Guadalajara en un llano...
Evidentemente, en Méjico no faltan las lagunas. Como no falta de nada en cuestión ambiental dado la extensión de su territorio, la diferencia de su clima, la proximidad al mar o su alejamiento, las placas tectónicas próximas, las montañas con sus volcanes y las zonas esteparias,... En Méjico, insisto, podemos encontrar de todo. Incluso presidentes que rayan en la imbecilidad.
En cuestión de lagos o lagunas, podemos hacer un recorrido por ellos y quedar pasmados. Siendo de destacar, el lago Pátzcuaro (en Michoacán), el lago Chapala (el más grande del país, en Guadalajara), el lago Camécuaro (en Morella), las lagunas de Montebello (en Tuxla Gutiérrez), el lago Colón (en San Cristóbal de las Casas), y un largo etcétera, a lo que podemos sumar los celotes, destacando de entre ellos el de Sac Actum (en Quintana Roo).
En el Distrito Federal apenas nos tropezamos con dos lagunas, una vez que prácticamente desapareció la de Texcoco al construirse poco a poco la ciudad de Méjico; sólo quedan la del bosque de Chapultepec y la de Xochimilco, lugar, éste, que uno tiene la obligación de visitar al menos una vez para, mientras navega por los canales que lo conforman en una de las barcazas decoradas a lo mejicano, escuchar las canciones que va desgranando un mariachi, tomar unos totopos con mole, una sopa de lima, unas enchiladas, unos burritos, unos chapulines si viene al caso, o cualquier otro plato de la cocina popular, o comprando chucherías, todo ello de barca a barca, y dejándose llevar relajadamente, sin traer a la mente problemas complejos... A su vez, por Los Pinos, que es el palacio en el que vive el presidente de Méjico, sin duda han pasado no pocos depredadores.
Méjico es un país al que uno se engancha enseguida, pero que no resulta fácil de comprender ni posible de llegar al interior de sus habitantes. En él, los hay que hablan como el actual presidente de Méjico, Andrés Manuel López Obrador, tirando a asnos, y sus conocimientos no deben pasar de lo que le enseñaron en primaria cuando el maestro que explicaba la historia de su país hacía hincapié de lo malo que fueron los conquistadores, que cuando aparecieron por allí con sus corazas y sus caballos, les llevaron la cultura occidental, terminaron con la salvajadas de sus culturas ancestrales, construyeron las mejores edificaciones que todavía podemos ver porque perviven gloriosamente hoy día, se beneficiaron de las disposiciones de una reina católica que inventó para ellos los derechos humanos en su lecho de muerte, mezclaron su sangre con la indígena (no como hicieron otros conquistadores posteriores cuando aparecieron por América que fueron exterminando a las razas aborígenes), les crearon universidades, y un largo etcétera. Y esos broncos que viven en Los Pinos, o en otros muchos sitios, al decir sus sandeces, olvidan que ¡son ellos los descendientes de aquellos tipos horribles que los colonizaron!
Lamentablemente, la leyenda negra ha primado en Méjico, fabricada y extendida por los propios descendientes mejicanos, con más o menos mezcla de sangre. Ha pervivido desde mucho tiempo atrás, se ha modernizado con las nuevas enseñanzas, en lo que no tuvieron poca influencia los españoles que, al final de la guerra civil, huyeron en esa dirección acompañados del «Vita» y el dinero que contenía.
Aunque, digámoslo, no todos ellos son así. Hemos de reconocer que los hay –universitarios y de andar por la calle– que reconocen lo que España dejó en sus descubrimiento, bien a través de los avezados y atrevidos soldados, bien por la labor realizada por los misioneros que al tiempo que enseñaban la fe de Cristo lo hacían del idioma de Castilla o traducían sus saberes a los idiomas nativos. Porque en todas partes hay gente más diestra que otra, más abierta de cacumen, más inteligente en resumen, que es capaz de apreciar dónde se encuentra la verdad y dónde la mentira o el mito. Y, por otro lado, tenemos a los menos favorecidos, los que viven con la mente obturada y les importa una higa la verdad manteniendo las letanías de los «enterados» que propagan lo incierto y en vez de disfrutar de lo que recibieron de sus ancestros, los primigenios españoles que pisaron aquellas tierras mejorándolo, sus antepasados, llevan siglos liados en rencillas, guerras de todo tipo, sangrías de diferentes características, jugando a ver quién manda más y quién llena antes la bolsa. Pongamos algunos ejemplos.
Primero, si nos ponemos a remover el ambiente, enseguida nos daremos cuenta de que en Méjico hay diferentes capas de gente, que viven de forma distinta y persiguen ambiciones muy dispares. En este apartado deseamos situar la casta más elevada, la que se considera más limpia de indigenismo, de piel más clara, y que pretende ser la que ostenta el mando de todo, y acumula riquezas desde pequeñas a descomunales. Estos viven para el dinero y lo persiguen allá por donde aparece la posibilidad de captarlo. Viven para ellos, les importa muy poco los del estrato intermedio y nada los del estrato prácticamente indígena o con menos sangre blanca. En este campo se encuentran no pocos de los López Obrador que produce el país.
