El poder contra el poder
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Por un lado, conviene recordar que los poderes del Estado son el legislativo, el ejecutivo y el judicial que son independientes entre sí con el fin de que puedan actuar con libertad cada uno en su esfera, sin que haya una interdependencia entre unos y otros, cosa que no se produce hoy día en España, ya que el ejecutivo se arroga la posibilidad de in-fluir en el legislativo mediante dádivas o chantajes y en el judicial al ser nombrados los magistrados del Consejo General del Poder Judicial. Por otro lado, el poder ejecutivo se encuentra repartido toda vez que se ha redistribuido en las comunidades autónomas.
Traemos a colación este recordatorio, aunque esté en la mente de todos pues la desidia nos hace olvidarlo, para señalar que en estos momentos en Estaña se está produciendo un enfrentamiento desafortunado del poder con el propio poder.
Tenemos, según se desprende de determinadas actitudes, que hay campos enfrentados en el propio poder ejecutivo, pues unos ministros del PSOE se afrontan a los de Podemos con su máximo representante al frente como mayor deslenguado del Reino. Por otro lado, el propio presidente del Gobierno, ejerciendo una vez más de Mefistófeles, tras convenir con la presidenta de la comunidad de Madrid un plan de acción sobre el covid-19, en el despertar de dos días después decide ejercer un ataque frontal a dicha comunidad y las decisiones puestas en práctica por su ejecutiva.
Para ello saca a la calle a las jaurías que controla Pablo Iglesias para protestar sobre las normas puestas en funcionamiento, al tiempo que el propio presidente, por medio de su ministro de Sanidad, Salvador Illa, como director de orquesta, promueve medidas de confinamiento prácticamente en la totalidad de Madrid, empleando unos ademanes y verborrera excesiva en su comparecencia en televisión. Está claro que está bastante desquiciado el entendimiento entre unas y otras zonas del poder ejecutivo.
Mas no acaba ahí el desencuentro sino que hemos asistido a la decisión del ejecutivo, es decir, de Pedro Sánchez, de que el Rey pudiera presidir la entrega de entrega de despachos en Barcelona a los nuevos jueces salidos de la Escuela Judicial, todo ello porque, según ha dicho el ministro de Justicia, está pendiente de producirse la sentencia sobre el inefable Torra por desobediencia al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y no convenía provocar con la presencia en Barcelona del Rey.
Es decir, que por intereses espurios del presidente del Gobierno de conseguir los votos de los independentistas catalanes para la aprobación de los presupuestos generales del Estado, impide al Rey presidir un acto del poder judicial al que él está vinculado directamente por corresponderle, según recordó el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes Serrano, «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones del Estado» según consta en la Constitución. Por cuya ausencia, recordó que la presencia del Rey en la entrega de despachos se remonta a 20 años y tiene significado simbólico y constitucional: la Justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey.
Esta breve frase expresa la legitimidad del Poder Judicial, que emana, como todos los poderes del Estado, del pueblo español en el que reside la soberanía nacional, y expresa también que la administración de la Justicia se hace en nombre de quien simboliza la unidad y permanencia del Estado, conjugándose así, armónicamente, en la fórmula constitucional, las ideas de soberanía y unidad de nuestra nación. El acto, que termino con un «Viva el Rey» proferido por uno de los asistentes y secundado por parte de los presentes, fue calificado por el ministro de justicia, Juan Carlos Campo, con «se ha pasado tres montañas».
Ítem más. La guerra desencadenada por Podemos, con la comparsa de Garzón, contra el Rey, es furibunda. Los tuites que corren por internet así lo demuestran, e insoportables las manifestaciones que hacen al respecto a través de los medios de comunicación. Ello, lógicamente, con el consentimiento de Pedro Sánchez que ladinamente deja que se manifiesten impúdicamente quienes tienen la obligación de defender la jefatura del Estado dado que han prometido «por su conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado».
Estos son sólo unos retales de lo que se produce entre los poderes del Estado. Y si no hay seriedad al respecto, si los actores no son capaces de cumplir sus obligaciones, sus juramentos o promesas, sus compromisos, los deberes que los cargos representan, apaga y vámonos.
En ese deplorable estado está el país. Lo corroe una pandemia muy profunda en el tema político. No sé si más que la del covid-19, pero al menos igual que ella aunque de diferente sentido. Y, lo malo, es que se confunden y entremezclan una con la otra, es decir, se aprovecha una para ir sacando a delante los deseos que comprende la otra, para distorsionar la vida del país, para mantener engañados a sus paisanos, para hacer creer que unos tienen la culpa de los desbarajustes que se producen cuando son otros, los que ocupan los primeros lugares en la nómina de la nación, los que la tienen.
Esto está difícil. Solo tiene arreglo con decisiones de urgencia, metiendo el bisturí hasta el fondo, sajando aquellos miembros del cuerpo nacional que producen la enfermedad, sustituyendo los órganos deteriorados por otros nuevos y sin mácula. Y de lo que se ve en el mercado no se puede esperar demasiado porque la podredumbre cada vez va sien-do mayor y el remedio cada vez puede ser más difícil de encontrar.
Lamentablemente no andamos solos por el mundo en este desasosiego que provoca estar desamparados de las buenas gentes que son capaces de llevar bien las riendas de un país, sabiendo de quiénes se han de acompañar, conociendo cuáles han de ser los útiles que les han de valer, estando seguros del camino que han de recorrer, y teniendo perfectamente situado el fin a conseguir y el horizonte en el que le han de situar.
De este convencimiento nos da buena cuenta Christian Vanneste, licenciado en Filosofía, profesor, político y ensayista francés que ha publicado el artículo que incluimos a continuación, relatando la situación en la que se encuentra Francia, muy pareja a la de España. La conclusión a la que llega no deja de ser un desenlace tradicional a lo largo de la Historia.