¿Quejosos, o defensores de la libertad de expresión?
Los quejosos que aplican la libertad de expresión no la deben someter al «cambio de opinión».
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (11/ENE/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Al parecer, en el campo político, al menos en el nacional, no parece fácil mantener un criterio. Sobre todo en la izquierda comunista de Pedro Sánchez. Fundamentalmente en el sanchismo donde continuamente se hacen juegos malabares. No paran de pensar y decir esto e inmediatamente al poco lo contrario. Montan la ley de Memoria Histórica, la complementan con la ley de Memoria Democrática, ambas para castigar duramente a todos los que se empeñaron en sacar adelante a España tras la lamentable guerra civil entre hermanos, donde Pedro y sus discípulos se hicieron, y en menos que canta un gallo se alían con los asesinos de ETA que siguen chuleándose por las provincias vascas, los revoltosos del PNV que aprovechas la primera oportunidad que tienen para mover los árboles para que caigan las nueces, y los descarriados catalanes –repartidos en diferentes porciones– que aprovechan las enseñanzas dela familia Pujol –que toda ella está procesada–, para encocorar a sus prosélitos
Y no digamos lo entretenidos que están los señalados revoltosos vascos y catalanes que, cuando les apetece, queman contenedores, se enfrentan a la Policía Nacional o Guardia Civil, saltan disfrutando al hacer arder las banderas nacionales, el retrato del rey o lo que se les ocurre en ese momento; y cuando se sienten más machitos por influjo de sus incitadores, montan una guerrilla de lo más florido, donde los más perjudicados suelen ser los miembros de las fuerzas nacionales dado que tienen recomendado «que no se pasen en sus acciones». Y todo ello, dentro del sanchismo, está comprendido como libertad de expresión. Como también es libertad de expresión cuando Pedro Sánchez, en compañía de sus acólitos, canta la «Internacional» levantando el puño cerrado.
Mas, según tienen legislado, no es libertad de expresión acudir a la basílica del Valle de Cuelgamuros a rezar por los caídos durante la Guerra Civil –sean de uno u otro bando, pues los que combatieron en trincheras opuestas están reunidos en el descanso eterno tras la muerte–, o está prohibido cantar el Cara al sol con el brazo levantado, o montar una «piñata» con un muñeco al que cada quien puede ponerle el nombre que le pida el cuerpo; incluso a los quejosos no les gusta que los españoles enarbolen la bandera nacional en fiestas o manifestaciones cuando ellos salen a la calle con la bandera roja dotada del emblema de la hoz y el martillo, o la bandera que se utilizó enseña nacional durante la Segunda República del 31; o los catalanes utilizan la bandera local como bandera nacional de su «República catalana» –entidad inexistente– en manifestaciones contra España y la Constitución, o los vascos la inventada –al parecer inspirada en la inglesa– por aquel iluminado, de nombre Sabino Arana, en los homenajes que hacen a los asesinos de ETA.
Es decir, que queda patente que la libertad de expresión puede ser utilizada por la izquierda mediocre, la que camina hacia el comunismo-marxista en un tiempo en el que Europa lo ha dado de baja por nefasto, al tiempo que esa izquierda pedestre se queja con profundos chillidos cuando sus oponentes hacen uso de su libertad de expresión en situaciones parecidas a las empleadas por ellos para achantar al enemigo.
Lo justo sería aplicar la libertad de expresión, en los regodeos escandalosos ya mencionados, de acuerdo con lo que recoge la definición que podemos adjudicar en nuestra lengua:
«La libertad de expresión es un principio que apoya la libertad de un individuo o un colectivo de articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción posterior».
Por otro lado, la interpretación de Amnistía Internacional es más contundente y fácil de entender:
«Tienes derecho a decir lo que piensas, a compartir información y a reivindicar un mundo mejor. También tienes derecho a estar o no de acuerdo con quienes ejercen el poder y a expresar tus opiniones al respecto en actos pacíficos de protesta». Nada más.
Si nos acercamos al análisis técnico-jurídico redactado sobre el particular, veremos una exposición más amplia que dice:
«La libertad de expresión es un derecho fundamental reconocido en la Constitución Española y en el Convenio Europeo de Derechos Humanos con una dimensión institucional por su función esencial en la formación de una opinión pública libre y en el correcto funcionamiento de la democracia, lo que le dota de cierta preeminencia. La libertad de expresión está sometida sin embargo a límites como la ausencia de expresiones injuriosas y la relevancia pública, delimitados analizando conjuntamente los derechos en colisión, que requieren un delicado juicio de ponderación. Especial dificultad supone el análisis en relación con los denominados delitos de expresión».
La definición de la RAE está limitada a la palaba «libertad» que aplica a 12 aplicaciones y veintitantas adjudicaciones según para qué se destina la libertad. Y en la primera entrada nos dice:
«1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». Amén.
Por el contrario, también nos da los antónimos de la palabra, que son: «llorón, quejumbroso, cojijoso, plañidero, quejicoso, quejilloso, querelloso», razón por la cual nosotros echamos mano de «quejosos» para definir pacíficamente a los del revoltijo encerrados en la izquierda.
En resumen, que los quejosos que aplican la libertad de expresión no la deben someter al «cambio de opinión» que, según nos ha dicho Pedro Sánchez, él tiene de vez en cuando –nosotros creemos que cada día y en cada día cada momento– sino a lo que desentrañan los juristas, para establecer, en términos generales, una igualdad del uso de tal expresión, que son los que deben aplicarla.
Lo que hacen Pedro y sus cuadrillas es una estafa.