Largo me lo fiais...
Pedro Sánchez se ha lanzado como un atleta de declathon a solucionar todos los problemas de España. Ha juntado a cien expertos –¿serán otros o los mismos que utilizó para enfrentarse con el covid-19? ¡Sabe Dios! Pues unos y otros permanecen en el anonimato– y le han redactado un tocho de muchas páginas para llevar a la UE, en cuyo volumen todas las aspiraciones de España se ajustan a las normas o acuerdos UE-8. Ello nos indica que los mencionados expertos no han tenido que romperse demasiado la cabeza, pues con ir copiando tenían bastante para definir el programa de España para su recuperación. Quizá siguieron los consejos de Pedro en cuanto a manifestar por escrito sus quereres: copiar y más copiar como cuando redactó la tesis de su doctorado o el libro que publicó posteriormente.
En lo que Pedro nos dijo el otro día por la tele no mencionaba la forma de acoplar sus directrices a las que aparecen en los EU-8. Por otro lado, a tenor de los comentarios que andan por ahí, los redactores de esas conclusiones no están de acuerdo con ellas debido a lo difícil, si no imposible, de llevarlas a cabo teniendo en cuenta las andanzas en las que andamos en nuestro país con los temas económicos, laborales, de población y natalidad, educación y formación, etc. Porque todos los desmanes ocasionados mediante los decreto ley de la época de la pandemia, que ahora son ya leyes firmes, van en contra de cómo se ha de enfocar la política en España y la vida de los españoles.
Y eso es difícil, pues, como vemos en la manifestación de la ministra de trabajo y vicepresidenta tercera del Gobierno, Yolanda Díaz, está empeñada en cargarse la ley puesta en marcha por Ra-oy que permitió que España saliera del hoyo en los peores años pasados, cuando es contrario a lo que piensan en Bruselas, y a lo que opina la ministra de Economía y vicepresidenta segunda del Gobierno, Nadia Calviño, quien considera que hay que seguir una senda completamente distinta a la de la ministra de trabajo. En lugar de seguir elevando la bandera de Pablo Iglesias respecto a cómo han de ir los temas económico-laborales, hay que arriarla totalmente, pues la cuestión económica va por caminos distintos a las ideologías que esta izquierda arriscada intenta imponer.
Evidentemente, este Pedro Sánchez no anda muy centrado en cómo se ha de gobernar el país, y se lanza al ruedo pensando en el año 2050 sin hacer lo necesario para ir saliendo poco a poco del tremendo enredo en el que estamos, venciendo definitivamente a la pandemia sin ponerse a discutir qué vacunas sí y cuáles no; haciendo lo necesario para que las empresas empiecen a fabricar a precio competitivo los productos que elaboran buscando el mercado internacional; atrayendo el dinero que se ha ido a otros países más seguros; poniendo a trabajar a los miles de personas que viven de las subvenciones o la mendicidad; fomentando que todos los embarazos que tengan lugar en España se conviertan en posibles españoles para que dentro de unos años ayuden a levantar el país, en lugar de promover el aborto; despejando la cabeza de la obsesión de convertir a España en el país más adelantado en la lucha con el HO2, para lo cual encarecerán no poco los productos de primera necesidad; etcétera. Es decir, pensando en el hoy y el mañana más que en el próximo o siguientes años, pues mal se llegará a esa meta lejana si no se consigue ir arreglando los problemas de cada día.
No es cosa baladí. Los españoles son muy dados a las frases hechas, a los refranes, y por ello reaccionarios a las promesas a porrillo, sacando del baúl alguna de las sentencias que ponen en cuarentena los sueños inimaginables que puedan surgir por doquier así como los proyectos grandiosos a largo plazo, pues está demostrado que muchos de esos proyectos, en no pocas ocasiones, se suelen olvidar con el pasar de los días, en otras son desvanecidos por los vaivenes del destino, cuando no resultan imposibles de llevar a cabo por lo quiméricos que resultan, salidos de mentes alejadas de la realidad.
En la literatura española lo encontramos reflejado en no pocas ocasiones. Así, el don Juan de El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, allá por 1616, puso en circulación la célebre frase de «Cuán largo me lo fiais», dado que no confiaba demasiado en la lejanía, sino en lo próximo: «No hay plazo que no llegue / ni deuda que no se pague / (...) ¿Mientras en mundo viva / no es justo que diga nadie: / ¡Cuán largo me lo fiais! / siendo tan breve el cobrarse?». Años después, sería José Zorrilla, cuando, en 1844, pone en escena su Don Juan Tenorio, quien recurre igualmente a encajaren las quejas de don Juan el «Cuán largo me lo fiais». Y no podemos olvidar que también don Quijote toma la frase cuando dice: «Cuán largo me lo fiais, amigo Sancho», al recordar a su escudero los vaivenes del destino y la fragilidad de los sueños que están expuestos a las contingencias del tiempo.
Pues poner toda la ilusión en 2050, año en el que seguro no estaré yo y no sabemos cómo se encontrará Pedro Sánchez, es demasiado; y no digamos cómo andará el mundo si pensamos en esas contingencias del tiempo en las que piensan tanto don Juan como don Quijote; sin duda no deja de ser un atrevimiento exagerado. Incluso estarán de acuerdo los expertos, que son gente de andar más por la tierra que por las nubes, piensan que en España se producirá una fase de estancamiento en las próximas tres décadas que influirán en el devenir de la historia a todos los efectos. Y sin duda, por lo que dicen todos los diseños económicos, habrá que tener muy en cuenta el efecto demográfico; y será preciso aumentar la eficiencia en todos los aspectos según se prevé en los estudios, lo que no se conseguirá con los planes económicos tal como los plantea la ministra de trabajo; y no digamos lo que puede ocurrir a lo largo de tantos años si se produce el plan apocalíptico de Pedro en el que habrá más sequías, se originarán más incendios, vendrán más olas de calor, padeceremos más lluvias torrenciales, nos avasallarán mayor transmisión de enfermedades que podrían dar lugar a nuevos virus como el dengue, el zika o el virus del Nilo. Con ministras como Irene Montero pienso que no resultará posible solucionar nada de lo que nos espera, ni a corto plazo ni para el año 50. Ni subiendo los impuestos sobre la gasolina y el diésel para que los vehículos no emitan dióxido de carbono.
Con el plan de priorización de inversiones Pedro Sánchez no lo tiene solucionado todo hasta el 2050. Hace falta saber hacer las cosas, y él ha demostrado, en el tiempo que lleva como presidente del Gobierno, que no tiene ni idea de qué es gobernar. Ya nos dejó dicho Bertolt Brecht que «el peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa en acontecimientos políticos. No sabe que del costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas». Y Franz Kafka pensaba que «toda revolución se evapora y deja atrás solo el limo de una nueva burocracia»; puede verlo de su hacer diario, de lo que Pablo Iglesias ha aportado a España solo o en su compañía.
Nos queda Cicerón para ayudarnos a abrir los ojos. Con la contundencia que utilizaba para soltar sus máximas, un día dijo que «el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes». A poco que pensemos nos daremos cuenta de que Pedro anda por ese camino desde que asaltó el parlamento para hacerse presidente del Gobierno. Derrotero del que hay que escapar lo antes posible para seguir el que nos marcó Cicerón; hemos de andar recorriendo con mesura el día a día sin hacer demasiado caso a aquellos que nos sugiera pensar que lo fiemos demasiado largo, sobre todo cuando Pedro lo trata de ganar en breve plazo.