Con este Iglesias ¡no!
Con esta expresión retrató el señor Gabilondo al que hasta ese momento había sido su superior en orden al poder detentado, que, no ostentado, el excelentísimo señor vicepresidente segundo del Gobierno del Reino de España, don Pablo Iglesias. Cuando leí la frase entré en estupor. Para sentir disfunción semejante no hay que ser demasiado listo en este país aquejado de hipnosis, pero ¿era posible que a un tal, subordinado virtual, lo ningunease públicamente un miembro ⎼¿destacado?⎼ del partido que le estaba sirviendo en bandeja de plata los garbanzos de todos los días? ¿Qué pasaba en esas alturas para que, de pronto, se abriera la puerta que daba al cementerio de los elefantes? Había que esperar a los informadores de la Secta para que nos aclarasen dónde estaba el meollo. Espera baldía, pues de esa televisión no esperarás más que noticias envenenadas.
Pero había otras reflexiones que hacer. Por ejemplo, de un modo tácito el candidato socialista daba a entender que había «otro» Iglesias. Un individuo indeterminado que mereciese honores, los que corresponden a un señor honorable, con el cual hasta se podía colegir que si hubiese pactado. Es una suposición, claro está, pues con un sujeto que cuando habla parece que está evacuando sus heces lo mejor es alejarse un poco, por recomendación de la pituitaria. De igual manera es propicio para la zarabanda imaginar que se refería al «otro» Pablo, el histórico, del que presumen en el circo de Ferraz que era de los que si no le gustaban las leyes que se hacían, se las saltaban, y eran de notar los aplausos de su bancada. En fin, como de lo que hacen nuestros políticos ya nos asombra poco, he aquí que estos días pasados los autodenominados rojos, marxistas, socialistas y comunistas, y no añado bolivaristas porque es un término que aún no está debidamente acreditado, nos han servido lo mejorcito de su menú, que ha llegado envuelto en papel de seda, con un lazo en todo lo alto, propio de quien se distingue por el coco enmarañado que usa a modo de distintivo, algo así como la tiara de su dignidad. Así, que «con este Iglesias, ¡no!».
Y vamos con el otro.
El verso suelto. Así se ha definido él mismo, el candidato Gabilondo, en un ejercicio ramplón de mímesis, intentando cavar una zanja entre sus ideas, si es que las tiene, y las del otro. Porque él aspira, también lo ha dicho, a gobernar en serio, «porque es formal». O sea, que se entiende que hay otros estilos de gobernación, o gobernanza, como dicen ahora los cursis a los que les suena el hablar de nuestros clásicos, un modo de comportarse que va de la mano de su sosería y «formalidad». Pero no son estos adjetivos los que ha enarbolado como señuelos para recaudar votos, pues no parece que sean de su agrado. Al contrario, carga las tintas en lo de «serio» y la dirección de su partido, atento a los destellos de genialidad de su verso suelto, o solitario, ha dado el visto bueno al cartel que debe catapultarlo al estrellado. Pues los años de espera le han servido de poco.
Pero, por más que se esfuercen, no les salen las cuentas. Siempre según las encuestas, que son verduras de las eras. Resulta que dicen estas que si no la mayoría absoluta, sí la asistida. Si como es de esperar esas prospecciones se ajustan a la realidad, el día 4 de mayo el Partido Popular o estará en lo alto del podio por sí mismo o le ayudarán los de Vox, que con esos no se juega. Parece ser que andarán, juntos, en torno a los 75, que es mayoría sobrada. No ha profundizado mucho doña Isabel en proyectar esta posibilidad pero sabe que ambos estarán juntos en el mismo cuarto. Entonces, ese Madrid tan vilipendiado desde los oscuros gabinetes del poder respirará tranquilo y habrá cuchillos largos por las esquinas. Será para verlo. La Leona de Castilla, aún no ha dicho la última palabra.
Los despojos de esta batalla serán grandiosos. Estos ojitos nuestros tendrán la ocasión, algunos creemos que de enorme trascendencia histórica, de asistir al espectáculo de la derrota de los fieles al señorón de la Moncloa, y a su rasputín Iván, todos ellos bien pagados, por cuarta o quinta vez en un par de meses, lo que bajo otras coordenadas se llevaría por delante a todo gobierno respetable. Pero eso no será posible en el país de los mansos corderos. Eso necesita más cochura que la promesa de un candidato sosiserio o la irrupción, en trance desesperado, de un coletas herido en los costillares. Eso, lo quieran o no, tiene que pasar por el coraje de la gente que todavía, sin aspavientos, quiere de todo corazón a España. Que la hay, vaya que sí.