México es una laguna
Hay que tener mucho cuidado con las lagunas. México, la nación, está llena de ellas, pero la ciudad, que es ampulosa y destartalada, se asienta sobre desecaciones y desagües, de tal modo que no han podido evitar sus habitantes desprenderse del mal de esos sitios, que son muchos y variados, pues ahí nacen y se desarrollan los bichos trompeteros, y se acumulan los detritos, sobre todo esos plásticos infames que han colonizado el mundo, como han hecho también las ruedas de los coches y las pilas radiactivas de los mil y un utensilios que son la proa del progreso. Pero hablábamos de las lagunas, esos charcos inmensos donde alguna gente se va a sus riberas a levantar palafitos, que son sus casas; quiero decir, la negación de sus casas, pues en vez enraizarse se encaraman en una nube de vistas infernales.
Pues bien, del distrito federal de México, que es donde prepara el Gobierno sus saraos políticos, y más concretamente de la chusca boca del máximo dirigente del país, ha salido la estupidez más estúpida que un estúpido podía parir, cual es decir que España debería pedir perdón a los mexicanos. El manso cordero hispánico, que ve la televisión de mierda que tenemos, oye estas cosas y se queda tan fresco, pero algunos, no demasiados, rumiamos mucho y cuando escuchamos a estos papagayos medio indígenas medio comunistas no podemos evitar preguntarnos: ¿Perdón por qué?
Estos sujetos catedráticos de Argamasilla que no conocen la Historia sino la historieta que les han contado, suelen remitirse a Hernán Cortés y sus anécdotas, que con ser medio verdaderas tejen a placer una leyenda que los corifeos de turno, que suelen ser los comunistas chavistas bolivarianos, castristas, guevaristas y ahora castillistas han decidido llamar negra, posiblemente inspirados en los atuendos españoles del siglo XVI.
No voy a dedicar ni una sola línea a rebatir esas patrañas venidas de la América que por más que se empeñen en despiezarla, sigue siendo española, pero tal vez sería conveniente recordarle a estos bedeles metidos a barbudos que no hay necesidad de retroceder tanto en el tiempo; basta con fijarse en la heroica asistencia que ese desquiciado país (me acuerdo de Ciudad Juárez) prestó a los cientos de españoles que decidieron huir de España temiendo represalias de sus hermanos, los que ganaron la guerra civil. No por la innata caridad azteca, sino por el amor de los pueblos hacia un estado de cosas donde la libertad era pisoteada, y ellos, adalides de estilo, acudieron al quite sin más enseña que su origen hispánico.
Habría que preguntarse si en esos tiempos no rondaba ya la mente de sus celebridades la idea del avasallamiento de los españoles que los sacaron de las cabañas y les dieron una lengua, nada menos que una lengua, con la que integrarse en el nuevo mundo que afloraba. Pero eso habría que demostrarlo. Lo que no necesita probatorio alguno es que un individuo desequilibrado ha reclamado perdón, tal vez para contentar a los votantes descontentos con todo lo que huela a organización de los pueblos, en el sentido de las libertades amansadas.
Yo creía que los perdones se pedían cuando, tras un minucioso examen de conciencia, se daba señal de nunca más caer en el pecado, y el alma se liberaba de culpa. En España, desgraciadamente, hoy tenemos ejemplos de lo contrario, pero esa es otra historia. La de México, que solo por respetar la grafía antigua del uso de la x en su jerga ya tendrían ellos que pedir perdón a los españoles, clama al cielo que cubre los agujereados contornos de un país de charcos y lagunillas. Olvidan estos seres de resabios aztecas y toltecas que mientras ellos injuriaban a España, nosotros aplaudíamos a Jorge Negrete, Agustín Lara y al cómico «bolado» por excelencia. Todo al mismo tiempo. Pero a la vista está que no ha bastado. El virus chino ha llegado también a sus gentes, que no tienen bastante con sentir en las espaldas la humedad de Río Grande, sino que adhieren a la confabulación comunistoide que asola un continente de por siempre heroico y liberal.
Pero México no solo es una laguna, también hay llanos. Guadalajara, la de allí, lo es, como dice la canción. Y en esos llanos inmensos, donde crecen las nopaleras y menudean los espíritus que hicieron de ese país un modelo a imitar, ha surgido un hombre que predica que le pidamos perdón. Como no sea que lamenten que no estuviéramos en el entierro de Cantinflas, no se ve el motivo por ninguna parte.