La semana laboral de cuatro días.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Pienso que a quienes hemos trabajado duro durante muchos años, sin tener en cuenta las horas semanales y diarias que empleábamos a esa actividad a la que nos castigó el Señor en el Paraíso al principio de los tiempos y desde entonces venimos cumpliendo, más o menos, unos con mayor afición, otros forzados por su falta de afición al trabajo, y algunos de ninguna forma, de tal forma esa petición de Pablo Iglesias para solucionar el desempleo que nos agobia, por culpa de la pandemia, no deja de ser una simpleza más de las muchas que salen de su mollera y que van en la línea de su vida, con lo que no está de acuerdo el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, quizá más espabilado que el vicepresidente segundo del Gobierno.
En aquellos tiempos trabajábamos ocho horas diarias seis días a la semana, y no nos pasaba nada; pero como había que cubrir las necesidades y el sueldo o jornal quizá no llegaba, buscábamos un segundo trabajo con el que arrimábamos el complemento necesario para supervivir, aunque, años más adelante, sería para comprarnos la Vespa o el 600, el Citroën equivalente o el 2CV. Y no nos pasaba nada y estábamos tan contentos.
Como es lógico, las fábricas que había o se iban creando trabajaban a tope, e incluso nos permitían «echar» horas extras que nos venían muy bien, sin quejarnos al sindicato correspondiente ni montar huelgas cada dos por tres. Y creo que a nadie se le ocurrió reducir la jornada a cuatro días a la semana para que todos los españoles pudieran tener un trabajo, sino que se hicieron todos los esfuerzos para proporcionarles trabajo buscando cumplir con el propósito de «ni un hogar sin pan».
Y, recordamos, todavía nos sobraba tiempo para, en las horas libres, estudiar o participar en los campeonatos deportivos que se montaban en la denominada Educación y Descanso u otras asociaciones de variado cariz y libre creación.
Hoy, al mencionado Pablo Iglesias solo se le ocurre reducir la jornada laboral a cuatro días, y repartir dinero a espuertas a todo aquel que no da golpe, porque no tiene donde trabajar o porque su vocación es no hacer nada. De esa forma pretende solucionar el problema laboral existente, que resulta espantoso, en vez de poner a trabajar la mente de los economistas para encontrar puestos de trabajo, y ayudar lo necesario a los emprendedores para que los creen.
Prestando un apoyo considerable a los autónomos y las pequeñas empresas pues son las que proporcionan un mayor número de empleos. Sin olvidar que hay que dejar a la gente que se busque los garbanzos por sus propios medios, pues los ciudadanos son capaces de solucionar por sí mismos los problemas al respecto, cosa que suele ser asunto imposible para los políticos, fundamentalmente cuando reúnen las condiciones que para ello tienen los que actualmente nos gobiernan.
Probablemente lo que quizá tiene que hacer el Estado con mayor dedicación es hacer cumplir las disposiciones que se da a sí mismo el llamado pueblo, mediante leyes y otras instrucciones, en vez de estar ocupado en ir retorciendo las normas de convivencia para conseguir sus espurios deseos, como puede ser el tema del género, la eutanasia, quiénes han de formar el Consejo General del Poder Judicial, y otras muchas cuestiones que el pueblo, el ciudadano, los españoles, son capaces de ir solucionando por sí mismo durante el transcurrir del tiempo, pues su ímpetu, sus necesidades, su creatividad, etc. les impele constantemente a conseguir nuevas metas y un mejor estándar de vida.
Si resulta que después los avances de la técnica y ese amenazante 5G con el que nos empiezan a ahogar, permiten mayores alegrías, miel sobre hojuelas. Pero primero lo necesario: comer; luego lo que nos facilite mayores comodidades.
Y si llega el momento de que podemos trabajar desde casa, mejor y más cómodo. Y si resulta que con una jornada de una hora al día durante cuatro días a la semana es suficiente para dedicar al trabajo, nos quedará más tiempo para otras actividades culturales y formativas, no para estar dándole sin parar al móvil, montando disparatados festivales, y dedicando no poco tiempo a la bebida y a consumir sustancias que perjudican.
En ese tiempo tan amplio de ocio es posible prestar atención a los mayores o procrear los hijos que conforman una familia y dotar a la nación de la población necesita para que no decaiga hasta la extinción.
La verdad es que, aunque sea al final de lo dicho, es honesto asegurar que uno apenas sabe algo de lo que habla. Solo lo que ha visto, la experiencia de una larga vida, el conocimiento que de la gente va adquiriendo a medida que pasan los años, la valoración de quienes mandan en los diferentes lugares donde se precisa una mano directora, y la no poca gente que ha dirigido los asuntos de la nación desde distintos enfoques. Con todo ese capital de conocimiento aprecia de antemano cómo van a actuar unos y otros, y pocas veces se equivoca.
Y cree tener las ideas claras respecto a los dirigentes del país, desde el Gobierno a toda la mendaz caterva que éste ha situado en todos los órganos de la Administración: llegando a calificarlos de falsarios, incompetentes, embusteros, trepadores y perversos que quieren imponer una ideología en la nación que ya ha demostrado no infumable que es, o como personas sensatas que son capaces de actuar con sensatez, conocimientos, mesura y honradez.
Cuando decimos que los españoles están bien dotados de imaginación y creatividad, lo hacemos también por lo que nos ha enseñado la experiencia. No son pocos los que en estos tiempos de pandemia y falta de trabajo han sido capaces de crear algo nuevo con lo que encontrar la forma de vivir, desde manipulando en las nuevas técnicas de informática, hasta echando mano a motivos de tiempos pasados trayéndolos a la actualidad modernizados y con nuevos usos.