Don Camilo y la «pepona»

27/DIC.- ¡Quién no recuerda aquellas exitosas novelas de Guareschi en las que se tiraban los tejos don Camilo y don Pepón!


Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 564, de 24 de diciembre de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).

¡Quién no recuerda aquellas exitosas novelas de Guareschi en las que se tiraban los tejos don Camilo y don Pepón! Eran otros tiempos, claro es, pero hagamos los cambios estructurales que esta ocasión requiere y tendremos dos de entre los muchos personajes que aspiran a cambiar no ya la faz del mundo sino algo sin rostro, algo que unos llamarán el Bien y otros el Mal. Pero esta historia es tan antigua que casi merecería la pena pasar de puntillas, de no ser porque tiene ínfulas.

Para que la gente lo entienda, don Camilo era un cura casi analfabeto en una aldea italiana que buscaba lo mejor para su gente a través de sus obras y su palabra. Era un buen hombre. Apenas los alemanes se olieron que estaban de más en un país ocupado y pusieron tierra de por medio, se hizo «patriota» y laboró por Italia lo mejor que supo y pudo valiéndose de su sentido cristiano de la vida y de las cosas. Le fue bien, no cabe duda, pues la gente andaba necesitada de consuelo espiritual tras una guerra de desgaste y sinrazón, y el buen párroco no solo aumentó su grey, sino que alcanzó un renombre inesperado. Es decir, pasó a ser una figura popular.

Pero no contaba que su peor enemigo, su acérrimo enemigo de antes de la guerra, el alcalde del pueblo, que se llamaba Pepón, a la sazón un comunista acendrado, que se le situaba derechamente enfrente. Para decir verdad, también este sujeto deseaba lo mejor para su pueblo, pero bajo supuestos distintos, todos los que había podido asimilar de sus lecturas tóxicas. Mientras don Camilo seguía las consignas del Vaticano don Pepón las emanadas de los oscuros despachos donde se forjaban las armas dialécticas de la revolución. Era una lucha cantada y el autor de estas historias solo tenía que enjaretarlas en aventuras y situaciones, en casi todos los casos, divertidas, que la gente lectora italiana devoraba con avidez. Nunca llegaba la sangre al río, pero a nadie escapaba que escondida en la corriente de la historia bajaban las aguas teñidas, al menos coloreadas, de una sangre viva, que, entre otros deberes tenía el de levantar palmo a palmo un país devastado por los Panzer y las botas de unos soldados extranjeros.

Pero, como decía al principio, esta es la literatura. Otros Camilos y Pepones han aparecido en casi todos los ámbitos conocidos y he aquí que, tomando el rábano por las hojas, porque todo símil arrastra su venganza, en los tiempos de presente, más civilizados, si se quiere, el prontuario vulgar de esta España nuestra ha encontrado su Camilo y su Pepón, uno vestido con su saya blanca y otro, en esta caso otra, para destacar pero también para dejar patente ante las cámaras que el negro es lo que mejor le va a su figura de mujer, en una audiencia que ha sido revestida de toda suerte de maldades. Gente de fácil palabra no ha tardado en titular el encuentro de «cumbre comunista», pero rápidamente ha sido borrado de los medios. Nada de eso. Ha sido un encuentro feliz, ecuménico, diría yo, orientado a la publicidad y gloria de una anodina mujer que pretende alcanzar cotas muy altas. Es, en cierto modo, un mensaje de paz.

Lo que pasa es que son guerras distintas. En el minúsculo Estado del centro de Roma se trabaja bajo patrones decentes, en el que prevalece un profundo sentido social enraizado en la naturaleza de un sentimiento de amor al género humano, como enseñara el Maestro, y en el otro, fantasmal ente de residuos malignos, año tras año sirviéndose de las brasas de una sociedad caduca y obsoleta, por no decir criminal en muchos casos. Para su suerte se sirve de la estulticia de otros camaradas, con más ardid político y casi peor vergüenza, para ondear banderas jironadas, solo utilizables al estilo de los antiguos trapos para fregar los suelos. Pero ahí están, codeándose con el don Camilo de hoy, cuando ni siquiera saben que don Pepón fue un ejemplo de guerrillero armado en una tierra noble. Pero esa es la breve historia de un encuentro que debe pasar a la historia como un chirrido.



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Pero no es esto lo peor. Lo peor está por venir, pues dicen los sondeos que la citada señora está dispuesta a comerle el pescado al viajero compulsivo del Falcon, que va a los desastres cuando los muertos ya están enterrados, los fuegos apagados, los volcanes extinguidos, las riadas amansadas, las huelgas desconvocadas y las nieves derretidas. Eso sí, con las cámaras a remolque, pues sabido es que una imagen vale más que mil palabras.