Vacaciones
En la parte del mundo donde pega el sol la gente ha decidido dedicar los meses de julio y agosto para tomarse unas vacaciones. En principio, parece que está bien. Pero más adelante de este principio se echa de ver que no lo está tanto. Es decir, que está mal. Es posible que esto suene a una falta de carácter, pero tampoco está bien medida esta posibilidad. Porque si opinamos, en general, que tomar un tiempo para el descanso es saludable para el cuerpo, y a veces para el alma, distinción que gusta de hacer a los que piensan que el ser humano es una integridad dividida (¡), algo así como un Dios y tres Personas, unas semanas en la playa o en lo alto de un monte prometen alegrías.
Pero no es así. No es así porque no está escrito en ninguna parte que haya que extraer del tiempo disponible una parcela exclusiva para el regusto y el ocio, que ni es regusto ni es ocio. Y si medimos las cosas por su peso específico, la respuesta salta a la vista. No existen tiempos vacíos, susceptibles de ser llenados con unas míseras vacaciones. Convendría sustraerse a tópicos pasados de moda y estimar que nadie nació para «descansar» uno o dos meses del año. Vivimos una realidad de naturaleza uniforme que nos obliga a mantener una velocidad de crucero acorde con nuestro deseo. A eso lo llaman evolución. La persona es pieza insustituible de la evolución. Pero, como ocurre en los corredores, pongamos diez mil metros, a veces se contiene el ritmo y a veces se acelera, siendo esto último lo que más sucede cuando la prueba se acerca al final. Entonces, la evolución se torna en involución, en el primer caso, o en revolución en el segundo. Pero nadie duda de que la carrera es un todo completo, ajustado a nuestro ser, el de su inmensa levedad, al decir de Kundera.
Este verano la gente ha entrado alegremente en la involución. Ha detenido la carrera y toma el sol en la arena o entre las peñas. Se ha preguntado, ¿aligerar el paso, para qué? No es tiempo para una revolución. Ahora estamos en la secuencia natural del punto y seguido. Miren a los ministros, a los grandes empresarios, a los pringados de las televisiones, a los comunistas, a los... Todos están de vacaciones. Es decir, todos están hipotecando un tiempo precioso de vida sin que se les caiga de las manos el peine con el que se acicalan. O se empolvan, como dirían las defensoras del sexo mujeril, que nunca se sabe por qué defienden lo que no se ataca. Claro, menos los criminales sueltos. Pero a esos también les gusta tomarse un viajecito y ver mundo.
No a las vacaciones programadas, sí a las vacaciones palpitantes del ser que domina todos los tiempos de su vida. No quiero citar nombres, pero sería fácil hacer una lista de corredores que no saben mantener las secuencias de una prueba de fondo. Prefiero organizar la vida con arreglo a unas normas nacidas de mi exclusiva libertad para moverme. Preferible es llevar el paso concertado de la carrera más preciosa que se nos ofrece, sin tener que mirar el calendario para pensar que el día que nos toca regresar está próximo.
Pero está determinado que la cosa sea de otra manera. Se ha dispuesto que todo quisque en este país pague la luz al ritmo que marcan los ministroides de turno y no queda más que hacer que ir con la tarjeta bancaria en los labios y hacerlo efectivo. Se ha dedicado buena parte de este caluroso mes a ilustrarnos sobre la terrible marcha de Messi de un equipo de fútbol. Se nos quiere entretener con noticias incendiarias en Grecia y Turquía, mientras por aquí se nos habla de millones de dosis de vacunas, que nadie sabe para qué sirven, pues mientras más se inoculan más gente se infesta y va a las UCI. Se nos muestran pedazos inmensos de hielo que se desprenden de sus moles para sustos y quebrantos de las ballenas del lugar, alertándonos de que en 2100 la temperatura del planeta será de un tenor insoportable. Se nos infecciona a las gentes que habitamos las orillas de los mares con una suerte de desaparición que deberíamos ir preparando, quién sabe si con una carreta alquilada. Hacen su agosto, esto es una frase, los fabricantes de telas para máscaras, botes para vacunas, jeringas para inyecciones, pósitos, gasas, alcoholes, tiritas, esparadrapos y papeleras...
Porque mientras tanto, y que alguien demuestre lo contrario, el que detenta el poder en el Gobierno de España encadena unas vacaciones con otras en la seguridad de que sus pringadas harán el trabajo que les ha sido encomendado, que versa en cómo mantener a un pueblo manso en el redil de los cursos programados.