La herramienta sexual de Irene
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Como, según el refrán, «todos los santos tienen octava», no importa sacar a colación esta frase asombrosa que hace una semana, día más día menos, Irene Montero, la ministra de Igualdad y no sé qué zarandajas más, había pronunciado al anunciarnos que va a cargarse la ley del aborto de 2015 que modificaba en alguna medida la de 1985, porque no era admisible que para que pudieran abortar las menores de 16 años tuviera que ser con el permiso paterno, pues ya se sabe, eso de abortar es como fumarse un porro, ponerse morada de calimocho o lo que más guste en cuestión alcohólica, cosa que se puede hacer a cualquier edad sin que los «millennials» se metan en unos asuntos que ellos saben dirigir perfectamente, que para eso son de la generación de los Z.
Porque, ¿quién puede mandar sobre los cuerpos de las mujeres mejor que ellas mismas? Y si son ellas las que mandan sobre sus cuerpos, tienen todos los derechos a decidir lo que quieren hacer con ellos y, por ende, echar fuera ese inconveniente que se ha implantado en su interior sin permiso, porque no se tomó la píldora un día, o tenían tanta prisa que el muchacho al que acababa de conocer, y molaba mucho, no se puso el preservativo.
Para evitar que la mujer, por descuido, cayera en esos problemas tan molestos, la ministra de Igualdad y otras zarandajas estaba trabajando sobre novedosas formas de anticoncepción y prevención para la promoción sexual y reproductiva sobre la población española, que andaba un poco rancia por seguir apoyada en ideas de tiempos pasados; es decir, intentando poner en funcionamiento una educación que sirviera como herramienta que permitiera vivir la vida libre que se merecen las mujeres. Por lo que vemos, esta chica, además de ser un raro elemento feminista proabortiva, pues vive gracias a que su madre cometió el pecado de no abortarla –en el que ha caído ella misma al quedar embarazada de su muchacho en dos ocasiones sin que abortara la niña cuando cometió el primer error o los mellizos del segundo tropiezo–, se hace un lío con las palabras que contiene el diccionario de la RAE, toda vez que asegurar que para ello va a crear una «herramienta» de educación sexual para que se entiendan mejor el hombre y la mujer, lleven unas relaciones más en consonancia con los nuevos tiempos, etc., lo que nos parece una burrada de mucho pintón.
Porque la relación entre hombre y mujer nunca se ha entendido como producida en una fragua al machacar el herrero el martillo sobre el hierro incandescente; ni porque sus cuerpos sean cosidos por una grapadora, lo que sería difícil y complicado; etc. La relación entre hombre y mujer se vale de otros medios que nos hace aproximarnos a la persona que nos atrae como si tuviera un imán, que nos encandila cuando establecemos contacto con ella aunque sea mínimo, que soñamos con ella como si fuera la más bella del mundo aunque realmente sea un adefesio, y a la que deseamos tener con nosotros siempre, aunque, a veces, con el paso del tiempo, lleguen a quebrarse todos esos síntomas, quedando en la nada.
Esta mujer, Irene Montero, que dice y hace tantas sandeces, debe estar en la idea de que el hombre y la mujer han nacido para arrejuntarse en un coito con los ojos tapados, e insensibles a otros valores sintomáticos, y salvo para aparearse como animales irracionales. ¿Es eso lo que la une a su compañero Pablo Iglesias? Debería hacerlo constar en el prólogo de la nueva ley, si la llega a redactar, como ejemplo de sus pensamientos y forma de entender la vida. Y tener también en cuenta en el articulado el ejemplo que pueda dar su pareja en el caso de que eche una canita al aire en sus momentos de vida libre, todo ello para ilustrar al personal sobre las diferentes herramientas que al respecto existen con el fin de ampliar la experiencia individual al respecto.
Lo cierto es que no parece que esta pareja de compañeros tenga nada que enseñarnos. Respecto al sexo, cada cual lleva una idea prendida en el ADN con el que nos ha dotado El Creador, y de relaciones y entendimiento con el sexo contrario también va provisto de la herramienta del amor desde la temprana edad, desde la época colegial, pues ¿quién no ha sentido un pálpito especial por alguna niña de la clase, quién no ha soñado con ese compañero de sexo opuesto del pupitre de al lado, quién no ha intentado robar un casto beso al otro?
A estas alturas no hace ninguna falta que la indocumentada ministra de Igualdad y otras zarandajas nos diga cómo hemos de vivir, qué nos ha de gustar, cómo hemos de comportarnos ante el otro yo,… Eso lo llevamos dentro. Como, suponemos, lo llevan ella y su compañero, pues han demostrado fehacientemente que no se quedan atrás procreando sin abortar.
Hay herramientas, como el botijo, que no cambian. Nació con una hechura y la sigue manteniendo a pesar de que algunos intenten cambiarla. Y sirven para lo que fueron creados y no para otra cosa. El ser humano, con mucha más razón, se basa en unos principios recibidos al nacer, haciendo uso del libre albedrío del que también fue dotado, y siguiendo todo su camino existencial con el mismo ADN aunque cada individuo intente cambiar las virtudes que en él se comprenden, y se empeñe en sustituirlas por vicios y maldades opuestas.
Es como la herramienta del amor: existe desde el inicio de los tiempos aunque en ocasiones se intente romperla, cambiarla, prostituir. El amor verdadero permanece absolutamente limpio.