Como encantador de serpientes
Cuando sale de sus reclusiones monacales en La Moncloa que duran todo el tiempo que precisa para que se solucione un problema de los muchos que le rodean, o al menos los días de mayor revuelo, o regresa de alguno de los viajes que se organiza para eludir dar la cara en los conflictos de estado que él mismo origina, no hay quien lo contenga. Sin duda, encerrado en La Moncloa, hará examen de conciencia, se confesará con el protoabad Ivan, se hincará de hinojos ante la constitución de 1931 para que lo ilumine de por dónde ha de concurrir en sus devaneos, aunque difícilmente tomará un libro dado que no se conoce en él esa afición, Pedro Sánchez se cambia de traje y, con su mejor sonrisa impúdica e insolente, sale dispuesto a mover al cotarro como si fuera un encantador de serpiente de los que pululan por la plaza de Yamaa elFna, de Marrakech, haciendo malabares con el «pungi» para subyugar al personal que lo rodea; luego, con el fin de convencer a los personajes de más tronío, los reúne en el lugar más adecuado, digamos en la Kutubia si seguimos con el ejemplo de Marrakech, y como el imán de la zona, se sube al mimbar y los suelta un jutba (sermón) que los deja turulatos.
Sin recato alguno, nos habla de concordia, humanismo, entendimiento, trabajo el común, libertad, prosperidad, recurriendo a los sentimientos del corazón, a la magnanimidad... echando mano de todas esas palabras tan bonitas que presentan y ofrecen un edén que a cualquiera embriaga. Mas cuando deja de sonar el pungi con el que el encantador consigue que la serpiente haga carantoñas, todo vuelve a la situación anterior, a la original, o al menos a la que han convertido en original los aguadores y demás vendedores de triquiñuelas que discurren por la plaza.
Y sin decencia alguna, le hace a Pedro una «plantá» un tal Aragonés, que oficia de presidente de la comunidad catalana, junto con sus muchachos, no asistiendo a las reuniones a las que fue invitado; cosa que con mayor regodeo hicieron también al rey de España, con la justificación de que «ya se ha dicho que no está identificado como el rey del pueblo de Cataluña», al tiempo que sus mandados queman fotografías del mismo en la plaza de San Jaime, frente al palacio de la Generalidad. Por otro lado, desde la trena, el cabecilla principal, Oriol Junqueras, opinaba que el indulto demuestra algunas «debilidades de los aparatos del Estado», lo que redondea Jordi Sánchez, el presidente de Òmnium Cultural Cuixart, asegurando que «el indulto será el preludio de la derrota que sufrirá España». Todo ello, con un par de narices, mientras Pedro y sus ministros hablan de concordia.
Y Pedro Sánchez, entusiasmado con sus proyectos, vuelve tan feliz a Barcelona a pronunciar en el Liceo una conferencia «Sobre un proyecto de futuro para toda España». A pesar de que había sido recibido con insultos y abucheos en la calle, el empieza la disertación, sin cortarse un pelo que diría un castizo, con una frase lapidaria: «Estamos donde estamos»; para asegurar poco después: «Podríamos vivir en los agravios, vivir en los reproches, buscar más culpables, y en la discordia, o bien podríamos apostar por la concordia, que significa literalmente “con corazón”, y eso es lo que el Gobierno de España ha decidido, por eso mañana, propondré al Consejo de Ministros conceder el indulto». Ni con esa promesa están contentos aquellos energúmenos, ya que, minutos después, los cachorros de la CUP entran en el Liceo enarbolando una bandera estelada dando gritos de «independencia», que interrumpe el discurso del presidente del Gobierno.
¿Están convencidos, estos y otros aspirantes a la independencia de sus territorios, de que Pedro Sánchez venderá España en trocitos si con ello consigue que a él le respeten la silla de La Moncloa? Porque no la quiere soltar, desde ella desea seguir tocando el pungi con la intención de que los jefecillos de cada fragmento del país simulen bailar como las serpientes de la plaza de Yamaa el-Fna. Eso sí, sin que le quiten el avión Falcon, el helicóptero Super Puma, y estén a su disposición al menos el coto Doñana y el palacio de La Mareta. ¿Le respetarán como él cree?