Derechos y deberes.
A fuer de tantos derechos como nos dicen que tenemos y que nos pregonan los políticos, los sicólogos, los defensores de personas y animales, algunos encuadrados entre los listos y todos los tontos, está claro y es evidente que tenemos el derecho final de vivir en el paraíso, al haber conseguido cuanto nos ofrecen unos y otros llegado a lo más supremo, al no va más. Con la prerrogativa de que, al parecer, los derechos que nos ofrecen los mitineros y otra tropa similar, no están teñidos de alguna obligación a cambio, como contraprestación.
Los cristianos sabemos, estamos convencidos, de que, al final de la vida, nos espera el reino de los cielos, el reino de Dios; pero… previamente nos lo tenemos que ganar. Él nos lo ofrece y nos marca el camino que habremos de seguir hasta alcanzar la suma de mojones que encontramos por las distintas trochas; si nos extraviamos y nos perdemos por otras veredas empiezan los problemas y a saber dónde podemos ir a parar.
Por su lado, a los hijos de Alá les esperan las huríes si cumplen con el Corán, donde se les marca cómo han de ganar tan señalado premio, aunque las inclinaciones de los imanes, que tienen plena libertad de interpretación del texto realmente un poco confuso, no siempre tienen el mismo plano. En el cristianismo matar es uno de los tropiezos mayores para ganar el cielo; entre los mahometanos matar a los enemigos de Alá es una de las mayores gestas para ser premiados.
Y no es cosa de que nos metamos en saber los dogmas que se desprenden de la interpretación de las aproximadamente 4.200 doctrinas o sistemas de pensamiento que al parecer existen en el mundo, unos con muchos seguidores, fundamentalmente en Oriente, y otros de andar por casa. Digamos que para estos casos, dado que vivimos en el espacio de tierra en el que la cultura, desde hace unas cuantas centenas de años, es el cristianismo –aunque su práctica esté un tanto demodé–, pasada de moda en algunos aspectos, anticuada para otros, aunque para una importante mayoría es la base de la vida y de la muerte.
En todo caso, no podemos olvidarlo y sí lo hemos de tener en cuenta, el cristianismo es la religión que predomina entre las tres conocidas como «del Libro»: judaísmo, cristianismo e islamismo.
De una forma simplista, sin que pretendamos entrar en teologías, sino considerando apenas lo que es obvio, habrá que entender, a poco cacumen que se tenga, por baja que sea la mollera de que se disponga, por escasa que resulte la inteligencia de la que estemos dotados, a todo dar responde el antónimo recibir, o viceversa, es decir, que si recibimos algo debemos dar a cambio.
Mas según está montado el tenderete, al parecer lo que se pregona es qué derecho a recibir es incuestionable, sin que tengamos obligación alguna a cambio. Si nos fijamos en la Declaración de los Derechos Humanos, se pormenoriza en extremo los derechos del individuo, pero a la hora de fijar los deberes generaliza y en el fondo no se moja demasiado, pues dice en el primer punto del artículo 29: «Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad». Las preclaras mentes que redactaron el artículo no pudieron llegar a más. Mi abuela seguro que habría sido mucho más explícita.
En ello se basa la izquierda, en ello se apoya Pablo Iglesias cuando quiere quitar todo a la empresa privada, a la propiedad privada, para dárselo al Estado y que éste lo reparta de acuerdo con los baremos que establezca en función de los méritos del ciudadano, de cada ciudadano, cuya medida la tienen ellos, los que controlan al Estado. Se le olvida de que la pérdida del deseo de crecer echa abajo todo intento de manejar al individuo.
Porque incluso ellos, con las consignas permanentes de libertad para todo, no parece que su marcha vaya muy en consonancia con el control absoluto de las mentes y movimientos del ciudadano de cualquier especie. Lo decía una vieja canción: «Todos queremos más»
No se puede tomar como cierto lo que Pablo Iglesias asegura de que «todos los ricos son malos y el éxito es antidemocrático». Los malos son los que se quieren apoderar de todos los bienes, entre los que se incluye Pablo Iglesias como lo viene demostrando desde que empezó a crecer y se hizo con su castillo de Galapagar. Hay ricos buenos y malos. Podríamos mencionar no pocos de uno y otro campo, pero no es cosa de iluminar demasiado en los tiempos de pandemia, nos puede deslumbrar y llevarnos a peor.
Por otro lado, se puede decir sin temor a caer en el error, que hay no ricos que tienen gestos, e incluso una vida entera entregada a los demás a pesar de sus carencias, como los podemos encontrar que solo buscan el medro personal.
Es un tema que invita a tratarlo con más generosidad. Lo intentaremos.