Don Carnal.
Convendría recordar a los desmemoriados que en los siglos finales de la Edad Media hizo furor no solo en España sino en el resto de Europa un personaje que pronto la gente identificó como don Carnal. Naturalmente, entonces la carne no tenía el sentido que hoy se le da. En el saber del pueblo llano, que era importante, tenía arraigos con un vivir dislocado, pues no en vano era uno de los enemigos del alma. Como tal se comportaba en su tejemaneje diario y para mejor hacerse valer se identificaba con los excesos de la época. La gula, por ejemplo, era crucial y los artistas de antaño pintaron al personaje en sus escritos y tablas como una muestra denigrante que había que combatir. Sobre todo, cuando llegaban los días cuaresmales, que era el tiempo en que se platicaba acerca de los bienes que producía el recogimiento.
El paso de los años ha torcido el sentido original. Hoy la carne ha dejado de ser un enemigo del alma para convertirse en enemigo del cuerpo. En España, sobre todo, ha salido un ministro de pocas luces, comunista y anodino, que ha hecho unas declaraciones en las que ha empezado tirando bolos contra su propio tejado. Según su «opinión personal», han dicho sus colegas para taparle, el caótico intelectual político, que está donde está para promover el consumo de nuestros bienes, ha hecho lo contrario que se esperaba de un magister eficiente, lo cual, promovido en los tiempos que corren, de pandemia y carestía, ha desatado no una ola sino una sucesión escalonada de crestas de la mayor parte de los sectores del ramo, léase ganadería e industrias alimentarias, aparte, claro está, de la ya más que errónea cantilena de la derecha con el «dimisión señor Garzón», lloriqueo de infante bobo que no va a ninguna parte y sirve, además, para fortalecer al gobierno en su chulesco proceder, donde con una mano se muestra condolido pero con la otra no actúa como es debido. Ya se sabe: «Donde se ponga un buen chuletón en su punto...». Pero dejemos esas expresiones barriobajeras para orla de quien las pronuncia, que no es otro que el señor que el destino ha colocado en todo lo alto para detentar la gobernación de España.
La derecha, fiel a su visión empañada, comete una vez más su pecado más usual, que es dejar en manos de su enemigo, que es la izquierda socialista y comunista, la distribución de los tiempos. Se ha demostrado que tras un pataleo de varios días las aguas vuelven a su cauce y de lo que dije nadie se acuerda. Si esto es así, ¿a qué repetirlo una vez y otra? ¿No sabemos ya que en este fangal se mete solo esta fuerza política, y según los sondeos reciben castigo por ello? ¡Pues dejemos que el aceite haga el resto! No más «dimita», dejen que este comunista del Sur se queme en su salsa, a ver si de alguna forma acaban por conocerle. Aunque tampoco parece que haga mucha falta. Ya asumen el trabajo los compañeros de cuerda, que han recordado que frente a don Carnal hubo un tiempo en que le hacía el juego doña Cuaresma. Exactamente así: «Hay que cuidar la coalición», ha dicho una que se las trae. Y otra, sentada en su sillón, esperando pacientemente el día en que ha de volver a su oficio de magistrada, que siendo ministra de Justicia no ha «podido» presidir el acto castrense del arzobispado de Madrid, que lamenta tan desafortunadas palabras. Hay más, pero me los paso. Creo que es mejor recordar aquellas batallas impresionantes que pintaba en sus escritos el arcipreste de Hita.
Pero ¿acaso saben de qué se trata estos leguleyos del Gobierno? Las encuestas señalan como cosa probable que la derecha va a gobernar los próximos cuatro años. Naturalmente, se entiende, la reunión de dos fuerzas que se timan, pero se defienden. Pronto han intentado resolver desavenencias entre los grandes de una de ellas, a la vista de las elecciones de Castilla y León, otrora llamada Castilla la Vieja. La gente lo espera, pero el problema no está claro en tanto queden unos restos sueltos con etiqueta separatista. Ahí está el problema de España. Mientras no se subsane esta dificultad los partidos disolventes harán cuanto puedan por impedir el 51 por ciento del resto. Y lo saben. Saben que ese día, si llega, el país entrará en una senda de progreso, donde el primer asunto a resolver será desmontar el tinglado levantado en años por socialistas y afines. Mientras tanto, hay que esperar. Pero esperar no significa otra cosa que dejar que Garzones y amiguetes sigan largando chiribitas por sus bocas. Esperar no es pedir que se vayan a su casa. Al fin y al cabo, ya están.