Pedro Sánchez se compromete en salvar vidas
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Ese ha sido, en esta ocasión, el mantra que ha puesto Pedro Sánchez en circulación tras la reunión celebrada con la presidenta de la Comunidad de Madrid. Con él pide a Madrid «tomar en serio» los datos porque «estamos hablando de salvar vidas», defendiendo en Bruselas, tras la chapuza que fue dicha reunión, que cerraba la ciudad y otros municipios de Madrid obedeciendo a «criterios técnicos», que eran los trampantojos manipulados entre él e Iván la noche anterior en La Moncloa.
No debió ocurrírsele a ninguno de los dos comprar el material sanitario que necesitan todos los centros que han de estar luchando con la pandemia, pero sí abrir las zonas de Madrid más contaminadas para repartir los afectados por el virus por todo Madrid para sacar la media que él necesitaba para sus trapicheos, pero que no busca en otras ciudades como Barcelona, por poner un ejemplo.
Ese deseo de salvar vidas no lo tuvo presente cuando decidió disfrutar tres semanas de vacaciones a costa de los españoles en dos buenos lugares del Patrimonio Nacional; entonces no tenía importancia que se murieran los españoles, ya les había abierto las puertas para que se las arreglaran por su cuenta. Claro que ahora aprovecha cualquier otra oportunidad para no quedarse en el Madrid infectado, y se va a pasar el fin de semana a La Toja.
Lo que hacen también sus colaboradores pues, en lugar de quedarse metiditos en casa como nos exige a los madrileños, la fiscal jefe, Dolores Delgado, se larga a Extremadura en compañía de su chico, el exmagistrado Baltasar Garzón, antes de que se cierre la frontera de la capital. Quizá lo hagan con el fin de ver desde lejos el panorama de Madrid y poder enfocar el problema con mejor perspectiva.
Claro que, como ya nadie se cree lo que dice Pedro Sánchez, aunque cumplamos las disposiciones por aquello de que hemos de ser esclavo de la ley, los españoles normales empiezan a comportarse como buenos ciudadanos, y salen y entran como consideran oportuno, por más que los hay que se saltan a la torera toda precaución, organizan fiestas o bacanales disparatados, recurren a las vulgares orgías de la litrona, o celebran fiestas suspendidas, todo ello sin precauciones y en forma de barahúnda desordenada y apenas la intervención de la autoridad. ¿Hay autoridad de verdad?
Mientras, sin que nos demos demasiada cuenta, Pedro sigue con su agenda de ir cargándose el país, que es lo que realmente persigue y le importa. Para conseguirlo monta los zipizapes que sean necesarios con el fin de que se note menos lo que realmente persigue. Ahora, por ejemplo, se ha propuesto cambiar las leyes para eliminar la oposición que le impide configurar el Consejo General del Poder Judicial a su gusto persiguiendo que no se oponga a sus asaltos a la ley y le den la razón en todo.
Para, como se lee por ahí, subir los impuestos para la educación y la sanidad privadas, hundir estos sectores y que todo dependa del sector público, de «su sector público», y con ello ahogar a la enseñanza concertada para que desaparezca y tener ellos el monopolio del adoctrinamiento. Y así, en todos los sectores, la sanidad, la economía, etc.
Afortunadamente cada vez se leen más artículos en la prensa, se escuchan más voces en algunas televisiones y radios, denunciando el disparate que es el Gobierno que tenemos, la necesidad de un cambio a la mayor brevedad posible, y la imprescindible desa-parición de la vida política de Pedro Sánchez y Podemos con el dictador que lo dirige. Como curiosidad de cómo son estos tramposos, conviene traer a colación, por ejemplo, que Pablo Iglesias, al parecer, estos días ha presentado una denuncia por intento de ocupación de una vivienda que posee en Ávila cuando él es defensor acérrimo de los okupas –haciendo uso del refrán «haz lo que yo digo no lo que yo hago»–.
Y también hay que valorar a estos efectos el comportamiento tenido por la pareja Iglesias-Montero, hace unos días, cuando se plantaron en urgencias infantiles del Gregorio Marañón haciendo valer quiénes eran para que atendieran a sus hijos Leo y Manuel, que padecían de bronquitis, no respetando las colas de espera existentes, aparición que hicieron en el hospital con cuatro coche que taponaron todo otro movimiento de vehículos o gentes en derredor, como en las películas que tanto nos ponen ahora en la tele.
Total, que no podemos cambiar de conversación, ni cantar un Te Deum de agradecimiento por vislumbrar la posibilidad de que el país se encarrilara debidamente, ni siquiera unas albricias de alegría. Nada. Hemos de seguir reflejando en estos papeles on line las cuitas que nos acechan.
Sin duda estamos viviendo en un país que tiene mucho de surrealista. Pero no sólo porque no pocos pintores han participado en la creación de este arte en la pintura, e incluso que lo sigan practicando no pocos –pasándose muchos pueblos que diría un ministro– tanto en la pintura como en la escultura o variadas formas de expresión, sino porque los políticos también se han metido en ese tipo de manifestación. Lo vemos a diario en el Parlamento, el Senado, con sus intentos de querer descubrir el progresismo con moldes avejentados y decrépitos.
Es decir, estamos convencidos de que Pedro Sánchez, por mucho que lo diga, y aunque lo jure –y conocemos el valor que él da a un juramento– no duerme vigilando la vida a los españoles –como cuando nos decía que no dormía pensando en Pablo Iglesias–, en el fondo todos le importamos un carajo; lo que realmente le va son los viajes en «su» Falcon, ya sean por el mundo, ya a algún rincón del Patrimonio Nacional español. Y el asiento de La Moncloa y todo lo que éste le puede facilitar