El plan quinquenal
Allá por finales de los años veinte del siglo pasado el siniestro Josef Stalin, debidamente dado de pasto a los gusanos su mentor Lenin, inventó la cosa que llamó el Plan Quinquenal. Consistía en urdir un sistema más o menos patriótico para levantar de la miseria a su pueblo, que entonces era la Unión Soviética. Para llevarlo a efecto, dado que era un criminal por naturaleza y practicaba todas las consignas emanadas del marxismo, en su versión operativa comunismo, no tuvo reparos en dar a las sepulturas los huesos de sus conciudadanos, que no fueron pocos los que protestaron cuando vieron cómo les robaban sus propiedades, destruían sus familias, encarcelaban a la gente y demás lindezas del mismo jaez, detalles que ya sabían desde la Revolución.
Como la industria presentó resultados a su gusto, repitió, y así lo fue haciendo quinquenio tras quinquenio, de forma que, al cabo, los había encadenado y sabemos, porque lo airearon, que entre él y sus sucesores alcanzaron más de la docena (en planes) y sobrepasado el millón (en vidas humanas), una cifra oscura que no tuvo réplica hasta que otro de su cuerda (floja), un tal Adolfo, le engañó quince días antes de propinarle en toda la boca un puñetazo histórico.
La novedad, en aquellos tiempos, era plato de gusto en buena parte de Europa y los lacayos de otros países pensaron que podían ir copiándola, y así lo hicieron, satisfechos de ver lo bien que les iba la vida, y la cuenta corriente, minucia que los comunistas olvidan para orgullo de la causa. Y no solo en la parte oriental del continente que nos toca, sojuzgada poco a poco desde el lado Este, sino hasta en la otra parte del océano, pues también la Argentina picó el anzuelo. Después se sumaría una pequeña isla llamada Cuba, y aparecerían pupilos en otros cuantos países. Pero esa es otra historia.
La que estamos contando se remite al llamado Plan Quinquenal. Algo así como meter al pueblo en la marmita de los despropósitos, so pena de pasar las moradas por disentir. Las moradas no eran las de san Juan de la Cruz, que tenían el sello místico de su fe, sino las del color de la bilis pintado en el rostro, que se veía desde lejos, pues entonces no se usaban mascarillas para combatir el virus que, miren ustedes por donde, otros comunistas han puesto en circulación. Una maniobra letal, por mor de un relevo en el mando de este complicado planeta. En fin,
Y de estos enjuagues y esoterismos, de estos experimentos sin gaseosa, de estos planes orlados de misteriosas interrogaciones, ¿qué nos toca a nosotros, los atónitos españoles, a los ojos de todo el país de los mansos corderos? Nada. Unas migajas en forma de promesas, unos negocios untados de aceite de los que solo se beneficiarán unos cuantos, unas vacunas que no llegan, o lo que es peor, si llegan lo hacen con retraso, una letanía estúpida que nos va contando cansinamente cuánta gente se va infestando, cifra que los periodistas del montón rematan con la de muertos, y así, que ruede la bola.
Pero tenemos entre nosotros otros españoles, porque han nacido en estas tierras, que optaron por ver esta función desde los palcos, a resguardo de los vientos y asegurándose las espaldas. Para ello, pensaron, nada mejor que organizar un plan. ¿Un plan? ¿Y cómo, de dónde sacarlo? No podía consistir en quedarse sentado al paso de la bandera de un país amigo, ¡vaya numerito!, ni tampoco la estrafalaria ocurrencia de un malhadado Plan E, de antecesores perversos, nada de eso. Convenía que fuera un verdadero plan de raigambre, contrastado por la historia reciente, de buena cuna y lejos de falsas referencias. Un plan de largo alcance, de seguros resultados...
¿Qué tal uno quinquenal? No es una fantasía, pues nuestro maestro de ceremonias, al mirar en derredor, captó el mirar ansioso de uno de los políticos (?) del momento y, en un pispás le ofreció la llave de un devenir sobrado con tal de que se abrazaran en público. Era el enemigo perfecto: la ayuda mutua. El insomnio albacea de un trato que no podía fallar...
¿Que no podía fallar? Al menos durante cuatro años. ¿Cuatro años? Sí, más uno que ya llevaba de adehala el caballero del puño en el pecho, total cinco. plan quinquenal a la medida. Sí, pero aquí no hay muertos. Bueno, eso se lo dejamos a la pandemia, a los presidentes de las regiones, a los sanitarios, a los enterradores, al señor Simón, al avinagrado Illa, a la sustituta Darías, a los de la Secta... No importa. He aquí el plan para seguir destruyendo un país, un país, ya lo he dicho, que está en trance de silencio. El silencio de los corderos.