Como los hurones
En su comportamiento tienen costumbres y gestos parecidos. Durante tiempo están como desaparecidos pero cuando se ponen en marcha se dedican a revolverlo todo y a cazar aquello que ansían. ¿Qué a quién me refiero en esa descripción? Está claro: a los sindicatos. Si los hurones se pasan de catorce a dieciocho horas durmiendo y luego, cuando despiertan, son tremendamente activos, no están quietos ni un momento y tratan de conseguir todo lo que ven o apetecen, los sindicatos españoles se refugian en un profundo sopor cuando el gobierno lo ostentan las izquierdas, sin distinción del lugar en el que están dentro de la variedad existente, ya sean más o menos nacionalistas, ya el izquierdismo resulte suave o intenso, y únicamente despiertan cuando los gobiernos pasan a ser de derechas o de centro-derecha, en cuyo momento proliferan las reclamaciones, las huelgas, las manifestaciones y todo tipo de demostración que pueda dañar la acción de los gobernantes en ese momento.
Es evidente que desde que Pedro Sánchez se encaramó en el Gobierno apenas se han dejado sentir los sindicatos, salvo cuando le ha convenido al gobernante para aplacar alguna reclamación de la oposición, haciéndose presentes apenas en la fiesta del trabajo, el 1 de mayo, con significativa ausencia de sus huestes, lo justo para tener un pequeño auditorio que escucharan sus proclamas repetitivas, cansinas, pronunciadas en el convencimiento de que no se cumplirían nunca.
¿Dónde han estado durante todo el tiempo que llevamos de coronavirus? ¿No les impulsaba salir a la calle a la vista de tanto «obrero» hambriento por la imposibilidad poder llevar un jornal a su casa? Digo obrero, pero me refiero a trabajadores de todo tipo, de todo sexo, de toda edad. ¿No tenían nada que decir las lumbreras que se figuran al frente de tales instituciones? Ni siquiera montaron servicios de ayuda como lo hicieron grupos de gente de la calle, asociaciones de variados fines o instituciones religiosas. Es más, como oímos decir a una enfermera por televisión, ni siquiera se habían presentado a echar una mano los enlaces sindicales «liberados».
Como los hurones, han permanecido escondidos en sus madrigueras, sin dar señales de vida. Pero, no por ello han dejado de percibir las pingües subvenciones con las que les obsequia el poder. De momento, el pasado mes de febrero fue incrementada en un 53% respecto al año anterior la asignada por representatividad, a repartir prácticamente entre UGT y CCOO. ¿Y qué es eso de representatividad? Porque, según el artículo 7 de la Constitución, «Los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos». Es decir, que los gastos que supusieran sus actividades debería correr a cargo de sus afiliados, y por ende, el Estado no tiene por qué dotarlos para gastos de representación. Y, para confirmar lo que decimos, de acuerdo con esa libertad de ejercicio y actividad, el artículo 4 de la Ley Orgánica sindical, en el apartado e), dice que «El régimen económico de la organización que establezca el carácter, procedencia y destino de sus recursos, así como los medios que permitan a los afiliados conocer la situación económica», financiándose con las cuotas de sus afiliados y los acuerdos que al respecto se establezcan en los convenios colectivos.
Pero no. Prácticamente los ingresos de los sindicatos son mínimos por cuotas de sus afiliados, recibiendo todo el dinero que manejan a través de la mencionada subvención por representatividad, así como por otras para formación de trabajadores, por participación en instituciones y consejos varios, por prestación de servicios jurídicos y asesoramiento sindical y técnico, programas de formación de empleo y proyectos sociales, y todos aquellos otros conceptos que se puedan ir inventando a lo largo de cada ejercicio. Sin olvidar las ayuditas que también obtienen de las comunidades autónomas y ayuntamientos. Es decir, que de forma parecida o igual que los partidos políticos, manejan considerables fondos para llevar a cabo todas sus actividades, gastando sin pudor, y repartiendo sueldos muy generosos, pues paga el Estado, pagan todos los españoles.
Volvemos a preguntar de nuevo: ¿Dónde están esas instituciones privadas, que se alimentan de fondos públicos, que tienen la misión de defender en todo momento a los trabajadores, y no han hecho acto de presencia en un año? ¿Es que no tenían nada que decir? ¿Acaso no deberían haber salido a echar una mano a quienes se quedaban sin jornal, como lo hacían los sindicatos primigenios? ¿Para qué sirven ahora esos sindicatos? ¿Para echar una mano a los gobiernos de izquierdas? ¿Para mantener una estructura faraónica al servicio de unos dictadores?
Y dado que hablamos de personal que anda mezclado con los «obreros», nada mejor que acompañarnos con un botijo manchego, de barro blanco, que es el que habitualmente ha estado en todas las obras y lugares donde los trabajadores tenían que refrescarse de los calores.