Un Gobierno 0, o sea de calabaza
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Honoré de Balzac, escritor francés como sabemos, que en sus innumerables novelas trató de retratar a la sociedad francesa de su tiempo, en cierta ocasión dijo que «los gobiernos pasan, las sociedades mueren, la policía es eterna». Y no le faltaba razón. Por mucho que se empeñen, los gobiernos tienen fecha de caducidad como todas las cosas de este mundo; las sociedades perecen porque van siendo sustituidas por otras con diferentes rasgos, distintas costumbres, distintos deseos y ambiciones, como vemos cada día, sobre todo en este tiempo que nos ha tocado vivir; pero la policía apenas ha variado.
Habrá aprendido algunas cosas, habrá adoptado medios más modernos, habrá modificado sus uniformes… pero los fines para los que ha sido creada se han mantenido a lo largo de los años, y un policía de hoy tiene los mismos objetivos que otro del tiempo de Balzac y la forma de llevarlos a cabo no difiere mucho de cómo eran en aquellos años del siglo XIX.
Cada uno de nosotros hemos visto pasar más de un gobierno, con distinta fachenda, intenciones disímiles de los otros, ambiciones variadas y formas desiguales de ejercitar su trabajo. Y parejo con ellos se iban sucediendo las sociedades, pues éstas, quizá sin proponérselo, probablemente sin darse cuenta, van reflejando en su diario quehacer lo que arrastran las conductas de los gobiernos; son como su espejo. Pasa en todos los tiempos. Unas veces más, otras menos, en ese constante vaivén que impulsa la vida.
En unas ocasiones surgen personas o grupos disconformes con los manejos que se traen los gobiernos, en otras oportunidades esos grupos se ven convertiros en olas y las minorías individuales crecen como la mies en los sembrados. En una de esas oscilaciones nos hallamos ahora.
Existe un gobierno inepto para tutelar los acervos que tiene encomendados por carencia de visión o conocimientos para ello, existe una sociedad que se va desmoronando día a día sin querer darse cuenta del derrotero que lleva, a lo que hemos de sumar la compañía de la pandemia del coronavirus, por incapacidad de los primeros en saber ejercer la autoridad ante una parte de la población civil que no respeta ninguna de las normas que se adoptan para intentar cortar esa calamidad, mientras otra parte ve caer sobre sus espaldas la ruina de toda una vida de trabajo sin posibilidad de poner medios para impedirlo.
Solo permanece inmutable la policía que Balzac califica de eterna, aunque, teniendo en cuenta que ejerce su función por indicación del gobierno, al carecer de las instrucciones correspondientes, no puede cumplir con las actuaciones que tendría que poner en marcha para evitarlo, fundamentalmente por la inmovilidad de ese gobierno que está más atento a intereses espurios que al bien de la ciudadanía, o por inhabilidad de saber cómo hay que ejercer esa la autoridad y cuándo.
Todo viene, como hemos dicho, de la incapacidad de los actores públicos. Cada día nos dan ejemplo con su comportamiento, con sus manifestaciones. Un ejemplo de estos días lo tenemos en Irene Montero, la ministra de Igualdad y otras cosas más, que estos días está dicharachera con los problemas que surgen en torno a su compañero; por ejemplo, opina que, caso de imputar el Tribunal Supremo a su chico, Pablo Iglesias, por las acciones contra los intereses de la nación, se produciría «un escándalo internacional», además de «inconcebible», pues entiende que todos los trapicheos llevados a cabo hasta el momento por el sujeto mencionado son normales y en ningún momento se aproximan a lo delictivo; consideración que no tiene en cuenta si un grupo de españoles llena de banderas nacionales una pradera en memoria de los fallecidos por el covid-19, pues eso si es atentar contra no se sabe qué.
O se lanza a acusar a Pablo Casado por, según ella, «estar utilizando todas las herramientas –¡qué querencia tiene por la palabra herramientas!– a su alcance contra el Gobierno de coalición por el caso de renovación del Consejo General del Poder Judicial», cuando lo que hace el presidente del PP no es otra cosa que intentar hacer cumplir la Constitución, para lo cual ha anunciado que preparará una propuesta de ley sobre despolitización de la elección de los vocales del CGPJ, cosa que también mira con mucho cuidado la Unión Europea, pues lo ha puesto de manifiesto.
Incluso se atreve a decir que, «en su opinión, es insostenible que un partido condicione el cumplimiento de la constitución» cuando la están asaltando como piratas abordando a un galeón en pleno océano. Hasta se ha lanzado esta tía –en expresión suya–, en los últimos días, a acusar a las familias españolas porque, según ella, dan más facilidades a los hijos varones que a las féminas en el uso de internet. ¡Será imbécil la excelentísima señora! Todo ello demuestra que tiene razón el refrán que asegura que «el hábito no hace al monje»
Honoré de Balzac, suponemos, al hablar de que los gobiernos pasan, no solo se refiere a los que, cumplido el periodo para el que fueron elegidos, dejan el puesto a otro gobierno que le sustituye siguiendo las normas establecidas para ello; sino que también desaparecen porque su incapacidad, los contubernios en los que andan metidos, las intrigas que se traen entre manos, los han hecho insoportables y la sociedad ha tenido que echarlos, más o menos violentamente, del lugar que ocupaban indignamente.
Y no se puede decir que nosotros no estemos en esa tesitura, que no vivamos impregnados de indignación y hayamos aguantado ya demasiados carros y carretas de esta cuadrilla de trepadores incapaces de llevar las riendas de un país como España. Si nos fijamos hoy en la ministra Irene Montero, no es porque la tengamos especial tirria –que también, por su necedad natural que continuamente la impelen a decir tonterías y memeces, sin saber de qué habla en la mayoría de los casos, haciendo uso de una fecunda verborrea que podría utilizar mejor en otro ambiente– sino porque es un ejemplo vivo que se repite en no pocos de los restantes miembros del gobierno aunque en diferentes aspectos.