¿Es posible que todavía queden crédulos?
Y a lo peor todavía nos encontramos con que hay un montón de gentes que los cree. No son pocos los que los siguen con los ojos cerrados y solo prestan atención a los sones de las voces que a diario nos indican qué hemos de hacer y cómo, o qué es lo que debemos olvidar para meter en nuestro mollera sus mensajes. Algo así a lo que hicieron las ratas que se prendaron de las notas del flautista de Hamelín. Mucho se ha echado mano de la fábula de los hermanos Grimm a lo largo de los años, pues la leyenda se remonta nada menos que al año 1284, y se seguirá utilizando, ya que la ceguera de los hombres, en ocasiones, es incapaz de darse cuenta de dónde está la verdad o al menos de qué es lo que le conviene, o lo que no. Y, ya sean sones llenos de trampas o palabras mentirosas, se sienten conquistados y siguen a los charlatanes creyendo todo lo que dicen aunque resulte evidente de que detrás de esa parrafada no puede haber una verdad por imposibilidad manifiesta de que pueda serlo.
Ya nos lo dejó dicho Franz Kafka, el escritor del XVIII-XIX que, desde entonces, ha hecho pensar no poco a las gentes: «Por más que animes tanto como quieras a alguien que tiene los ojos vendados a mirar a través de la ventana, no verá jamás. No empezará a ver más que desde el momento en que se quite la venda». Y en España ya llevamos unos cuantos años en los que, si te descuidas un poco, te colocan la venda; por lo que va siendo hora de que muchos españoles se den cuenta y se la quiten, sean capaces de mirar directamente con los ojos al descubierto, y se aperciban de cómo son las cosas en sí, sin esperar a verlas cuando las muestren los encantadores de serpientes.
Es increíble que se olviden promesas y no se tengan en cuenta para reclamarlas en el momento oportuno. En ese caso tenemos la de Pedro Sánchez, en julio de 2020, que aseguró con el aplomo que le caracteriza, que España había derrotado al coronavirus –y seguimos teniendo al enemigo ganando batallas cada día–. O cómo Salvador Illa dijera, en enero de 2021, que pronto se alcanzaría velocidad de crucero en disponer de vacunas –pocas señales ha dado el crucero de llegar a puerto con tanta celeridad–. Y ahora, de nuevo Pedro Sánchez, suelta, sin que se le mueva un pelo, que de tres millones de vacunados que hay en la actualidad pasaremos en cuatro meses a 33 millones –lo que, naturalmente, ha recibido la reprimenda de la Unión Europea diciéndole que el ritmo de suministro de las vacunas para poder cumplir esa promesa solo está en su mano, y por ahora no es posible–. ¡Casi ná! Pero se quedan tan panchos. Y no les pasa nada. Dicen lo que se les ocurre, no pocos se lo creen, y luego no les tienen en cuenta que mintieron. Ni sus huestes salen a la calle a preguntarle dónde están las vacunas para que pueda cumplir sus predicciones, como harían en el caso de que la promesa fuera de otro. Aunque, hay que reconocer, algo se mueve por ahí. Quizá por eso Pedro Sánchez se ha montado un viajecito a Angola y Senegal, con el fin de contemplar el país –España– desde lejos y poder apreciar con otra óptica cómo van las cosas por aquí.
Mientras, Pablo Iglesias, aunque ya no es vicepresidente, toma los mandos de las elecciones madrileñas. Y sin pararse a pensarlo decide meter a los manteros indocumentados en su candidatura, probablemente para darle colorido –comentario que rogamos no sea incluido en el racismo– lo que sin duda es una irregularidad salvo que Pedro Sánchez decida lanzar un Real Decreto con esa modificando en toda la legislación española. Puede que esa decisión de Pablo Iglesias contente a sus seguidores sin trabajo, y sigan por las calles a Pablo Iglesias aireando sus soflamas. Por más que se cuenta que sus compadres de Vallecas ya no lo creen aunque se haya puesto la camisa de cuadros más gastada, los pantalones vaqueros ajados, y el pelo lo haya envuelto en un rebuño con el fin de que no se aprecie lo cuidado que ahora lo lleva. Y él, a quien los juzgados lo tienen cogido con pinzas por diferentes sitios, empeñado en machacar a todo bicho viviente que opine lo contrario a cuanto dice. De esta forma, tiene la jeta de culpar a VOX del berenjenal que se montó en Vallecas cuando intentaban celebrar un acto de precampaña y tratar de impedirlo sus chicos vestidos de negro, contando con el aplauso, por medio de tuiter, del propio Pablo Iglesias, Irene Montero, Echenique y Errejón, ya que estos liberales y demócratas consideran que VOX viene a destruir el país que ellos están construyendo, cuando es todo lo contrario, ya que lo que VOX pretende es normalizarlo. Pero, como decíamos, no son pocos los vallecanos que han puestos tuiter diciendo que ya está bien de aguantar a los podemitas, que va llegando el momento de que desaparezcan.
Sin duda estas elecciones para la presidencia de la Comunidad de Madrid han revuelto todo el cotarro. Pedro Sánchez se equivocó una vez más al querer echar un órdago al país harto de sus enjuagues, pensando que tenía las cartas adecuadas; pero esta vez se encontró con una «manola» madrileña que se le adelantó en la jugada y ahora el truhan de las cartas marcadas anda dando tumbos con palabras vagas, promesas prácticamente irrealizables pues ni siquiera dependen de él como es el caso de las vacunas. La última con la que ha tratado de sorprendernos ha sido el regalo de la responsabilidad del covid-19 al anunciar que el 9 de mayo será el final del estado de alarma y que, a partir de esa fecha, que decida el Consejo Interterritorial. El tipo no ha hecho nada a derechas y como está aburrido de que se lo digan, se lava las manos como Pilatos y dice a las comunidades: ¡Ahí queda eso, arreglaros como podáis! Lo cierto es que probablemente la cosa se arregle mejor, si los presidentes de comunidad son capaces de pensar.
Con el convencimiento de que no todo lo antiguo hay que tirarlo por la borda, como opinan los del progreso y la modernidad, hoy traemos un botijo de Solsona, representante de la cerámica catalana del xix, que es una auténtica pieza de museo.