Yo también tenía ganas
Nos ha fastidiado. Todos teníamos ganas. Y las seguimos teniendo. Porque esto de la pandemia no ha terminado. Nos haya enviado la plaga el Señor por lo mal que estamos haciendo las cosas, o nos la hayan traspasado nuestros hermanos chinos, lo cierto es que esto, aunque amaine como la lluvia tras la tormenta, todavía colea, teniendo la esperanza de que el chirimiri no se alargue durante mucho tiempo, por más de que, lamentablemente, da la impresión de que todavía le quedan más gotas de las necesarias.
Pues sí. Resulta que todos estamos deseosos de salir a la calle sin cortapisas, sentarnos en una terraza a tomar una cervecita aunque ya haga fresco, darnos un paseo por la ciudad que nos vio nacer o en la que hemos arraigado nuestra existencia, ir a disfrutar de la segunda residencia, del pueblo que hemos elegido para el descanso y respirar aire puso, sea o no el de nuestros ancestros, y quitarnos la mascarilla. Todos lo queremos, pues ni somos tontos ni tenemos inclinaciones masoquistas. Empezando por los mayores porque hemos que disfrutar del tiempo que nos queda, continuando por los de mediana edad porque han de vivir ese maravilloso periodo que el Señor les ha concedido, y terminando por los jóvenes y los niños porque en ellos se encuentra el futuro y han de ir captando las enseñanzas que han de aprender ya que de ahí se depende sean capaces de dirigir su destino. Y, naturalmente, todos tenemos unas ganas inmensas de recuperar aquello que perdimos, pero no dentro de un «nuevo orden» que no se sabe lo que es, sino dentro de una normalidad como la de antes, como la de siempre, recuperando el trabajo perdido, volviendo a poder mantener a la familia, dejando atrás los sufrimientos por los que se quedaron en el camino, recuperando, aunque sea poco a poco, la vida antes conseguida, mejorándola si es posible.
Es decir, que no solamente tienen ganas de que acaben los confinamientos, las disposiciones restrictivas, las mascarillas, etc. los niñatos que lo pregonan por televisión, los que consideran que atiborrarse de alcohol o ponerse ciegos de droga es el fin lógico a su edad de un festejo estilo litrona. No. Sin duda para eso no merece la pena liberarnos de las restricciones que hemos tenido por culpa del covid-19. No está justificado meterse en una de esas borracheras por el solo hecho de sentirse joven, dejando atrás todos los valores que quizá esté recibiendo de la familia o la sociedad. No conduce a ningún sitio. Únicamente a tomar conciencia de que no hemos sabido formar a una parte de la juventud que ha considerado el summum comportarse de esa forma. No hemos sabido enseñar qué es la libertad. Los padres nos hemos desentendido del tema. El gobierno se ha propuesto, y lo va consiguiendo, ignorar cómo se forma a una juventud, al hombre (y mujer, claro está), sacando de las alforjas de satanás, del padre de la mentira, toda la porquería que se viene reflejando en las normas de convivencia que nos vienen imponiendo, poco a poco, un mundo trágico, una sociedad contrapuesta a los mandatos del Creador, una cultura miserable y mezquina, que llevan a un de-sastre incontrolado, a un mar aciago, a un dédalo en el que resulta imposible encontrarse uno a sí mismo y con los demás.