Lopez Obrador y la «pausa»
Está claro, y es evidente, los mensos, como dicen en Méjico –que en español equiparamos a idiotas–, pululan por el mundo entero; no solo los tenemos censados en España sino que, como podemos ver estos días –y días anteriores– también se localizan en el Palacio Nacional –o Palacio Virreinal– asentado en la fastuosa plaza del Zócalo de la ciudad de Méjico debida a los españoles. El actual inquilino del citado palacio, como se puede ver en su credencial –equivalente a nuestro DNI– goza de dos apellidos sin duda completamente aztecas o de cualquier otra cultura mesoamericana, es decir López Obrador.
Pues este simplón, López Obrador, presidente de la República de Méjico, después de despacharse hace unos meses con la sandez de lo mal que habían tratado los españoles a los naturales del país, olvidando la cultura que España introdujo en aquellas tierras, y cómo liberó a los indígenas de las sangrientas ceremonias que ofrendaban a sus dioses y de la esclavitud a la que sometían los poderosos a la población general, incluso del canibalismo que se practicaba, ahora se despacha diciendo que hay que hacer una «pausa» en las relaciones con España, porque, dice, «no queremos que nos roben». Por cuyas declaraciones el ministro de Exteriores de España ha mostrado «sorpresa», cosa que no debería extrañarle a poco que se haya enterado de cómo buena parte de su población están saciados de una educada en el rencor a España cuando deberían estar rezando salves a diario por haberse librado de la colonización inglesa, por ejemplo.
Las manifestaciones de López Obrador nacen en la primera enseñanza. No hay nada más que ir al magnífico Museo Arqueológico y tropezarse con un grupo de niños que están empapándose de las culturas precolombinas y hablar con ellos. Lo que sueltan sobre los orígenes españoles es francamente terrible, de lo que no se ha enterado todavía el ministro de Exteriores a pesar de entrar dentro de sus obligaciones, digo.
Claro que, si escuchamos a Pedro Sánchez y a los mitineros de su partido en la campaña electoral de Castilla-León, de cómo se recreaban en lanzar todo tipo de diatribas contra los españoles que no cohabitan en su partido, habría que compararlos con López Obrador aunque casi habría que salir en defensa de éste ya que los mitineros colgaban el sambenito a sus congéneres, a sus antepasados, a sus padres suponemos –cosa que sin duda entras en el absurdo–, considerándolos unos malnacidos e iletrados, en lugar de reconocer que llevaron al país a uno de los primeros puestos mundiales, por lo que ellos pueden disfrutar en estos momentos del bienestar y libertad de acción del que gozan gracias a unas generaciones anteriores que montaron un país próspero sacándolo del vertedero en el que lo habían sumido sus antepasados políticos allá por los años treinta del siglo pasado, país que se han encontrado a punto de caramelo para que, con inteligencia, buenas maneras, sin recurrir a ideologías obtusas, malos modos, ambiciones desmedidas, lo siguieran elevando para ponerlo a la cabeza de Europa, para lo que entonces solo faltaba un pelín.
Lamentablemente, los mensos, los idiotas, se proliferan en estos tiempos más que las hierbas en los campos cuando llueve copiosamente. En todos los campos. Aquí cerca, en España, o al otro lado del charco, allá en América, y permanentemente en Méjico. ¿Por qué no les entrará la fiebre de limpiar el narcotráfico con fuego si hace falta en lugar de largar sandeces respecto a España? ¿O liberar al país de la dolorosa carga que es «mordida» extendida a todos los niveles y por toda la República? ¿O evitar que el capital emigre fuera de sus fronteras, invirtiéndolo en empresas que den trabajo a los millones de mejicanos que viven malamente por todo el país, como se puede comprobar en los hacinamientos de casuchas en la salida de la ciudad de Méjico hacia Teotihuacán? ¿Por qué dicen que los españoles roban cuando han ido a montar empresas con capital español, empresas que producen productos necesarios para el país y da trabajo a miles de mejicanos, cosa que no hacen ellos?
¡Cuánto necio hay por el mundo! Por ello nosotros acudimos al botijo como talismán. Lo trajeron los fenicios –sabe Dios cuándo fue inventado– y desde entonces ha persistido en la vida española, sin grandes deseos de figurar entre lo mejor de la cerámica, comportándose humildemente y prestando servicio a quien lo necesitaba. Es como si insuflara ciertos poderes, como si tuviera efectos apotropaicos. Hoy, por ejemplo, nos acompaña un botijo estándar al que el alfarero ha sido capaz de decorar bellamente con una sencilla manzana y un prendido de flores.
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