con verdadera saña deconstructora. Hasta los rasgos que nos unen a Occidente son barridos, porque el objetivo no es sólo acabar con la nación española, sino con la verdadera identidad europea a nivel global, tanto en nuestro continente como en América: véase la eurofobia desencadenada en Chile, Estados Unidos y México.
Tanto en Europa como en España estamos inmersos en un proceso deconstituyente promovido por las élites globalistas, cuyo fin es desvertebrar a las naciones y los pueblos de Europa para sustituirlos por una amalgama multicultural, es decir: apátrida, dividida y, sobre todo, incapaz de actuar en defensa de la propia soberanía, que es la principal amenaza que se cierne sobre el gran supermercado mundial. Las naciones europeas, con una conciencia aguda de su identidad y de su soberanía, están siendo aniquiladas por la plutocracia gobernante mediante la demolición cultural, personificada en una industria de la culpa (que ya tiene su consecuencia plástica en la iconoclastia contra los símbolos de la cultura occidental y cristiana y en la demonización del hombre blanco) y también en la disolución, mediante la ideología de género y el feminismo, de la institución esencial para la supervivencia de cualquier sociedad: la familia, que va unida al concepto de patria como familia de familias, que comparten una historia y una tierra común.
Es hoy profanado todo lo que nuestros abuelos valoraban como sagrado
Todo lo que nuestros abuelos valoraban como sagrado, todo lo que daba un sentido trascendente a la vida, es hoy profanado con verdadera saña por las instituciones que deberían de defenderlo.
España es un verdadero caso de libro. Desde los años sesenta, en especial desde que el franquismo en 1964 renunció a celebrar la Victoria y se resignó a conmemorar los XXV años de Paz, la idea esencial entre nuestros compatriotas era dejar atrás los horrores del pasado e iniciar una etapa de reconciliación nacional. El espíritu de la Reforma Política de 1976 y del proceso constituyente de 1978 era crear un país en el que cupiesen todos los españoles, una idea generosa que fue aprovechada con una deslealtad inmensa por los separatismos regionales. Con la llegada al gobierno de Zapatero, después de una campaña electoral especialmente sucia y llena de navajeo político, se inició una nueva era cuyo elemento esencial era la confrontación nacional y la exclusión de la derecha del poder. Ya Julio Anguita había denostado los pactos del 78, pero es a partir de 2004 cuando la izquierda, poseedora de un monopolio ideológico que nadie ha discutido hasta hace pocos años, se aprovechó de los complejos y la cobardía de la derecha para imponer una agenda ideológica de exclusión y demonización de todo aquello que no entra en una agenda cada vez más totalitaria que ya afecta a todos los aspectos de nuestra vida, incluso a nuestros asuntos de cama, y que no tiene visos de ser frenada.
El fin político de los socialistas es mantenerse en el poder por siempre, sin alternancia, a imitación del PRI mexicano. Su ideología no va más allá de la de su jefe, un maniquí que disfruta de los privilegios del cargo a cambio de cumplir con una agenda que otros le han escrito. No es el único, véase a Trudeau en Canadá y a Macron en Francia. Cuando se haya gastado se sustituirá por otro maniquí igualmente vacío. Es decir, la izquierda mayoritaria española es un continente sin contenido, donde lo único que verdaderamente importa es mantener el cargo a costa del erario público. De ahí que haya sido tan fácil su colonización por el radicalismo burgués de izquierdas, del que Podemos es el representante oficial. Y este partido de meros oportunistas y chupatintas sin oficio ni beneficio es el instrumento básico para la deconstrucción de España. Sin sus pactos con la izquierda extremada y el separatismo, nada de lo que sufrimos sería posible.
El proceso deconstituyente español tiene una característica muy peculiar: los que dinamitan el edificio constitucional no tienen una alternativa clara, otro modelo de Estado, sino que se limitan a parlotear con ensueños federalistas o con supuestas confederaciones de una contradictoria e imposible nación de naciones. La atracción por el vacío, el vértigo del salto a la nada, parece consustancial a este proceso, cuyo arquetipo es el Cantón de Cartagena. Desde luego, si el orden constitucional actual se deshace (y en ello estamos), es muy dudoso que los separatistas, a los que se les ha regalado todo tipo de privilegios e inmunidades en estos cuarenta años, se limiten a aceptar lealmente lo que se decida en el resto de España; es más lógico que aprovechen la ocasión para independizarse o, en el peor de los casos, para asegurarse una posición dominante sobre el resto de las “naciones” y subordinarlas a sus intereses: convertir a España en una colonia de sus taifas del norte.
¿Qué sentido tiene para los separatistas seguir unidos a una nación que, según la propia casta dominante “española”, es un error histórico?
La izquierda es la heredera del conde don Julián
La izquierda es la heredera del conde don Julián: en Guadalete va con el moro Muza, en Las Navas con el Miramamolín, en Otumba con Cuautehmoc, en Pavía con Francisco I y en Bailén con Dupont, además de asumir al pie de la letra toda nuestra Leyenda Negra. El sesgo radicalmente antinacional de nuestra izquierda la diferencia de la del resto de Europa: detesta hasta el nombre y los símbolos de la patria y siempre apoya las soluciones que favorecen la ruptura de la unidad de sus pueblos. Como ya tratamos en otros artículos, nunca tendremos una izquierda nacional, mínimamente “española”; y ésa es nuestra mayor tragedia, porque la derecha tampoco es un modelo de patriotismo aunque, por lo menos, no ataca la base de la identidad, pese a que la caricaturiza con un repugnante folclorismo patriotero.
Curiosamente, la izquierda ha renunciado a un elemento clave de toda lucha popular: darle el poder social al pueblo y arrebatárselo a las élites. Al contrario, con nadie está más contenta la plutocracia nacional que con estos falsos revolucionarios que limitan sus hazañas a profanar la tumba de Franco y a perseguir post mortem a los que les derrotaron contra toda lógica en una guerra que ellos perdieron por su incompetencia y su estupidez. Fuera de eso, y pese a las circunstancias verdaderamente graves del país, ninguna organización obrera, ningún sindicato, ningún radical de izquierdas ha salido a la calle para protestar contra un Gobierno que va a machacar a los obreros y precarizar a las clases medias por largos años y que es un mero instrumento del capitalismo internacional. Hoy, el poder popular va unido a la recuperación de la soberanía política y económica, expropiada por esa oligarquía a la que tan bien sirve la izquierda en el poder.
El obrero no ejerce ningún papel en una izquierda formada sociológicamente por funcionarios y profesores; ha dejado de jugar un papel activo y se suma a unas clases medias cada vez más deprimidas, a las que las cargas fiscales pisotean sin piedad. Frente a esta masa social nativa, la izquierda apuesta por una solución tan capitalista como es la multiculturalidad, la fragmentación del cuerpo social en comunidades étnicas rivales que se pelean por el empleo y las ayudas públicas. Buena parte de nuestra gauche caviar se cree que los inmigrantes de hoy serán sus votantes de mañana. Se olvidan o desconocen que el islam es una religión política. Pero la agenda que otros le escriben a “nuestro” Gobierno dice que debemos importar población del norte de África en cantidades millonarias. Se van a llevar la misma sorpresa que sus antepasados witizanos.
Como la Hispania del 711, la España de hoy está fracturada, dividida, degradada, desnaturalizada y pervertida. Todos los elementos que la han constituido históricamente están en plena y activa demolición. ¿Estamos de verdad ante el finis Hispaniæ? Si no reaccionamos vigorosamente, sí.