Ni un «estás como un tren»

11/OCT.- No pretendo asegurar que ese piropo sea de lo más florido que se ha usado en la descripción de una señora por las calles, sin causar ningún daño a quienes fuera dedicado.

Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 516, de 11 de octubre de 2021.
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portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).

No pretendo asegurar que ese piropo sea de lo más florido que se ha usado en la descripción de una señora, cualquiera sea su edad, pero si puedo garantizar que ha corrido por las calles madrileñas e imagino que por todas las de las distintas ciudades españolas sin causar ningún daño a quienes fuera dedicado. Pero en un dos tres se verá prohibido porque nuestra increíble, insustituible, sorprendente, irreemplazable, ministra de la cosa esa de la Igualdad, y cuyos fines, al parecer, están enfocados a sacudir la badana al «género» masculino que se empeñe en sacar los pies del tiesto con comportamientos que a ellas, a las de la igualdad, no les peten, aunque a otras sí les gusten.

Como es lógico, lo que estas chicas buscan es la igualdad de las mujeres con los hombres aunque sea con torniquete, pero dejando de lado que pueda producirse la desigualdad a favor de las mujeres, lo que, desfachatada e impúdicamente, consideran natural; aunque esa primacía hay sido conseguida por su palmito.

Y hacen leyes para enclaustrar a los hombres, pero sin limitar por ningún lado el comportamiento de las mujeres que pueden alterar el libido masculino, conduciéndolo por derroteros no recomendables. Por ejemplo, un amigo mío, catedrático él, en tiempos en los que no habían aparecido todavía ni Irene Montero ni todas las promotoras del género, nos contaba que, en no pocas ocasiones, tenía que decir a sus jóvenes alumnas de la primera fila del aula que se trasladaran más atrás, pues dado la longitud de sus faltas, ofrecían unas vistas en las que, sin querer, tropezaba con el paisaje y, a veces, le complicaban la explicación de la asignatura. Ahora, con las vestimentas al uso, los profesores, los camareros, los oficinistas y todo quisque se encuentra en la situación de pecar fácilmente, además de contra los mandamientos de la ley de Dios, contra los del ministerio de Irene.

A mí me da igual cómo se vistan las jóvenes, las creciditas y las mayores (que en todas las edades se cae en la absurdo al que conduce la moda), pero pienso que en la ley, o reglamento, o lo que promueva el mencionado ministerio, al señalar el pecado a castigar debería citarse un... «salvo» que el varón se hubiera encontrado, sin querer, ante una oferta incitante y tentadora.

¿Y qué me dicen de las trampas, las insinuaciones, los roces y toda clase de runruneos que hacen las mujeres para conseguir que un hombre las haga caso, ya sea para convertirlos en su pareja más o menos estable, ya para conseguir un puesto apetecible en el trabajo, ya para sacarle las mantecas con sus saberes y conocimientos en el arte de la seducción? Porque esto no deja de ser el pan de cada día. E incluso puede ser motivo para que, si las cazadoras no consiguen lo que pretendían, presentar demandas por «acoso sexual», aunque sea a los veinte años de haberse producido el supuesto acoso, algo absolutamente desmedido aunque los juzgados lo admiten, quizá por temor al «género» promotor.

Por otro lado, me pregunto, ¿cómo serán los inicios entre chico y chica para llegar a «juntarse» y concebir algunos churumbeles, tema relativamente frecuente? Imagino que fundamentarán su avidez en el ejemplo que ofrecen alguno de los duetos de las varias zarzuelas que nuestros letristas y compositores concibieron como representación de los requiebros que en las verbenas, las corralas o la Gran Vía hacían los chulapos madrileños a las manolas o visitantes de la Villa. Lo que, en esta materia, tanto el intrépido sea él como ella, ya que ambos se tiraban los tejos de acuerdo con los cánones, tendrían que caer en alguna de las fórmulas castigadas por las disposiciones de la señora ministra.

Este tema, no nos engañemos, como otros muchos de los que hoy existen en España, son un grave problema de educación. Ni muchos de los padres educan a los hijos, ni los profesores están autorizados para hacerlo. Y, de la misma forma que hay que enseñar a Irene Montero gramática española y quitarla de la cabeza eso de las palabras inclusivas que se saca de la manga en cuanto al género –lo que no deja de ser una imbecilidad– hay que educar a los jóvenes, enseñándoles comportamientos y metiéndoles en la cabeza que no todo el monte es orégano.

Mientras, si la moda permite a la mujer que vaya enseñando sus hasta ahora púdicas interioridades, permitamos que el hombre disfrute con la contemplación admirativa de esa oferta gratis que existe al respecto, y que, además, deje constancia de lo bien que sabe apreciar el arte en representación viviente.

De la misma forma que admiramos las piezas de alfarería que con la denominación de botijo nos trajeron los fenicios cuando se acercaron por aquí hace unos cuantos años, nos llama la atención su equivalente femenina, la botija, sin que sea preciso crear palabras inclusivas para denominar esta pieza cerámica; porque, tal como la mujer y el hombre son de sexos distintos, el botijo y la botija son diferentes, y, como podemos apreciar comparando la representación que traemos hoy de la botija, esta carece del pitorro del que está dotado el botijo y solamente tiene una boca para su llenado y vaciado.