Ni come ni deja comer.
En España estamos abusando, más que utilizando, el amplio refranero del que disponemos. Incluso, me atrevo a decir que, si alguien tuviera la paciencia para intentarlo, con mesura podía ir escribir la historia de nuestras pandemias –y los aconteceres transcurridos desde la transición– a base de refranes.
Con que se documentara en el Refranero popular de M. J .Llorens tendría bastante, y eso que en sus 140 páginas no recoge el que ahora nosotros traemos a cuento: «El perro del hortelano ni come ni deja comer al amo», aunque lo acortamos.
Lo dicho: el presidente del Gobierno y sus adláteres –suponemos que estos actúan por imposición del jefe– ni toman las medidas adecuadas para contener la pandemia del coronavirus ni deja que la tomen las comunidades en las que está repartido el país y a las que soltó –un día que se le ocurrió complicar a los demás para liberarse él del muerto– que los presidentes de las mismas tomaran las medidas que consideraran oportunas, pero sin poner en sus manos el poder suficiente para actuar.
Y por ende consideramos que el refrán viene al pelo, ya que el presidente del Gobierno no hace lo que pudiera ser necesario y ellas –las comunidades– no actúan como consideran que tendrían que hacerlo. De forma que, en algunos casos, está teniendo lugar una cierta subordinación al decretar para el espacio de la comunidad medidas no tomadas por el Gobierno ni aprobadas por el Parlamento.
Como tampoco disponen las comunidades de todos los medios necesarios para impedir las fiestas organizadas por los insensatos y los descerebrados, ni autoridad para cumplir debidamente con las acciones que a la Policía o la Guardia Civil tendrían que llevar a cabo para castigar a quienes las montano participan en ellas, dando lugar con ese comportamiento a la llegada de la tercera oleada que ahora será tan complicado atajar, con el agravante de no pocos muertos.
En cuyo caso hay que meter al joven Froilán que, según la prensa, en sus juergas se salta el toque de queda. Sin olvidar que en ese «no comer ni dejar comer» de la correspondiente autoridad se tome en serio el tema de las vacunas que se está llevando a cabo con una calma considerable, olvidando, por ejemplo a las 18.000 enfermeras del Ejército que podrían estar colaborando en prestar un servicio tan valioso a la sociedad, además de abriendo más espacios para llevar a cabo ese refuerzo como las instalaciones deportivas como se hace en otros países e incluso en algunas comunidades de España, o las catedrales, como los ingleses, pues ningún sitio como la casa del Señor para proporcionar una ayuda a la colectividad, y, de paso, rezar un padrenuestro, que nunca viene mal.
La segunda ocasión que deja entrever que ni comen ni dejan comer ha sido frente a la cuasi pandemia que se nos ha venido encima en forma de nieve, aunque más corta. Al parecer, nadie se había enterado de la que iba a caer a pesar de la advertencia del organismo que se ocupa del tema meteorológico, la Agencia Estatal de Meteorología, y las autoridades correspondientes, se dedicaron a celebrar la fiesta de Reyes comiendo el célebre roscón y desenvolviendo regalos. Porque, que se sepa, no se habían tomado las medidas adecuadas, aparte lo habitual de cargar los camiones de sal y disponer al personal de las máquinas quitanieves, como cualquiera de las nevaditas que desde hace años se vienen produciendo.
Con ese nombre de Filomena debió de parecer que el anuncio era una broma. Y cayo nieve como en los mejores tiempos, y nadie reaccionó como debería, y España se cubrió de blanco. Y además de no reaccionar para sacar a la calle al mayor número de máquinas que pudieran operar para limpiar aeropuertos, carreteras, vías del tren, calles, tampoco se usó en primera instancia el Ejército, como en el caso de las vacunaciones, ni te tuvo en consideración que en España había una plantilla de parados de casi cuatro millones de trabajadores.
Tampoco vimos aparecer a los dirigentes de la CNT ni de CCOO y otros sindicatos para echar una mano en limpieza de calles, liberándolas de los árboles caídos y del hielo acumulado, ni a las cuantiosas ONGs que reciben dineros del Estado con el fin de cubrir espacios necesarios como dar de comer a cuantos lo necesitaban, ni a las defensoras a ultranza del género para colaborar en defender de la adversidad en la que se encontraban miles de mujeres.
Hoy, en nuestra despedida, traemos a colación un botijo de vidrio soplado, pieza bella, profundamente delicada, pero con la misma fragilidad que nuestros políticos. Buena presencia –los que la tienen– pero poca consistencia.