Los límites de mi España
Cuando era pequeño, hace muchos años, e iba al colegio de primera enseñanza –con cuya denominación eran conocidos–, me enseñaron los límites de España que cantábamos en voz alta toda la clase, con más o menos entusiasmo, método que también se usaba para aprender la tabla de multiplicar. El canto de los límites era algo así:
«España limita al norte con el mar Cantábrico y los Pirineos que la separan de Francia; al este con el mar Mediterráneo; al sur con el mar Mediterráneo y Gibraltar; al oeste con el océano Atlántico y Portugal».
Y aparte decíamos que teníamos unas islas en el Mediterráneo que se denominabas Islas Baleares; y otras en el océano Atlántico cuya denominación era las Islas Canarias. Luego estaba el Protectorado de Marruecos –que compartíamos con Francia– en el que se encontraban las ciudades de Ceuta y Melilla. En ese protectorado se encontraban el Rif y Cabo Juby que España cedió en 1956; Infi –que dejó de ser español en 1969– el Sahara español –que entregamos en 1975, que comprendía también Saguias el Haura y Río de Oro–. Y aparte lo que se conocía como la Guinea Española, Fernando Poo y Río Muni, a los que también concedimos la independencia. Además, durante la segunda guerra europea, España ocupó la ciudad de Tánger, que era zona internacional, ocupación que terminó en 1945.
Nuestra cantinela de imberbes aprendices de geografía se limitaba a los límites comprendidos en la península, sin que ello quiera decir que no aprendíamos los otros lugares que dependían de España y que hemos mencionado muy a vuela pluma.
Ello viene a cuento porque, además de que los límites de España eran más amplios que los actuales, como hemos visto, aunque se fueron reduciendo poco a poco porque España fue respetuosa con las decisiones que tomaba la ONU, cosa que no ocurrió con los ingleses respecto al peñón de Gibraltar, que en no pocas resoluciones se reconoció la pertenencia a España, lo que Inglaterra se pasó por debajo del puente. Ello demuestra el poco valor que tiene lo que se cocina en la ONU, salvo que corresponda a los intereses de los más poderosos, bien directamente, bien por influencias vigorosas. En nuestro caso de Gibraltar, Inglaterra sigue tomándonos el pelo y mantiene una política de protección al tráfico ilegal de tabaco y sustancias estupefacientes, blanqueo de dinero, sociedades que en cualquier país estarían fuera de la ley, que perviven gracias a los mangoneos que les son permitidos. Y no digamos las provocaciones militares que aguantan la Guardia Civil. Esto quiere decir que la cantinela de «y al sur el Mediterráneo y Gibraltar» se mantiene todavía desde hace una pila de años.
Hacemos este recordatorio a los amigos lectores a la vista de la increíble ignorancia que demuestran no pocos profesores españoles en los concursos que se llevan a cabo por televisión. Algunos de ellos, por ejemplo, son incapaces de saber dónde se encuentra Jerez de la Frontera, por dónde pasa en río Duero, o de solucionar un simple cálculo aritmético, por poner unos ejemplos que se repiten, y sin embargo están al día respecto a los nombres de todos los cantantes americanos que no han aportado demasiado a la humanidad a través del pentagrama, ni de ninguna otra forma, repitiendo la letra de las canciones en inglés. Ignorancia que se han de apreciar también en cantidad, lógicamente, en no pocos de sus alumnos.
Probablemente no serán muchos los maestros que ahora se atreverían a poner en marcha la cantinela de los límites de España, dado que la repartición del país en lotes, y el empeño de algunos de ellos en ser países independientes, o sabe Dios qué, pues unos se declaran repúblicas independientes y otros, más taimados sus promotores, simplemente quieren ser autónomos pero viviendo a costa del resto del Estado español.
El catalán es el que más aprieta. Y el más atrevido en incumplir las leyes porque el presidente del Gobierno le autoriza casi todo para perpetuarse en el asiento de La Moncloa. En el entretanto, andan jugando en si se sientan a negociar sobre el asunto; lo que no avanza demasiado ya que uno impone tratar y aprobar exclusivamente su programa, y el otro que ronronea respecto a la Constitución mientras sus druidas cada quién opina lo que le sopla el viento.
Mas como a los catalanes a chulería nadie los gana, cada día, si se les ocurre, ponen en marchas una acción de la que el inquilino de La Moncloa no se entera. La más reciente, de estos días, ha sido el acuerdo de su parlamento de otorgar la Medalla de Honor a «los represaliados del procés», galardón que expresa la «voluntad de acompañar institucional a quienes sufren persecución por defender el derecho de los ciudadanos a decidir el futuro de Cataluña», según ha dicho un tal Borrás.
Por el contrario, el Gobierno español, cada vez va ablandando más sus estructuras. Por ejemplo, cesa en su cargo al embajador en Afganistán por haber dado el queo, anticipadamente, en julio, de que los talibanes se estaban poniendo en marcha y que la cosa se veía fea por aquellos andurriales. Como nadie le dijo al embajador que se volviera para el terruño, y no enviaron ningún sustituto, él, Gabriel Ferrán –y su segunda Paula Sánchez–, apechugaron con los acontecimientos y aguantaron hasta el último avión que despegó de Kabul. De cuyos actos le felicitó el Rey en la base de Torrejón. Complementariamente vamos viendo que con gran frecuencia son cesados generales de la Guardia Civil porque se empeñan en cumplir sus obligaciones de acuerdo con su juramento, así como miembros de otros cuerpos.
Es evidente de que muchos de nuestros profesores no están preparados para impartir clases, al tiempo que el señor ministro del ramo está pariendo una ley donde todavía se baja más el índice de capacidad de los catedráticos, en la que se pretende pueda ser decano de facultad un cantamañanas,... Y se aprecia claramente, cada vez con mayor trasparencia, que los incapaces, ineptos, insuficientes negados, ignorantes, torpes, inútiles, ineficaces y negligentes se han hecho cargo del país llamado España –como se decía hace unos años– y nos llevan por falsos derroteros hacia un claro y evidente cataclismo.
Como podemos apreciar en el botijo que hoy presentamos, todavía existen alfareros en España que saben cumplir con los impulsos de su profesión, y hacen piezas como esta, procedente de Cerámica Rubio, de la localidad de Muel (Zaragoza). Además de resultar útil para conservar fresca el agua en estos últimos días de verano, tan desgreñados, que inundan inmisericordemente no pocas localidades españoles, que siembra el desastre en innumerables familias, atreviéndonos a asegurar que puede servir para decorar cualquier rincón de la casa.