Aventar la parva
Publicado en el Nº 334 de 'Desde la Puerta del Sol', de 28 de julio de 2020.
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No es una ocurrencia que, al despertarnos, nos haya surgido esta mañana como deben ser muchas de las decisiones que luego toma nuestro preclaro presidente del Gobierno. ¡Qué va! Es algo que tienen muchos españoles en el meollo y que los italianos, ni cortos ni perezosos, han decidido, en un pis pas, en cuanto han digerido que, si no actuaban deprisa, los dineros que les han asignado el resto de los europeos tardarían en llegar con lo que todo se retrasaría.
En ese convencimiento, han empezado por hacer limpieza en el parlamento y el senado. Así, han decidido reducirer un tercio los componentes de esos organismos legilativos, concretamente un 36,5%, y de 630 parlamentarios dejan 400, y de 315 senadores, 200, o sea el 63,5%. Limpieza que tienen que esperar a poder concretar al momento en el que se produzcan unas elecciones, lo que, seguramente, no tardará demasiado, pues,seguramente, necesiten unos nuevos órganos legislativos distintos a los actuales para seguir cambiando la administración del país para responder a las exigencias de la Unión Europea.
Estamos convencidos de que en España hay que hacer una limpieza considerable en la parva que anda repartida por todas partes de la administración pública. Si seguimos el ejemplo italiano y en parlamentos y senado aplicamos el mismo porcentaje que ellos han aplicado, de los 350 parlamentarios se caerían 128 de las relaciones electorales de los partidos en las próximas elecciones, quedando reducidos a 222, y de los 265 senadores tendrían que tomar otro camino 97, manteniendo a solo 168, ¡Casi nada de ahorro! Pero además, como es lógico –y este ahorro no lo tienen los italianos– habría que hacer extensiva la limpieza a las comunidades autónomas donde hormiguean 1.258 parlamentarios nada menos; la plantilla total quedaría reducida a 799 y 459 tendrían que buscar otra ocupación.
De momento hablamos exclusivamente de parlamentos y senado, pero no hay que olvidar que habría que incluir también a la amplia plantilla de ministros y vicepresidentes para dejarlo en una cifra asumible y útil –dado que la mayoría de los que forman el actual gabinete no dan un palo al agua en cuanto a que se note su trabajo en favor de la nación– y, por otro lado, la limpieza de la parva habría de extenderse por todos los organismos oficiales que últimamente se han ido inflados con asesores, directores de esto o lo otro, etc. para dar acogida a amigos, familiares, incondicionales, etc. y creando organismos inútiles y costosos. Con ello asistiríamos a una considerable reducción de los presupuestos generales del Estado que nos agobiaran menos.
(Esa limpieza de la parva me retrotrae a cuando, en mis tiempos mozos, iba al campo de labrantío próximo a mi ciudad y me permitían subir a un trillo y dar vueltas y más vueltas hasta que la mies se separaba de la paja; y luego, en la segunda fase, aventábamos la parva para separar la parte útil para el hombre –el cereal– de la que sería destinada al ganado –la paja–. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora, con la llegada de la mecanización, sin duda se ha mejorado todo el proceso de recolección pero se ha perdido la escena que no pocos pintores han llevado al lienzo).
¿Se atreverá Pedro Sánchez a vestir el recio traje del labriego, subirse al trillo –probablemente construido por manos artesanas de Cantalejo, provincia de Segovia, de donde eran los más afamados–, aguantar las solaneras de muchos grados dando vueltas en la era sobre el artilugio que ya era conocido en tiempos de Cayo Plinio Secundus (Plinio el Viejo), allá por el siglo I en que lo reflejó en su Historia Natural, manteniendo el ritmo de las mulas o los bueyes? Es trabajo duro, soportando un calor agobiante, aburrido por su monotonía. No menos duro habrá de ser para Pedro afrentar esa limpieza de la parva, pero a él le toca tomar las decisiones, ya que tendrá que hacerla entre sus compadres políticos, entre los paniaguados que le han ayudado a estar en el lugar que se encuentra, y resultará hasta cruel convencer a una buena parte de individuos que tomaron como profesión medrar en algún organismo del Estado, recibiendo buen peculio, y sin dar golpe.
Hay que limpiar esa parva que se adhiere como lapas al Estado sin prestar un adecuado servicio. Incluso será letal volver atrás de decisiones mostrencas tomadas últimamente en un mal entendimiento de hacer un bien a la comunidad, como la de ingreso mínimo vital recién inventada, ya que la experiencia está confirmando que muchos perceptores no admiten el trabajo que se les ofrece porque se conforman con esos ingresos sin tener que justificar qué hace en su vida, sirviendo en otros casos como complemento de las chapuzas que habitualmente realizan para vivir, siendo beneficiarios no pocos inmigrantes caídos de las pateras y sin ocupación presente ni futura. Ese dinero hay que utilizarlo en crear puestos de trabajo que puedan ocupar los desheredados por la pandemia, de forma que los perceptores estén convencidos de que lo ganan con su esfuerzo personal y ayudando al país en el que nacieron o le dan cobijo.
Europa lo ha dicho: ¡A trabajar y dejaros de bromas! Y a ello hemos de ocuparnos los españoles. No es nada nuevo, aunque lo sea para estas últimas generaciones. Lo sabemos los españoles de la España ocultada y que da la impresión de que no ha existido. Fueron tiempos de trabajar día y casi noche en una o varias ocupaciones sin que nos pasara nada, alegremente, porque estábamos convencidos de que teníamos que ganarnos el pan de cada día, que nadie nos lo iba a dar gratis. Y así dejamos encaminada la España oculta para que los que tomaron el relevo y la quisieron «iluminar» pudieran verla con claridad y renovarla en lo necesario.
Lo malo es que, con la libertad de la democracia, llegaron los malos modos, la falta de honestidad, el deseo de medrar, las ganas de progresar cuanto antes mejor, la ambición de poder… y todo se fue averiando poco a poco olvidando los orígenes. La segadora sustituyo al trillo, las eras quedaron para bailar en las fiestas del pueblo, y nos hicimos cómodos… por considerar que todo se nos debía dar siendo benignos con los nuevos tiempos, y creídos de que todo sería para mejor.
Ha llegado el tiempo de espabilar. Los jóvenes deben concienciarse que han de aprender y han de trabajar. Para crecer no hay otra forma que saber más, volviendo a tomar el camino de la clase media como la que se fue creando al tiempo que se levantaba España en el tiempo de oscurecimiento, huyendo de la tabla rasa por debajo a la que están llevando a los españoles estos políticos con ambiciones de un progreso que solo se va materializando en ellos mismos, pero no en la generalidad de la población del país que es a lo que hay que tender para conseguirlo.
Y para saber hay que estudiar, trabajar, intensamente, que nadie regala nada. Siendo indispensable darse cuenta de que hay que ganarse paso a paso lo que se pretenda tener. Y convencerse de que existen también las obligaciones y no solo los derechos.
Hay que salir al campo y mirarlo despacio para descubrirlo; imaginar que donde veis una trilladora de enormes proporciones solo existía una era como la de la imagen donde primero se pisaba la parva con las pezuñas del ganado y con la trilladora y luego se aventaba para separar el trigo de la paja.
Por un sistema tan sencillo se conseguía, no sin trabajo, la mies que era el fruto bueno que proporcionaba el pan de cada día, y la existencia. Aparte quedaba la paja para el ganado. ¿Aspiráis a ser receptores de mies o de paja? Eh ahí la cuestión.