La invasión de las pateras
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Como católico apostólico romano –aunque discrepe de determinadas actuaciones– estoy convencido de que hay que ayudar al menesteroso, es preciso embarcarse lo posible y lo imposible para evitar la pandemia del hambre que se extiende por el mundo entero que los gobiernos no son capaces de solucionar en el propio terreno donde tiene lugar y todavía menos a nivel universal.
La ONU, cosa que no es preciso jurar, es la negación para casi todo, pero en este tema alcanza cotas excepcionales, ya que todo lo más que hace es conformarse con enviar a los lugares más condenados por el hambre –y todo tipo de necesidades– a delegados de muchísimo tronío entre las estrellas de Hollywood y algún político importante de los que no tienen ninguna ocupación concreta que realizar para ganarse el sueldo. En algunos casos las ONGs cumplen su cometido, pero actuando como floreros, pues también sirven para que viajen determinados personajes para hacerse la foto.
Y, como casi siempre en estos casos –y en otros también–, es la Iglesia católica la que más anda por el mundo tratando de solucionar estos problemas del hambre, aportando la contribución de las buenas almas que la entregan óbolos en cuantías variadas según su capacidad, y, lo que es más importante, con el sacrificio de sus misioneros, esos seres abnegados que no conoce nadie y que llegan hasta los rincones más perdidos el mundo, aguantando sinsabores difíciles de imaginar, guerras de todo tipo, sufrimientos continuos, asesinatos allá donde están haciendo el bien, dedicando una vida que no comprendemos a cuidar de los sin techo, los privados de llevarse algo a la boca, en lugares abandonados por todos, despreciados por sus propios compatriotas que en las ciudades disfrutan de una vida holgada, sin que los organismos internacionales sepan qué hacer al respecto, mirando para otro lado, perdiendo el tiempo en discusiones bizantinas y gastando el dinero en estupideces o en intentar cambiar el mundo hacia ideas y costumbres contrarias a las razones del nacimiento de las gentes.
Pero sin reflexionar sus decisiones al respecto cuando las toma, sin tener en cuenta qué es lo más acertado para ir arraigando correctamente a toda esa gente abandonada en lugares donde puedan realizar trabajos para conseguir el sustento necesario y la industria que los facilite un avanza en la conquista de un futuro mejor.
Porque una cosa es que se intente ayudar a quien no tiene, y otra que tengan que emigrar para invadir lugares sin capacidad de absorción de tantas personas como intentan solucionar su problema donde no hay lugar para ello. Toda vez que si la capacidad de nuestro país admite a un número de inmigrantes determinado, es justo que los tomemos y tratemos de ayudarlos a mejorar su vida, a formar una familia, a crecer en todos los aspectos.
Pero si resulta que tenemos un paro descomunal, nos crecen por todos lados las necesidades e incluso el hambre vuelve a hacerse presente entre nosotros, admitir a más hambrientos no es solución para ellos y es un mayor agobio para quienes se ven obligados por la fuerza a recibirlos.
Y, por otro lado, la inmigración ha de plantearse bajo ciertas condiciones. Si resulta que para los nativos se dictan normas incluso extremas para la convivencia, no es admisible que se reciba un alud de seres humanos sin quedar realmente sometidos a ninguna norma, pues se elude pensar que andan por el país gente que no se sabe de qué come, dónde viven, cómo cubre sus más mínimas necesidades.
Es una hipocresía deshumanizada dejarlos para que vivan como puedan, que se las arreglen según su ingenio o…, con el hurto, cosa que puede llegar a considerar como lógica, surgiendo la violencia, el asalto a viviendas, incluso el asesinato… caso de quienes no sean ya aficionados a ello y la necesidad desate en ellos esa ponzoña.
La inmigración debe ser controlada y limitada a las posibilidades de absorción; exigiendo las normas de convivencia a los que lleguen a nuestros lares, incluyendo la de hacerse a nuestra forma de ser y vivir y en ningún caso admitir que creen guetos alejados, con costumbres contrarias, sin voluntad de incardinarse a la población natural del lugar.
Y es fundamental conocer la voluntad de los individuos al incorporarse a un nuevo lugar. En los tiempos que corren se va apreciando que algunas etnias de las que llegan portan ideologías distintas y son practicantes de creencias diferentes a las que imperan en el país de recepción, o al menos disímiles a las que formaron la cultura predominante en el mismo, lo que se valúa como intento de conquista, de imposición de sus costumbres, de coaccionar la vida de los naturales mediante sus creencias; en cuyo caso no se ha de admitir a ningún individuo, sino expulsarlos de inmediato, y mucho menos dejarles ejercer libremente su ministerio.
Y en ese intento de penetración suenan las marimbas desconocidos individuos que promueven el nuevo orden mundial, el poder sobre todo el orbe. Y junto a ellos están los mequetrefes y badulaques que se conforman con el plato de lentejas. Porque –y puede estar incurso en el bulo o falsedad lo que decimos– se dice que el gobierno ha pactado con Soros el tema de la invasión de nuestras costar por marroquíes y procedentes de otros países limítrofes, en cuya operación han dejado descansar las costas de la parte sur de la Península para ocupar con ímpetu las islas Canarias.
Se da el caso de que el ministro del Interior ha purgado al jefe de la Guardia Civil de Canarias, mantiene por un lado que no enviará magrebíes a la Península porque no lo permite la Unión Europea obligando a ésta a desmentir tal aseveración, meten a los invasores en hoteles como si fueran turistas de Centroeuropa, montan campamentos para mantenerlos durante las 72 horas que han de mediar para la expulsión a sus respectivos países pero la estancia se hace eterna, regalamos a Marruecos unos todoterreno por valor de ocho millones de euros cuando los escatimamos a la Guardia Civil para que se enfrente a los narcotraficantes, somos capaces de tener almacenado durante cinco años un radar que costó seis millones de euros adquirirlo para detectar las pateras,…
Como todo lo de este Gobierno, el tema de los inmigrantes es oscuro por demás, tal cual resultan ser los procesos contra Podemos, las aseveraciones de Pedro Sánchez que nos regala con una disertación de más de media hora en la noche del viernes para decirnos que, como él es muy listo, va a ponernos a todos los españoles la vacuna antivirus antes que lo hagan otros países del mundo mundial, y con eso pretende entretenernos para que no nos fijemos en la marcha que han cogido de ir apoderándose de las instituciones y avasallar los poderes del Estado con sus continuos tejemanejes.
A lo que, naturalmente, nosotros, junto con todos los españoles que salieron en la mañana del sábado en todas las capitales del país para decir «no es no» a la Ley de enseñanza de la Celaá, a la invasión consentida de africanos –o de cualquier otro continente–, y a su permanencia en el Gobierno dada su inutilidad, su falsedad, sus miserables intenciones, etc. ¡Son tantos los motivos por los cuales hay que apear a este Gobierno del potro, que resulta arduorelacionarlos!
¡Que Dios la acompañe durante muchos años! Más podría haber reproducido a una manchega bailando una jota acompañada de rondalla de bandurrias, laúdes, almirez, panderos, panderetas y botellas de anís el mono… No obstante, para tomar un trago en estos días entre brumosos y soleados, como es nuestra intención, vale el botijo de Clareli.