La España vaciada
11/FEB.- Ahora, si hay una España vacía, que no vaciada, habría que repasar la historia para descubrir donde se hallan encubiertos los verdaderos carniceros de hogaño.
La escenografía no pudo ser mejor pensada. Una mesa imperial, que ni Napoleón mismo, en una sala con balcón abierto de par en par a un jardín florido, donde –he aquí el toque picante– una estatua de desnudo de mujer ocupa buena parte del espacio, plumas nuevas, libraco inconsútil donde plasmar firmas y un pequeño y escogido retén de escogidos para dar cuentas, si las hubiere, de la trascendencia del acto. Nada era para menos. Después de más de ochenta años los comunistas –ojo, quiero decir el comunismo– han vuelto al poder. Lo que siguió, bueno ya lo saben ustedes, para qué repetirlo. Un colofón de albricias y parabienes que, a muchos, por lo menos a los nostálgicos, se les antojó como una reedición de sus desmanes de antaño.
Pero resumamos: le costó caro al del pelo largo, es decir la coleta, y por ahí anda intentando meter cuchara en algo que merezca la pena y que, desde luego, no va a encontrar de la mano de doña Celia Villalobos. Pero España está sobrada de recursos. Este país es grande y a lo mejor estos caballeros de la hoz y el martillo se dan una vuelta por los páramos castellanos y leoneses buscando votos. Porque dicen, y ellos lo saben, que por ahí los hay.
Resulta que esa pequeña pero dilatada España repartida en provincias únicas, suyas, con sus campanarios y sus pabellones deportivos, con sus tiendas a fiado y su orquesta municipal, hartas ya de ver que nadie les hace caso, que los que pregonan lindezas cuando llega la ocasión hacen lo que pueden por mentir más que otra cosa, han decidido ponerlos en manos de unas gentes que se sienten próximas; son una parte de los de Soria, de Ávila, de Salamanca, de Segovia, incluso Jaén... Bueno, en este caso no debemos extrañarnos, pues todo el mundo sabe que en esta tierra andaluza tres cosas son dos pares. Cosas del Sur.
Las izquierdas, las maltrechas izquierdas españolas han perdido comba y ya no saben dónde agarrarse. Que si el cambio de la guardia –la coalición manda mucho y hay que cuidarla hasta el final–, que si la carne señalada por el dedo de Garzón, que si la Ucrania desgajada dando la nota en una Europa que ya no se sabe bien qué parte ocupa en el mapa, que si el varapalo de la reforma laboral, que si el que anuncian los del gallinero separatista con sus firmas y triquiñuelas, y ahora... Ahora se les abre el portichuelo inédito de la España carpetovetónica, que fuera el ser de España antes de los romanos y que las mentes avanzadas de los todos, todas y todes han dado en denominar vaciada. ¿Vaciada de qué? Si realmente lo estuviera, ¿quiénes serían sus fautores? Ahora, piensan los rojos de todas las tonalidades, incluidas las verdes esmeraldinas, que son las que mejor manejan los ganaderos y agricultores, que en ese vivero van a encontrar el filón que ansían, a ver si con un poco de suerte las izquierdas recuperan el codiciado premio de los votos. ¿De los votos? ¡Pero si no están, se han ido a las costas a buscar fortuna!
Hace año y medio escribí en esta misma revista un artículo titulado Parábola de la botella. No lo voy a repetir, pero sí reseñar unas líneas. Dije: «Porque España es un continente de siglos que se abrió al mundo contra toda corriente oceánica y todo vendaval de despachos mediterráneos». Debo insistir. Los pueblos nacen para estar llenos, como las botellas y si por avatares del destino, y no poco por la mano de ineptos gobernantes, se despueblan, hora es de rellenarlos. Y se rellenan con gente, con la que cada día se levanta con su mochila a cuestas y parte para la haza o el mercado dispuesta a sentar plaza en su tierra. Y esa gente sabe bien dónde debe depositar su voto, llamada voluntad, para que su ciudad prospere. Y prosperará si no meten los hocicos fuerzas desmochadas que llaman comunistas, que, entre otras cosas, ¿no han sido ellos los primeros que salieron huyendo de sus solares, apenas oyeron que sonaban gaitas?
Porque es verdad que en muchas localidades los censos indican una baja de la natalidad, y esto, que es un problema, toca a los políticos arreglarlo, pero no con el trampantojo de unas elecciones en las que se presentan camuflados entre la buena gente los del puño en alto, cantando canciones tristes que ya dejaron de sonar hace mil años. Ahora, si hay una España vacía, que no vaciada, habría que repasar la historia para descubrir donde se hallan encubiertos los verdaderos carniceros de hogaño.