El señorito va de cacería
Este espacio lo tenía reservado para dedicárselo a mis compatriotas de Castilla y de León, ocupados en estos días en dar salida al rocambolesco episodio de la formación de un equipo de Gobierno para esa gran región pero ayer, justamente ayer, cuando nadie lo esperaba, como a la media mañana, en el Partido Popular explosionó una bomba, que algunos pensamos era de relojería; o sea, que estaba activada y solo faltaba la mano que apretara los mecanismos desencadenantes. Esto ocurrió, y de tal forma contundente que barrió de las primeras portadas de las teles y prensas varias toda otra noticia no ya en España sino en el resto del mundo, incluida la crisis Ucrania-Rusia: la Presidenta de la Comunidad de Madrid destapaba un asunto que inmediatamente fue agregado a la lista de los turbios que revolotean desde hace tiempo sobre su partido y, casi al instante, se aprestaban los periodistas con garras y lenguas bífidas a asegurarse la mejor novedad posible, las más de las veces sin la correspondiente comprobación. Pronto leímos en caracteres de color amarillo que la «guerra había estallado en Génova», que si un hermano de doña Isabel hacía negocios, que si un mindundi no muy cualificado del partido acababa de dimitir (huyendo del incendio), que si un investigador privado decía lo que decía sin más garantía que su palabra y… en fin, fue tanta la bazofia que recorrió las cañerías que me voy a permitir no repetírselas, por ahorrar tiempo y energías. Pero es lo cierto y verdadero que ayer no se hablaba de otra cosa en este país de poetas y villanos.
Como es natural, no voy a adoptar postura respecto al asunto. Pertrechos y abogadillos tienen en el partido para resolver, y es lo que harán. Como ya han decidido los plumillas que es una guerra, cada cual ha determinado qué bando conviene más a sus intereses y está dejando fluir a su boca sus congénitas afinidades, punto más punto menos capitaneados por los poderosos «Secta» y «El País», amén de sus allegados y el rosario de sus redes, todos regados por el maná desértico de los verdaderos gobernantes del cotarro. Sería una falta de cortesía imaginar que ustedes no se han dado cuenta. Claro que sí. Hemos llegado a ciertas metas volantes en las que se hace difícil ignorar lo que pasa alrededor. Probablemente no lo sabremos explicar, pero el conocimiento mostrenco está tan al alcance de todos que ya es bastante. Algunos somos tan mal pensados que tenemos un montón de reservas para creer lo que se dice, pero sobre todo quién y cuándo lo dice. Aquí tenemos la prueba. No es de recibo creer que en el momento político que vive España, cuando a la Derecha le hacen tanta falta señales de unidad y sigilo, cuando se vapulean votos como si fueran castañas, a ver quién las coge al vuelo, cuando basta mirar a campo abierto para advertir de dónde sopla el viento, cuando son estas cosas sencillas las que en verdad se cuecen en la vida cotidiana de los ciudadanos, una mujer cualificada como es doña Isabel Díaz Ayuso (a quien me permití llamar hace ya un año «La Leona de Castilla») destapase el tarro de los truenos sin calcular debidamente las consecuencias. Las sabe. Ella sí, los periodistas no, enzarzados, como están, en averiguar qué dice el contrato del hermano o si el ex de no se sabe quién tuvo algo que ver en esto. Y mientras tanto, anoche, un tertuliano con perfiles, dejaba caer en una cadena de televisión que alguien le está haciendo campaña a cierto partido. Y esa es la cuestión.
Porque… Porque existen indicios de que lo ocurrido no sea un guijarro en el camino. Un peñasco, un avatar de los caminantes. Porque las cosas no pasan porque sí. Por regla general casi siempre hay una mano negra que se entremezcla en los lizos y, unas veces callando y otras vociferando, encamina los sucesos hacia el abrevadero en que las bestias beben para beneficio de sus dueños. Y aquí toca mentar a España. En las muchas horas que llevo escuchando los rabiosos titulillos de esta novedad observo cómo la Izquierda permanece indemne, aplaudiendo con soterrado cálculo de posibilidades, dejando pasar la ola que, de no andarse finos, podría engullirles también a ellos. Por eso están callados, sibilinamente silenciosos. Si la Derecha se despedaza, en su cuerpo lo llevan. Esta es una guerra, como decía al principio, y las guerras se ganan. «¡Dejadlos solos!» Alguien ha dicho que una vía que ha seguido la información parte de la Moncloa. ¿Debemos creerlo? No lo sé. Estamos en el mismo caso: rumores, conjeturas, infundios. No se puede creer tanto papelote inmundo. No es posible quedar prisioneros de estas furias arrasadoras, sin garantías. Y en este momento, en España, razones hay para pensar que hemos sido llevados del ronzal al terreno tóxico que más interesa a los que detentan el Poder. Otra cosa será que ese sea terreno cenagoso.
Hay que decirlo, pues. El PSOE, hoy el partido que lo detenta, es la enfermedad terminal de España. Lo fue y sigue siéndolo desde finales del siglo xix. Hace un siglo se desgajó de él una réplica, que mejor haríamos con no tener que dar pelos y señales, pero ahí están, después de casi ochenta años de espera. Parece mentira que ante tan cínica y metabolizada maniobra de distracción los sesudos periodistas del país, los tertulianos e intelectuales de tres al cuarto, los comentaristas de la actualidad que nos acucia se hayan dejado distraer por los cantos de sirenas de que se suelen adornar para cometer sus fechorías. Lo pagarán, sin duda, pero mientras tanto, mientras en la tierra extrema de una parte de España la vida común sigue su curso, uno de ellos, llamado el señorito, ha elegido el día para darse una vuelta por el campo, que es suyo, y practicar el deporte que más le gusta, la cacería. Y ahí, porque le dio la gana, porque le salió de la entrepierna, porque el mellado era un pobre hombre, le pegó un tiro al pájaro inocente que nada tenía que ver con la realidad de las cosas.
Pero todo el mundo sabe lo que pasó al asesino de la Milana Bonita.
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