Las «matriotas»
Zascandilea por ahí un grupo de chicas que han recibido el encargo de gestionar, junto con unos varones, la gobernación del Estado. Según la crisis que ha impulsado el individuo que detenta el máximo poder ejecutivo en España, un tal Sánchez, estas venus emergidas del fondo de los mares en una concha, son trece y no sé por qué me da el pálpito que albergan en sus húmidos corazones algún rescoldo patriótico de las llamadas «Trece Rosas», una de las leyendas iconográficas de las izquierdas que está todavía activa.
Estas damas del Gobierno no son del todo homogéneas. Entre ellas se reparten las tendencias (y consiguientemente los dineros) y así como las hay pijas, ariscas, zangoloteras y de estos estilos, las tenemos marxistas, rojas, comunistas, chavistas bolivarianas y no diré castillistas peruanas por no haber llegado a tiempo en la última distribución de las influencias del mundo. Estas vueltas a la tuerca política no son casuales, producto del azar, sino consecuencia de unos tratos habidos con uno que ya echaron y, hoy, aparece con menos peso, tal vez por haberse cortado el coco de que se servía. Este sujeto, que también era marxista etcétera, antes de escenificar la espantada, dejó sellado que no se rompería lo escrito, lo que significó que la gente de su facción permanecería incólume. En fin, todo esto, y otras menudencias que ustedes ya conocen, han dado el fruto esperado, que no es otro que la obsesión de acabar con el país que dicen representar, claro que a su estilo destructivo.
Las herramientas que emplean para su proyecto son, entre otras, acometer contra la lengua de que nos servimos, la española. Una de estas sílfides hizo escuela (gramatical) cuando dijo que ellas, en su conjunto, se consideraba «miembra» de este país. Quiso decir España, pero bien se ve lo poco que gustaba usar este término. Otra de esa laya reinventó el adjetivo «todo» haciéndolo extensivo a las demás vocales y así, desde ese día, sabemos que en esa comunidad de lumbreras además de todo y todas anidan también «todes». Ignoramos si en privado se expresan «todis» y «todus», pero en algún momento nos sorprenderán y se quedarán tan frescas. Y así, vamos haciendo el camino, que acaba en el Rocío. O la «rociada» de agua gélida como un témpano de hielo que más de un sobrecogido ciudadano desearía echarles por encima, como reciben la laca en las peluquerías.
La guinda a estos despropósitos la ha puesto la más pintada (en el mejor sentido de la palabra) cual es la señora vicepresidenta roja que nos procura el trabajo, doña Yolanda. Esta lumbrera mental ha dicho, en público, que hay conceptos que tienen que ser cambiados. Por ejemplo, esa antigualla que decimos patria, que desde su ilustradísima intervención deberá ser sustituido por «matria». He entendido que pretende darle color al género que ella tiene, que solíamos llamar sexo, pero en estas cuestiones todavía no se ha escrito la última lección. En resumen, la enajenación de los sentidos al tratar de levantarle el ánimo a las mujeres raya en el paroxismo. Pronto se abrirá una escuela para la instrucción elemental de ministras desechadas del Gobierno del Reino de España, donde podrán matricularse las que van cayendo, especialmente las autollamadas rojas.
En estas aulas podrán aprender que Patria es un sustantivo femenino, aunque les pese. Tiene a su favor el artículo, que lo es, y con eso queda dicho todo. Es una desfachatez invocar a autores que ya no están y que en algunos escritos emplearon el burdo «matria», algunos desde la Antigüedad, y no estaría de más recordar las múltiples derivados del término. Desde mañana tendríamos que decir «matriótico» o «matriota», por no tener bastante con matrimonio o matriarcado, que son vocablos de uso correcto nacidos al calor de expansiones históricas, de cuya demostración libro a ustedes. Pero vamos a lo que vamos.
Uno de los pocos tesoros que tiene una nación, y Nación es España, es su lengua. Combinada con otros factores (religiosos, económicos, sociales, culturales) determina su entidad y así lo vemos. Puede ser que esa lengua no sea solo una sino varias del mismo nivel (Suiza y otros), o diversas de modo subsidiario, es decir operativamente situadas en otro escalafón. La diversidad es grande. A nadie preocupa esto porque está demostrado que así debe ser. Pero la lengua española tiene el mal de la piedra ¡en su propia casa!
La nuestra recibe los ataques de las izquierdas por el prurito de querer cambiar la historia que nos ampara. Pues no. No entraremos los demás en experimentos lingüísticos que llaman inclusivos, con desprecio total de las mejores páginas de nuestra Literatura, por ende tradición es lo importante, como se cantaba en El violinista en el tejado. Seguiremos en la difícil pero heroica defensa de estos valores y seguiremos diciendo, o cantando que Asturias es nuestra patria querida, por aquello que dicen que somos tierra conquistada. Lo somos, sí, pero no de los mastuerzos y «mastuerzas» de corte plebeyo, casi analfabetos, que sin tener apenas dos yerbas se han propuesto hacer de España un campo de coles.
«Oigo patria tu aflicción y escucho el triste concierto...». Ahí, en esos versos está la verdad de lo sucedido. Fue el Dos de Mayo, una pincelada de patriotismo, que hoy más que nunca debería ser de aprendizaje forzoso en las escuelas, como en tiempos lo fue El Quijote. Pero... ¿qué saben ellos, es decir ellas, de estas cosas? Son, eso sí, «matriotas». Se acabó. No diré más.