La gran derecha
A un observador relativamente optimista le vienen pocas veces situaciones tan prometedoras como la presente, cuando junto a la caída en picado del principal partido de la oposición, y las anheladas consecuencias que de ello parecen derivarse, se une la nefasta y hasta provocativa estancia (porque simplemente se le puede llamar así, puro y simple estar en un lugar donde se cobra todos los meses) del Gobierno que España padece, que se identifica por sumar a sus talentos cuatro o cinco capitostes marxistas comunistas, llamados rojos, nada menos que después de ochenta años, cuando tan horrenda ejecutoria tuvieron en la guerra civil.
Y digo ocasión que conlleva promesas de futuro porque, se quiera o no, basta con llevar la mente un poco adelante para advertir que el país se halla a las puertas de una más que gratificante perspectiva: el socialismo imperante puede ser destruido. Naturalmente con los votos de los españoles, en urnas y libremente. Aunque a ellos les pese.
No será más que la disposición de las piezas en el tablero adecuadamente. El príncipe, acosado desde todos los ángulos, las está viendo venir como se presume una tormenta, que le sumirá en la vorágine. Es posible que, en su fuero interno, si es que lo tiene, piense que se lo merece. Por supuesto. Por muy poco que discurra en los foros esos adonde va, de alfombras y cortinas, por muchos abrazos que se dé con otros mindundis europeos más o menos de su talla, por muchas comilonas que se pegue en hoteles de cinco estrellas y por tantas cosas como se le suponen que ejercita pero que nunca está bien ponerlas por escrito, alcanzará a darse cuenta que de los varios presidentes de España que han sido, incluyendo a su mentor ¡Zapatero!, él los aventaja en cuatro o cinco cabezas, o cuerpos, o como quiera que se diga en el deporte equino.
Sí, el buen hombre está acabado y lo sabe, a pesar del CIS y de sus palmeros, a pesar de ir nueve veces a La Palma, a pesar de la epidemia, a pesar de Ucrania, a pesar de las huelgas de transportistas y lecheros, a pesar de sus inflaciones, a pesar de sus sonrisas impostadas, a pesar de no tener idea de lo que es gobernar una nación como la española, que siempre se distinguió por tener una idea suficientemente clara de lo que es el señorío, el buen hacer y el sentido del honor. Pues todo esto, que este ser desgraciado ha traído a España, barrunta tiempos de renovación por algo tan simple como es la catástrofe que se ha producido enfrente, quiero decir en el partido que puede mandarlos a otra parte.
Porque, según el refrán, no hay mal que por bien no venga, lo ocurrido en el PP ha traído consigo una espuerta llena de esperanzas. No se trata de una simple sustitución de mandatarios sino del descubrimiento de un armario nuevo, donde los ropajes están a la espera de ser vestidos por personas capaces, en principio con otras ideas para encarar la vida, es decir la gobernación. Se da la circunstancia de que junto a esta derecha hay otra, que rema en el mismo sentido y que ha demostrado, sobre todo en Castilla-León, aparte otros sitios, que no guarda rencores por lo sucedido el día de la fallida moción de censura.
Una derecha que el rojerío imperante, sobre todo el entreverado en las pantallas de la televisión, especialmente la «Secta», se empeña en llamar «ultraderecha», del mismo modo que ahora le ha dado por tenernos bombardeados con lo de la agresión rusa a un país soberano todos los días, a todas horas, en aras de los índices de audiencia que ellos se inventan. Pero, en fin, hablábamos del fin que se avecina, que es el del socialismo español, al menos por unos cuantos siglos.
Porque la situación de deterioro ha llegado a tal punto que no basta con echar a esta gente. Eso será poco. Hay que borrarlos del panorama habitual donde se mueven las personas decentes y mantenerlos en las madrigueras sin luz de donde no debieron salir hace ya no sé cuántos años, que en eso de automacerarse son especialistas. Hay que hacerles ver, esta vez completamente en serio, esta vez sin la ayuda de nacionalistas separatistas independentistas y golpistas que en el horizonte asoman, y suenan, tambores y trompetas de victoria, las verdaderas, que unidas van a recuperar España, sacarla del pozo cenagoso donde los sociocomunistas la han metido en unos cuantos meses.
Sí, esa música se tiene que llamar de la Gran Derecha. Será, o debe ser, el Gran Concierto de la unidad de España. Basta ya de tiquismiquis, basta ya de enfados de cine, basta ya de entretenerse en juegos de patio de colegio y abordar el problema tal y como debe ser abordado, de frente, por la cara, enarbolando unos principios que ni en sueños los señores que detentan el poder conocen.
Es conveniente dejar claro que este artículo no es un desahogo visceral, aunque podría serlo. No, nada de eso. Se trata de una recomposición sencilla del problema de España, que como he dicho otras veces parece que se nos va por el sumidero. Es completamente necesario reunir en un solo haz a todas las derechas del país para derribar el muro de contención que los rojos han ido creando a lo largo de los años. Ha sido una fortificación. Pero ya deben saber lo que le pasó a la Línea Maginot. Ellos no son un partido sino una organización que reclama espacio para seguir en el medro y continuar en el machito de las prebendas y el acomodo. Pero ese lo destruyó en Andalucía una derecha organizada, a la que entonces nadie hizo caso, y luego se repitió en Madrid, Murcia y ahora en la vieja Castilla, y León.
Y todo porque cuando no se camina con la Verdad pintada en el rostro, con la fachenda de lo español, más pronto a o más tarde la gente del común reacciona. Aunque sea cuarenta años después. Si no a ver, ¿cómo reaccionará el señor de los anillos con el marrón del Sahara, cuando a lo mejor no sabe ni por dónde cae en África? Lo vamos a ver en seguida, tan pronto los camiones y los lecheros dejen las calzadas libres. Bueno, eso será si antes la geopolítica de cuento que este estratega lleva delante no acaba metiéndonos en la Tercera Mundial, que todo es posible.
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