Esta sí, esta no...
Ese parece ser el fin de la política española: andar en el titubeo que a los enamorados inclina a deshojar la margarita. ¿Por qué lo hacen los enamorados? Quizá someten la decisión de su declaración amorosa a la suerte y por ello espera lo diga la última hojita de la flor. Es como si el destino del enamorado quedara al margen de su deseo. Porque, la suerte, no siempre está en manos del sino, sino que hay otros aspectos en los que entra a formar parte del resultado como es la faena torera donde el maestro pone todo su pundonor. Lo que pase se lo debe a sí mismo, con una parte que se reserva el toro.
Por el contrario, aunque a veces parezca que se echa mano de la flor hasta llegar a la decisión que esta marque para tomar una postura determinada, en el juego de la política se brujulea con todas las mañas posibles, no pocas fabulosas y ficticias, aprovechando los deseos del personal de una nación, de un pueblo, para imponer las ideas, las ambiciones incontenibles, los deseos insospechados. Naturalmente para dar respuesta habría que meterse en el fárrago que supone el estudio de las ideas, la psicología, la siquiatría, la teología, la filosofía y un montón de ciencias que desde hace la pila de años viene revolviendo la mente de los humanos. Cosa que no es fácil hacer en un rato.
Bajando el nivel, entre nosotros, se puede recurrir a menos de un siglo de la historia de España donde se ven ejemplos de todo lo que se quiera uno imaginar. Ahí tenemos la República de 1931 y todo lo que trajo. Nuestro magnífico presidente, que de historia debe saber cantidad, nos dejó dicho el otro día en el Parlamento:
«Señora presidenta, señorías, buenos días. Hoy, 14 de abril, se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República» (grandes aplausos con un descarriado ¡viva!). [...] Los aniversarios nos sirven para reflexionar, poder echar la vista atrás y poder comprobar que hay un vínculo luminoso con nuestro mejor pasado que debemos reivindicar. Aquella República, como escribió Santos Juliá, era un régimen democrático, con el parlamento como centro de vida política, sufragio limpio y el fin del poder político de los caciques. Añadió, que la vida, en fin, sería más igualitaria, libre y justa, como reclamaban los tiempos». [...] Aquel ambicioso proyecto que empezó hoy hace 90 años buscaba la modernización de nuestro estado y de la sociedad española, la consolidación de la paz y la derrota de la dictadura y, por encima de todo, anteponer el valor de la democracia».
Y a continuación recordó que durante ese tiempo se aprobaron medidas legales y jurídicas «muy avanzadas para la época», especialmente para la «clase trabajadora y para las mujeres». Y continuó con que las mujeres, con su derecho en la participación de la vida política, hicieron oír su voz y participaron en la evolución de la sociedad:
«Triunfaron en la política, en la cultura, en el periodismo, en el deporte, en la educación. Aquel proyecto era el primero en la historia de España en apostar por la educación y la ciencia como motores de la prosperidad. También tenía entre sus prioridades la modernización de la economía española».
Como es costumbre en él, lo dijo sin mover una pestaña, con un convencimiento al que no han llegado cientos de historiadores que han hurgado sobre el particular. Porque, estando embalado como andaba el muchacho, se pasó de fecha y continuó con lo que se hizo, no durante la breve República, sino luego durante los 40 años de franquismo.
Mientras, sus juventudes, que visten como los «camisas negra» de las organizaciones violentas de Benito Mussolini, paseando en manifestación, por las calles de Madrid, las banderas de la República y comunista, emparejadas, lo que, suponemos, viene a decirnos que su movimiento político se basa en el comunismo.
Tanto el discurso de Pedro Sánchez como la manifestación de la calle, serán ejemplo para que, cuando llegue el 18 de julio, u otra fecha señalada, otras fuerzas políticas podrán hablar en el Parlamento sobre los 40 años de franquismo, de todas las conquistas sociales, políticas, culturales, humanas que se consiguieron en aquel tiempo, de las que muchas veces echan ellos mano para pasarlas a su haber, y podrán enarbolar por la vía pública banderas con otros colores y distintos emblemas, y cantar las canciones que vengan al caso.
¿O no? ¿Lo impedirá la presidenta del Parlamento en el hemiciclo? ¿La Fuerza Pública tendrá instrucciones de no permitir la manifestación? ¿Sacarán a relucir la libertad que pregonan estos falsarios?
Aunque lo deseable sería que para esa fecha, la del 18 de julio, ya hubiera sido sacada esta chusma de todas las instituciones del Estado, de todas. Lo vemos demasiado pronto, pero la esperanza nunca se pierde. Habrá que empezar por la Comunidad de Madrid para que vayan tomando nota por el resto de España.