La educación social y lo erótico
25/FEB.- Sobre la propuesta lanzada al Parlamento de regular la enseñanza sexual de los españoles durante la infancia y adolescencia...
Publicado en el número 271 de 'Desde la Puerta del Sol', 23 de Febrero de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
La educación social y lo erótico
Jopé, Pablo –¡o ha sido Irene la que ha tenido la ocurrencia?–, con esa propuesta que has lanzado al Parlamento de regular la enseñanza sexual de los españoles durante la infancia y adolescencia vas a hacer la puñeta a muchos individuos e individuas que se lo vienen tomando por libre desde siempre y lo pasan pipa.
Mis padres –desde el más allá– y tus padres desde el piso en el que habitan por el barrio de San Blas-Canillejas de Madrid, según mis informadores, se preguntarán, quizá, cómo lo hicieron ellos para procrearnos dado que no habían recibido ninguna clase magistral de las que piensas –con Irene, claro– imponer a la prole que vaya saliendo de las entrañas de las españolas, y supongo que de las inmigrantes, incluidas las musulmanas que tienen unas costumbres tan raras…
Lo que más me ilusiona es la parte en la que propones que los niños de 0 a 6 años deberán reconocer la sexualidad desde el nacimiento pues, al parecer, hoy día son tan lerdos los médicos, las matronas –o comadronas en mi tiempo–, el padre, la madre y todos los que vean al niño al salir del útero materno, no están capacitados para distinguir el órgano sexual con el que surge el infante o la infanta. Sin duda es un avance considerable.
También me produce un pálpito especial saber que a esos niños de 0 a 6 años los someterán a la curiosidad sexual con juegos eróticos infantiles, y mientras se les cambie el pañal o practiquen el noble ejercicio de succionar de la teta materna, irán recibiendo las clases de cómo es el cuerpo humano y las diferencias que hay entre los hombres y las mujeres, o sobre las mujeres y los hombres, que, como los Reyes Católicos, para nosotros monta tanto uno como el otro.
Lo que ya me parece más difícil es que los educadores del plantel de Pablo e Irene, o Irene y Pablo, accedan y tengan éxito en las fiestas de la «litrona» para decir a la juventud allí encerrada, que cuando terminen de beber y drogarse, lo que vayan a hacer sea de esta forma o la otra, y les expliquen concienzudamente el kama-sutra, probablemente ya actualizado por vosotros.
Por otro lado, no imaginamos de qué forma los educadores de los jóvenes universitarios, que tendrán que ser doctores en la materia –aunque ahora es profesor universitario cualquiera, verdad Pablo–, podrán enseñar algo nuevo a sus alumnos cuando ya ellos vienen de haber recorrido toda la escala del sexo y la erótica.
Por si Pablo e Irene tienen algún fallo, cabe pensar que contarán con la colaboración y asesoramiento de la docente ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, quien ha anunciado en el Congreso de los Diputados la anulación de la Lomce para ser sustituida por la nueva ley de educación que llevará el nombre de Lomloe, ley que, previsiblemente, contará con todos los elementos necesarios para que los alumnos españoles bajen todavía más el listón de sus conocimientos, pasando a los últimos puestos del ranking mundial, por debajo incluso de los africanos que ni siquiera aparecen en las estadísticas, aunque mogollón lo que sabrán esos chicos en cuestión sexual, pues para eso han tenido clases sobre la materia en todos los cursos. No vendría mal, con el tiempo, crear algún master especial para impartir en las residencias de ancianos.
He de decir a Irene y Pablo, o a Pablo e Irene, que un servidor nunca recibió clases de educación sexual, ni a los 0 años, ni a los muchos, y la verdad es que no se me escapa una mosca en cuanto a esa asignatura. Lo aprendí por libre, porque en mi tiempo había libertad para todo, incluso para esto, aunque en algunos sectores estuviera mal visto, que es otra cosa.
Esa es la cuestión: la libertad. Ahora nos dicen que tenemos libertad, que nos dan libertad a chorros, y la verdad es que resulta una mentira más de las muchas que nos endilgan cada amanecida. Hace años éramos libres de verdad; nadie nos decía por ley dónde teníamos que ir, qué teníamos que hacer o qué no. Nos reprendían si cometíamos alguna fechoría, nos indicaban cuál debería ser el camino que deberíamos tomar si queríamos ser gente de bien, incluso el sacerdote, al confesar, nos hacía las correspondientes recomendaciones, nos daba una pequeña clase de teología y nos encasquetaba una condena breve y sencilla para penar los errores cometidos, consistente en el rezo de unos padrenuestros u oraciones.
Si Pablo, o Pedro, o algunos otros nos hablan de que había represión, que a la gente la metían en la cárcel, y cosas parecidas –lo que ninguno de ellos ha conocido porque no habían nacido– era porque los que se veían en esos bretes intentaban saltarse las leyes –muchas menos que ahora y más concretas–, intentaban subvertir la convivencia –como los catalanes hoy día–, y cosas así.
Si resulta que los padres o los abuelos de los actuales defensores de la libertad tenían miembros que militaban en el PC –partido prohibido, como debiera estarlo hoy–, o andaban por el monte de maquis, o creaban conflictos laborales, o en el desfile anual de la victoria salían gritando contra las instituciones del Estado, y demás parecidos, lógico es que fueran detenidos e incluso pasaran unos días por la cárcel.
Parece que resbalamos y del sexo pasamos al disturbio, y no es cosa de que sigamos por ahí. Por lo tanto, terminaremos diciendo, a Pablo e Irene, a Irene y Pablo, que dejen a los niños que estudien las materias propias de la enseñanza, que intenten, mediante los medios adecuados de instrucción, subir cada año al menos un escalón en el ranking de formación de la juventud en el mundo, todo ello con la colaboración de la señora Celaá mediante una ley de enseñanza que recuerde a las de hace bastantes años, una vez actualizada a las técnicas y conocimientos actuales.
Lo cierto es que en cuestiones sexuales es mejor dejar a las gentes que sigan sus instintos, en todo caso con recomendaciones de moderación, pues, pienso yo, los bípedos no somos más brutos y cerrados que los animales que circulan por el mundo cumpliendo el mandato de crecer y multiplicaos, y eso que ellos son irracionales, cuando nosotros – dicen– somos racionales. ¿No vamos a saber hacer lo que los animales están al cabo la calle cuando llega el momento?
La chiquita que nos ofrece la imagen ha decidido, porque le sale de las meninges, colocar un botijo en su muslo derecho probablemente con la picardía de que el que quiera beber de ella tendrá que pasar por probar primero de ese botijo, lo que sin duda resultaría dificultoso. ¿Se te ocurrió a ti, Irene, en el momento oportuno?