El aplauso y la oración
Publicado en el número 302 de 'Desde la Puerta del Sol', 5 de mayo de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa
Evidentemente, a Pablo Iglesias, y presumimos que a Pedro Sánchez, les importa una higa tanto el aplauso como la oración, pues no están convencidos de que uno o la otra vayan bien para sus propósitos, sus ambiciones y lo que les impulsa a llevar una vida tan ajetreada, llena de sorpresas y no pocos sobresaltos.
Eso lo sustituyen con mentiras, engaños, malas palabras, y si llega el momento de fingir ante un gran auditorio, con el puño en alto y hasta el canto de un himno espurio como es La Internacional.
Hemos participado en diferentes ocasiones en sumarnos a los merecidos aplausos que en ciudades y pueblos se otorga al personal sanitario en sus diferentes ocupaciones, a las fuerzas del orden público, al Ejército, a quienes mantienen abiertos sus establecimientos para que podamos seguir comiendo, a los agricultores, a transportistas, a quienes fabrican mascarillas y otras prendas imprescindibles para defenderse del virus maligno, a quienes ingeniosamente fabrican en casa artilugios con el mismo fin, a los sacerdotes que siembran el consuelo y la paz en las almas de los enfermos y a todos aquellos que luchan día tras día, hora tras hora contra la plaga que se ha implantado entre nosotros.
Pero notamos que falta la oración. Los muertos se van al cementerio o al crematorio sin que se hayan pronunciado una oración. Cierto que probablemente está pasado de moda, fundamentalmente entre nuestros políticos, pero no es menos cierto que la mayoría de las personas que mueren de forma natural reciben esas exequias. Porque a pesar de todo, el pueblo español se sigue bautizando al nacer y recibiendo unas oraciones en el momento del óbito. Pero durante esta pandemia los fallecidos han sido llevados casi subrepticiamente a su última morada.
Como decimos, tras el óbito, es frecuente la misa en el tanatorio, el acompañamiento de deudos y amigos durante el entierro, y suele producirse algún responso antes del enterramiento, y tienen lugar los posteriores funerales. Sin que falten las oraciones entre amigos y desconocidos. Porque para los cristianos la vida no es el final. Ya lo dejó escrito en su canción religiosa el sacerdote Cesáreo Gabaráin Azurmendi, de la que las Fuerzas Armadas españolas tomaron una parte para honrar a los caídos:
Tú nos dijiste que la muerte / no es el final del camino, / que aunque morimos no somos, /carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos, / nuestro destino es vivir, / siendo felices contigo, / sin padecer ni morir. / Siendo felices contigo, / sin padecer ni morir.
Cuando la pena nos alcanza / por un compañero perdido / cuando el adiós dolorido / busca en la Fe su esperanza.
En Tu palabra confiamos / con la certeza que Tú / ya le has devuelto a la vida, / ya le has llevado a la luz. / Ya le has devuelto a la vida, / ya le has llevado a la luz.
Cuando, Señor, resucitaste, / todos vencimos contigo / nos regalaste la vida, / como en Betania al amigo.
Si caminamos a tu lado, / no va a faltarnos tu amor, / porque muriendo vivimos / vida más clara y mejor. / Porque muriendo vivimos / vida más clara y mejor.
(La parte en negrita es lo que constituye el himno de las Fuerzas Armadas, en la que en algún cuerpo de las mismas se han introducido algunas pequeñas variantes).
Himno que pudimos escuchar cantado por Ainhoa Arteta en el recuerdo a los caídos durante el último desfile de las Fuerzas Armadas por el paseo de la Castellana de Madrid, el pasado año.
Himno que, tras una «Oración Marinera», cantaron solemnemente los guardiamarinas del Juan Sebastián Elcano como homenaje a los submarinistas fallecidos en aguas del Atlántico sur, en la cercanía del lugar en el que se produjo el trágico hundimiento del submarino argentino ARA San Juan, cuando el 2018 navegaron por allí.
Nos reiteramos, no sobran los aplausos pero faltas las oraciones en todo esto de la pandemia del Covid-19. Oraciones que se podrían pronunciar en las calles y en los balcones tras los aplausos. Incluso no estaría de más rezar algún rosario colectivo desde los balcones.
Y también cantar la canción «La muerte no es el final» por alguno de las voces privilegia-das que nos dejan oír sus conocimientos musicales.
Efectivamente. Nosotros, pensando más en la sed de nuestros lectores que en otra cosa, eludimos hacer referencia a tan noble uso del càntir como es conservar el aceite.