Cómo nos ven...
Cada día que transcurre los españoles debemos presentar una cara más simplona a juicio de los gobernantes. Parecer más tontos. Sin que merezcamos ser respetados por cualquier cosa, y fundamentalmente por razones de Estado. No merecemos ser tenidos en cuenta. Respecto a nosotros, probablemente lo más que piensan es lo que han de hacer hoy o mañana para llevarnos un poco más al huerto. Nos conformamos con todo lo que nos ofrecen. Y si por un acaso a alguno se le ocurre decir «no estoy de acuerdo» con alguna de sus travesuras, como la llevar a cabo el relevo de magistrados en el CGPJ, a uno le ponen a caldo y sobre todo le largan lo que ya se ha convertido en una frase lapidaria para el presidente del Gobierno: no atender a razones de Estado.
Y es que esas «razones de Estado» que maneja Pedro Sánchez –y hace repetir con insistencia a sus chicas– son sus ocurrencias para convertirse en el presidente permanente del Gobierno de España. Con esto de la renovación del CGPJ lo que Pedro pretende es cambiar las leyes para tener en sus manos «el poder judicial» que es uno de los tres poderes del Estado que señala la Constitución. Ya goza, porque va con el empleo, del «poder ejecutivo», tiene enganchado el «poder legislativo» a través de sus chanchullos y la fe de sus secuaces, y pretende hacerse con el «poder judicial» con lo que «el Estado sería él», según la frase que se adjudica a Luis XIV.
Ya venía cantando sus deseos de ser el propietario del Estado, pero desde la fecha en la que hizo últimamente el cambio de Gobierno y pronunció su penúltima frase lapidaria: «Hoy comienza un Gobierno de recuperación para poner en pie una España mejor» quiere verlo hecho realidad.
Y los españoles sin espabilar. Sin enterarse de qué forma quiere hacer mejor a España. Si enfrentando a unos españoles con otros. Si haciéndolos colegas para sacar al país adelante, dando libertad a todos los «troncos» para que puedan montarse una vida guay, plena de chill, fresca, para disfrutarla sin que los priven de estar puto encantados, gozando con lo fachero que más los mole. O poniéndolos a trabajar como burros para sacar adelante a España mediante la recuperación anunciada, pero desconocida.
Mientras habrá que aguantar con las cavilaciones que hace la ministra para la Transición Ecológica que, sin que el rubor cubra sus mofletes, asegura que la subida de la luz es un problema de Mariano Rajoy y su gobierno. Refrendada por la maniquí ministra de Trabajo, a la vez que muchacha descarada, Yolanda Díaz, que asegura que antes de finalizar el año habrá bajado el precio de la luz, con el soporte de Pedro Sánchez que asegura que cuando «al final del 2021 los españoles echen la vista atrás y vean que han pagado en la factura de la luz una cuantía similar y semejante a la que pagaron en 2018». Y eso lo dicen mientras día a día el precio es mayor, y el precio que alcanzó en 2018 fue durante el otro subidón con Zapatero, no antes ni después. Y esto lo explican en el barullo que hay para poder llegar a conocer las razones por las cuales sube tanto la energía eléctrica, sin que una luminaria espectral pueda aclararnos por qué Francia y Alemania tienen unos precios más bajos.
Dentro del espacio que nos queda como territorio nacional, una de las preocupaciones que debieran analizar nuestros gobernantes es el desquiciamiento que existe en el comportamiento de la población. Buena parte de la misma es incapaz de darse cuenta de que es preciso mantener unas normas para que la pandemia vaya decreciendo, que el ponerse la mascarilla es una pequeña molestia que debemos asumir hasta que podemos quemarlas en una gran fogata en la Puerta del Sol de cada ciudad y cada pueblo, y que desmadre de las pachangas con litrona y otros complementos, aparte quebrar las defensas contra el covid perjudica a los infaustos partícipes por cuanto los introduce en la borrachera, quizá en las anfetaminas o peores drogas y, desde luego, les deteriora física y mentalmente. ¡Qué placer puede haber en emborracharse!
Con pena y dolor, traemos algo acontecido hace días, que ya conocerá toda la fanfarria ciudadana, pero que conviene señalar para hacernos cargo de la podredumbre que se va introduciendo en la sociedad, amparada por las propias instituciones de la nación. Hace pocos días, como decíamos, por parte de un joven se produjo la denuncia de haber sido atacado por ocho enmascarados que lo tundieron a golpes, habiéndole tatuado en un glúteo la palabra maricón. Días después, el propio joven cambia su versión y reconoce ante la policía de que las agresiones fueron consentidas. Repetimos: da pena esta sociedad que, de una u otra forma, se está pervirtiendo y encanallando.
En nuestra búsqueda de botijos, allá donde se encuentren, hemos tropezado con una curiosa pieza, sin duda rara y antigua, esmaltada en verde oliva, con estampados de pétalos de hojas triangulares tallados en el barro. Lo que más llama la atención de esta pieza son los cuatro agujeros que lo atraviesan horizontalmente en forma de cruz. Nos gustaría llegar a saber por qué esos taladros y contar en nuestra colección con este botijo, lo que no es posible.