Segundo, lo que, en un momento de intimidad, me contó un parlanchín que lo sabía de primera mano, respecto a un hecho acaecido hacía años: un presidente de los mejores que ha tenido el país y que pegó un buen empujón para su crecimiento, cuando tomó posesión reunió a todo su gabinete y los emplazó para que en un tiempo relativamente breve cada uno de ellos le presentara un informe de las necesidades que tenía el país en lo concerniente a su departamento, con una orientación del coste que podía alcanzar toda la obra a realizar; así se hizo y en el lapso de tiempo previsto, cada quien apareció con la tarea realizada; se estudió cada uno de los temas, se aprobaron y al terminar, el presidente les indicó que de los presupuestos aprobados un porcentaje se lo reservaran a él, sin más aclaraciones. Se cumplieron los planes, se tuvo en cuenta el citado porcentaje, y el presidente hizo su fortuna sin tener que estar pendiente de sacar de aquí o de allí su dinerito durante los cuatro años de mandato, como era costumbre.
Y va la tercera. De esta podremos decir incluso el nombre del interfecto dado que es pública la felonía. Allá por 1982, siendo presidente José Guillermo López Portillo, sin pensarlo dos veces, se puso a construir cuatro mansiones y una biblioteca en un amplio terrero a las afueras del DF que formaba una pequeña colina, de importantes dimensiones, con recursos del Estado, que hizo suyo y que el pueblo llano dio en llamar la colina del perro, pues este apelativo se había ganado; la verdad es que no llegó a disfrutar las mansiones en calma, pues inmediatamente se presentaron demandas contra la construcción y la propiedad y 36 años después se habían derruido.
Y podría contar un rosario de la actitud de personajes de cualquier tipo que encontraban alguna argucia para medrar indebidamente.
Como también podría hablar ampliamente del comportamiento de los indígenas que, a pesar de su hermetismo, fueron los que me transmitieron más cariño durante mi estancia. Por ejemplo, la primera vez que estuve en Méjico, como todo turista, el domingo fui al mercado de La Lagunilla (el rastro madrileño, pero a lo bestia), y encontrándose mi esposa hurgando entre las baratijas de bisutería que tenía un indígena de bastante edad, éste nos hizo la pregunta de si éramos españoles; al confirmarle que sí, su respuesta fue: «den abrazos a los queridos amigos españoles». Si consigues entrar en un indígena, estos gestos los podréis tener en cantidad.
Y como forma de ser del nativo, podría hablar de lo que es la festividad de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre en «la villa», donde está la catedral y la moderna basílica, lugar al que acuden ese día varios millones de personas, no pocas trasportando un altarcillo con la imagen de la Virgen y flores a discreción, que desde hace días y desde muchos kilómetros, vienen andando, portando el altarcillo a cuestas, durmiendo donde les pilla la noche, y rezando a su Virgen por el camino. O de la visita que hice a Papantla, pueblo del Estado de Veracruz, conocida como ciudad del perfume por ser el lugar de mayor cultivo de vainilla, donde asistí a una misa dominical, quizá poco parecida a la nuestra, pero que impulsaba a soltar unas lentas lágrimas que iban directas al corazón por la fe que se intuía en la feligresía, admirando la vestimenta de los asistentes de un blanco que deslumbraba; al terminar asistí a dos espectáculos en honor del Cristo Rey titular de la parroquia; primero un baile de hombres mezcla de indígenas y conquistadores (estos representando que iban en caballos de cartón), que terminaba con el abrazo entre hermanos; y, en segundo lugar, la danza de los voladores que no puede faltar en ningún acto mejicano que se precie, y cuyo origen está precisamente en Papantla.
Todos estos retazos que he ido soltando un poco deslavazados tienen por misión manifestar que Méjico es un país difícil, en el que viven los ansiosos de dinero que lo sacan de donde sea para convertirlo en dólares y situarlo en USA; los que quisieren ser como esos pero se han de limitar a trabajar por un sueldo procurando ser considerados del mismo color de piel que los anteriores; y los indios de diferentes categorías y color de piel que viven trabajando sin descanso o como pueden, poco apreciados en un mundo que hablan mal de la conquista y colonización española. Entre unos y otros se esconden los perros.
Y, mientras, los zánganos como Andrés Manuel López Obrador, diciendo sandeces, demostrando su ignorancia y su incapacidad de hacer algo positivo por su país. Que tendría que empezar por la limpieza de las mordidas a todo nivel, después creando empresas para que puedan trabajar todos los mejicanos que andan dando tumbos de un lado para otro y que suelen ser unos manitas, prohibiendo el escape de dólares con el fin de que sean invertidos en el propio país, permitiendo que el capital extranjero los industrialice en un montón de sectores donde hay una mano de obra capacitada y despreciada, buscando la mejor vida para toda la población indígena que anda tratando de conseguir algo de comer en las calles del DF.
Tienen mucho que hacer y para ello necesitan hombres capaces y honestos y no sandios como López Obrador. Y mujeres, que no marginamos, pues hablamos de hombres en sentido bíblico.