No soy fanático de los sindicatos
Es una aseveración que vengo manteniendo desde que de nuevo aparecieron por estos andurriales por los que marcha España desde que conseguimos la democracia y la libertad. Salíamos de aquella España umbrosa en donde no veíamos el sol, donde no se leía ni se estudiaba, donde no crecían ni los girasoles, donde andábamos arrastrados como las lagartijas, donde no había agua porque toda estaba metida en los pantanos, donde no comprábamos electricidad a Francia porque se la vendíamos nosotros, donde no había libertad para nada aunque trotábamos por donde nos daba la gana, donde no había sindicatos de clase sino que existían unos sindicatos verticales en los que se juntaban unos y otros para llegar a acuerdos beneficiosos con el fin de que España continuara creciendo hasta el puesto 8/9 del ranking mundial, para que luego llegaran, con la transición, los listos del barrio a echarla para atrás hasta el puesto número 34 en 2017 –último año del que hemos encontrado datos–, lo que quiere decir que, después de las pandemias del covid y de Sánchez, la cosa debe andar bastante peor. La verdad es que lo pasábamos fatal en aquel tiempo sombrío.
Menos mal que con la transición nos llegó, entre otras cosas, la libertad de la democracia donde María José Cantudo fue la primera que se desnudó para todos los españoles con la foto que se hizo célebre sobre «el felpudo de la Cantudo». Luego fue Susana Estrada la que en una recepción se retrató con el alcalde de Madrid el profesor Tierno Galván, mostrando su bien redondeado pecho derecho; le siguieron otros como Patxi Andión en una secuencia de La otra alcoba, Victoria Vera en las escenas de Por qué corres Ulises nada menos que de Antonio Gala, espabilando Marisol en la revista Interviu mostrando sus pechos juveniles, y, durante aquel tiempo se puso de moda enseñar las interioridades. El primer varón que lo hizo en su integridad fue José Luis Manzanos un joven que tuvo la mala suerte de hacer la película sobre el drogata y más cosas José Sánchez Frutos, «El Jaro» sobre la delincuencia juvenil con una visión sociológica marxista que en aquel tiempo se iba extendiendo; después hizo otras películas, fue detenido por atacar a una joven en Madrid, ingresó en la cárcel, salió de ella siguiendo malos pasos hasta que murió a los 30 años en un piso harto de droga y de forma violenta.
Pero habíamos conseguido la democracia y la libertad que se decía no teníamos. Con ella nos llegó un amplio surtido de problemas. Y también los sindicatos de clase y no pocos problemas. Porque los sindicatos no surgían para solucionar los problemas laborales, sino para crear problemas en los centros de trabajo según les convenía a socialistas y comunistas de CC.OO., ya que, en realidad, el trabajador fue perdiendo no pocas de las ventajas que había ido consiguiendo en la discusión entre obreros y patronal dentro de los sindicatos verticales. Y lo peor fue que los sindicatos, que estaban ahormados a los partidos políticos, empezaron a actuar más a favor de lo que les marcaban dichos partidos olvidando cuidar los intereses del trabajador, motivo que solo surgía cuando convenía a los susodichos partidos para organizar el follón en las empresa; incluso cuando los partidos necesitaban actuar en otros aspectos, los sindicatos, que nada tenían que ver con ellos, han sido su fuerza de choque durante muchos años. Igual para la «defensa» de la mujer, como para el aborto, la eutanasia, apear del Gobierno a la derecha, introducir el comunismo en las instituciones como podemos ver claramente estos días, y, en definitiva, ir deshaciendo las instituciones del Estado, tanto las creadas tras la transición como las existentes anteriormente. Sin respetar las leyes, variando los conceptos de un día para otro.
Por todo ello, es evidente, no me llevo bien con estos sindicatos pues me parecen unos cenáculos donde se desajuntan las bisagras del Estado, únicamente se camina en dirección a las ideologías obsoletas y depredadoras que los mastuerzos con ínfulas de genios creadores e innovadores van imponiendo. Y mucho menos si estas camarillas y toda su organización es mantenida por el Estado contra el que van en no pocas ocasiones, sin que hagan nada beneficioso para nadie. Si son sindicatos de trabajadores deben ser los trabajadores los que los mantengan, pagando sus cuotas, eligiendo a sus líderes, y pidiéndoles cuenta de los resultados. De esta forma sus cabecillas visibles son unos gerifaltes bien pagados para hacer lo que el Estado les encomienda. Y los presupuestos del Estado se incrementan excesivamente sin beneficio para los españoles.
Como podemos ver en dos artículos de los que incluimos en este número, es un derroche de dinero que no produce rentabilidad alguna. Y por ende, deben ser eliminados de los Presupuestos.
Está claro que no me llevo bien con los sindicatos. Nunca he tenido con ellos relación directa ni la pienso tener. Y creo que si yo me apunto a una asociación de la que espero obtener algo, aunque solo sea cultura, que ya es, tengo que pagar la oportuna cuota; y si me adscribo a una sociedad médica, sucederá igual, etc. Por lo que pienso que si me adscribo a una asociación que va a defender mis derechos laborales, también he de aportar mi óbolo correspondiente y exigir se cumplan las condiciones fijadas en su fundación.
...Por ello con los sindicatos no quiero ni tomar un trago de agua en un botijo como el que presentamos hoy, cuya leyenda es ¡agua va!, que tanto puede representar regar unas flores como cuando era la voz de aviso cuando antiguamente se tirabas las aguas fecales por la ventana a la calle.