La libertad de expresión
Es de broma. El que más y el que menos anda estos días defendiendo la libertad de expresión. Para ello se emplea todo tipo de acciones y artimañas. Y todos contentos. ¿O no? Pues parece que son pocos los que quedan contentos. Entre otras razones porque los que más proclaman la libertad de expresión son los primeros que la atacan y promueven leyes nefastas tanto para el pueblo español como para el país. ¿Por qué? Porque cada quien quiere su libertad pero no la del de enfrente. Que se lo pregunten al máximo representantes del comunismo en estas tierras estos días, Pablo Iglesias, quien no considera derecho de libertad de expresión que un señor se pasee ante su casa con la bandera de su país escuchando el correspondiente himno nacional, mientras que él puede largar por su boca todos los adjetivos que considere oportunos sobre el partido político VOX y sus dirigentes. O basta con oír o estar atento a los twitter del señor Echenique que no deja de ser un simplón que suelta cada vez que tiene ocasión alguna de las frases o pensamientos con los que ha amueblado su cabeza, sin que tengan mucho de lógico, y menos en su caso personal.
Menos mal que los medios de comunicación –con la excepción de casi todas las televisiones, fundamentalmente la emisora que pagamos todos los españoles generosamente– se va espabilando –con la mesura que impone las subvenciones que reparte el Gobierno–, salvo en el campo digital donde, afortunadamente, surgen menos escrúpulos en hablar claro y, si llega el caso, desmelenarse en lo que resulte necesario.
Uno de los artículos que nos llegó enseguida estos días sobre la libertad de expresión y sus límites fue el del profesor Roberto Blanco Valdés, publicado en La Voz de Galicia, con la siguiente entrada:
Insólito país España. En Madrid, Lérida, Tarragona, Valencia y, con más gravedad, en Barcelona, miles de encapuchados arrasan lo que se les pone por delante para protestar por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasel, condenado a tres penas de privación de libertad por enaltecimiento del terrorismo, injurias y calumnias contra la Corona y contra las instituciones del Estado. Y lo hacen con la complicidad de Podemos, cuyo portavoz, Echenique, manifiesta: «Todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles».
Tras esta puntualización respecto a lo que muchos tontos del país y demasiados terroristas bien organizados han montado estos días aprovechando el encarcelamiento de ese rapero miserable llamado Hasél, no es poco lo que hemos podido leer al respecto –reproduciendo algunos artículos sumamente interesantes–, y que la televisión no ha tenido más remedio que ofrecer. ¿Lo que se refleja en esos artículos y en los noticieros de televisión es derecho de expresión? Eso se puede incluir claramente, como se repite por todas partes, en pura guerrilla que debe ser castigada sin paliativos, con toda la dureza que sea precisa. Es absurdo que después de una noche de guerrilla en Barcelona, donde se valoran unas pérdidas de quinientos mil euros en hechos vandálicos, solamente se detenga a tres o seis individuos –es un ejemplo–, se les tome declaración y se los ponga en la calle salvo alguno que por sus antecedentes no sale ni debería salir nunca de prisión.
De esas actuaciones tan salvajes deberían ser detenidos la totalidad de los participantes y, además de pasar a ocupar las celdas de las cárceles, como primera medida tendrían pagar a escote, o como fuera, la totalidad de lo destruido o robado, más el costo de la actuación de las fuerzas del orden, y un porcentaje de multa de por lo menos del cincuenta por ciento. ¿Qué eran jóvenes de poca edad? Con su pan se lo coman, y que se hubieran quedado en casa. Cargando los padres con el importe correspondiente del prorrateo si es que los niños carecían de fondos para ello. Y, como es lógico, si jugamos a las guerrillas, en el tablero deben participar todos los elementos propios de la partida. En este caso, de la misma forma que sacamos de los cuarteles a los militares para apagar un incendio, desinfectar un hospital, atender a los enfermos por el covid, no estaría mal que salieran a repeler esas salvajadas –que son el anuncio de algo más importante, como ya pasó en otros tiempos de la historia de España–, y complementaran a las fuerzas del orden, que muchas veces se ven en situaciones difíciles por las órdenes que reciben de no actuar hasta el último momento, con lo que llevan las de perder.
Y para que los españoles estuvieran al tanto, no estaría mal que se pusiera de manifiesto cuántos miembros de las fuerzas del orden salen heridos, de mayor o menor gravedad, y no limitarnos a repetir hasta la saciedad que una señora o señorita, que estaba en el follón, había resultado con lesiones o pérdida de un ojo no se sabe por acción de qué. Si se encontraba entre los bárbaros sin tener nada que ver con ellos, no hacía nada en aquél lugar; si pertenecía a aquellas partidas, tenía que saber que se exponía a todo lo que pudiera pasar.
Estamos convencidos de que hace falta una auténtica libertad de expresión, no lo que se traen entre manos Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y, curiosamente, juntamente con los miserables de ETA, los que quieren romper la unidad de la nación, y estos canallas violentos. Libertad sí, para exhibir la bandera nacional al menos como hacen algunos memos con la republicana y la de la hoz y el martillo; libertad para opinar sobre lo que hacen los que atentan contra España y los españoles; libertad para hablar de la historia de España con autenticidad, poniendo de manifiesto cómo fue en los años treinta, como durante la época de Franco, como se hizo la transición, cómo fue el 23F –sobre todo hoy que se va a cumplir el 40 aniversario del hecho a timbal batiente pero sin decir toda la verdad, o ni siquiera un poco de la verdad–; libertad para que expongan sus criterios los partidos políticos que no caigan bien a los dictadores del Gobierno; libertad para el uso del español en todo el territorio nacional de acuerdo con lo que marca la Constitución; libertad para que en los lugares donde están o estaban los monumentos a los caídos sigan en pie y no sean derribados por los detractores; libertad para ejercer la religión católica sin cortapisas y sin atentados;…
Y justicia, mucha justicia, y rápida, sin que los legajos se mueran plagados de polvo mientras permanecen amontonados en los juzgados. Justicia para los que queman la bandera nacional, los símbolos del país, atentan contra las instituciones del Estado, violan los poderes del mismo, tan en decadencia, pues se empeñan en deshacer en trozos la nación; y sin soslayar el cumplan de las penas quienes las han merecido por sus atentados contra las normas que rigen la nación.
Da la impresión de que, por el camino que vamos, todo esto será difícil. No habrá Gobierno que intente conseguir el Ideal verdadero, ni la libertad de expresión en su justa medida, ni la libertad del ejercicio sin tener en cuenta la que le corresponde al otro, ni la justicia que deben impartir los tribunales a tenor de las leyes, ni la promulgación de disposiciones justas. Habrá que pensar en ello.