¿La culpa es del covid-19 y el G5?
¡Qué poco hablamos, en concreto, de las cosas que directamente nos afectan! Yo mismo, a veces, soy temeroso de comentar lo que nos acucia cada día cuando salimos a la calle a solucionar un problema o simplemente a darnos un garbeo porque ya estamos hasta el gorro del confinamiento al que nos encontramos sometidos, en parte porque nos lo impone la autoridad, y en parte porque nos sentimos responsables de nuestros semejantes y no queremos ni que nos centrifuguen con los virus que puedan portar de la pandemia ni hacer otro tanto sobre nuestros convecinos.
En este sentido, hace unos meses escribí un artículo sobre la transformación que ha experimentado la Administración del Estado, los bancos y algunas empresas privadas que han minimizado el trato con los ciudadanos a casi cero en algunos casos y a colas en la calle –incluso en tiempos de frío– en otros por haber reducido el número de funcionarios o empleados y mantener lo de los dos metros o metro y medio. Me pareció la manifestación de un quejica que no se conformaba con atenerse a las necesidades del momento, y lo rompí. Pero ahora veo lo mismo que entonces pero magnificado hasta el punto de que las gentes han empezado a lamentarse de la imposibilidad de movimiento en que se encuentran, lo que les lleva a desahogarse públicamente, exponer su incapacidad de moverse en el mundo informático en el que nos encontramos actualmente y que no pocas normas nos imponen sin que tengamos conocimientos al respectos ni estemos preparados para usarlas.
Ello me inclina a sumarme a tales quejas, aprovechando para ello la aventura en la que personalmente me vi enredado hace unos meses.
Es un rollo pesado, y lo siento. Pero lo que pretendo es hacer una denuncia del desbarajuste que se ha producido en la Administración con la implantación de nuevas normas tras el covid-19 y encaminados a poner en marcha una Agenda 2030 que todavía nadie sabe lo que es, pero con la implantación del G5 ya están actuando a ciegas.
Aquellos días tuve que hacer un cambio de domiciliación bancaria de cuotas de la Seguridad Social. Fui a la oficina de dicha entidad a la que había comparecido en diferentes ocasiones y me habían atendido estupendamente; me recibió en la puerta un vigilante jurado, me preguntó a qué iba, tras comentárselo entró en la oficina, de grande dimensiones, llena de mesas vacías, en la que solamente había una ocupada por una señora; salió la señora, le conté mi pretensión, regresó a su mesa y me trajo un impreso «que tenía que rellenar y mandar por correo a esas mismas señas», lo que hice en cuanto llegué a casa. Todo esto en la calle habiendo, como decía, un local de bastantes metros cuadrados.
(Primer comentario: en ocasiones anteriores, había rellenado allí mismo una la hoja similar en cinco minutos y la había dejado).
Como pasado un mes largo no se había producido el cambio de domiciliación para el pago de la cuota y me seguían enviando el cargo al banco que anteriormente tenía la cuenta, volví a dicha oficina. Como la vez anterior, en la calle me atendió el mismo vigilante jurado, la misma señora, quien salió por mi insistencia; la expliqué el tema aportando el recibo del banco donde no debería haber llegado, miro en su ordenador y me dijo que allí figuraba el cambio, y que no sabía por qué no había ido el recibo a la nueva cuenta.
Pasado otro mes, y al llegarme el recibo de nuevo por el banco no deseado, volví a la susodicha oficina. Se reprodujo el mismo tejemaneje. La señora entro en un despacho y al cabo de un rato salió diciendo lo mismo que la vez anterior. Al ponerme pesado me aseguró que tenían confirmación de que el pago se venía realizando desde hace dos meses, y entonces aclaré a la señora que no hablaba del pago que me tenían que hacer a mí sino al que tenía que hacer yo. Entonces, con un poco de retraso..., se le encendió la bombilla y me encaminó a otra oficina.
Allá que me fui. De entrada me atendió otro vigilante jurado, asegurándome que la gestión que pretendía de cambio de domicilio de un pago tenía que hacerla en otra oficina, no en aquella. Y me dio las oportunas señas. Donde fui sin pérdida de tiempo.
En ese nuevo lugar me atendió una simpática vigilante, también en la calle, asegurándome que mi caso tenía que resolverlo, de acuerdo con un papel que me puso en las manos, en ¡la misma oficina de la que venía!
Consciente de que me estaban tomando el pelo, volví al sitio anterior. De nuevo el diálogo con el mismo vigilante, y como se empeñaba que allí no era, y mi tono probablemente se iba elevando, un joven me hizo una seña de que me esperara. Cuando terminó con la persona que atendía, me escuchó amablemente, me dijo que esperara un momento, entró, volvió al rato y me indicó que volviera el lunes a las 10 de la mañana, que aunque lo normal era que me faciltaran un número para volver otro día, el lunes me atenderían sin número previo.
Allí me planté el lunes. El mismo joven me pasó a una ventanilla, la señora que la atendía fue a contarle mi historia a la jefa que se encontraba en una mesa separada, ésta sabía mi caso, volvió la señora y en cinco minutos arreglamos el tema.
¿Se imaginan, queridos amigos, todo este ajetreo que «antes» se hacía en cinco minutos, pues únicamente tenían que teclear en el ordenador el número de la nueva cuenta corriente? Pues así es en un elevado número de oficinas de la Administración. ¡Han desaparecido los funcionarios, con tantos como hay! Y todo hay que hacerlo entrando en internet, no entendiendo los rótulos y las explicaciones que en la www aparecen, llegando a veces al final y en el último momento no admite los datos que se ponen,... Un desastre.
Y en ese pecado de ir a la informática para cualquier gestión caen también los bancos y no pocas oficinas de otro género. ¡Cómo van a convencer a un octogenario que va a por su paga de jubilado que se las entienda con el ordenador! O, ¿por qué darle a uno un impreso para que lo rellene en casa, y lo mande por correo al mismo sitio donde se lo dan, cosa que podía hacerse allí en unos minutos? O le hagan ir a por un número para volver otro día y que cuando vaya ese día se encuentre con que no hay nadie esperando, lo mismo que vio el día que le dieron el número. Se están pasando.
No digo que no se vayan traspasando algunas gestiones a ser tramitadas por internet. Pero hay que ser «humanos», hay que atender personalmente a nuestros semejantes y solucionarles los problemas que tienen, para lo que estamos los demás. No hay que empeñarse en que aprendan algo a una edad impropia para las nuevas tecnologías.
P.D.: Un servidor, los libros que lee, va a comprarlos a la librería. Tiene que tocarlos antes de adquirirlos. Le repele comprarlos por internet, aunque sean los mismos libros, aunque le hagan descuento, y aunque resulte muy cómodo.
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