La vacuna envenenada.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Se oye decir que los españoles aguardan la llegada de la milagrosa vacuna con una mezcla de expectación y reserva. Contribuye a este desasosiego la implacable campaña que están haciendo, por su cuenta, los medios televisivos, en especial la «Secta», que más parece les va la vida en ello, casi de la misma manera que con el asunto de las elecciones en Estados Unidos.
Aparte la opinión de los médicos, enfermeros, celadores, señoras de la limpieza y guardias de seguridad de los hospitales y demás, clínicas, mayordomías y estudiantes de Medicina, en fin todo un mundo de personas que tienen el sueldo apegado al servicio de la salud pública y privada y que, por lo tanto, gozan de toda autoridad para emitir sus juicios, análisis, dictámenes y chismes al respecto. ¡Dios mío, cómo tocan estas teclas en este universo curalotodo!
Un servidor no va a entrar en ese juego, lo siento. Para mí, ni la vacuna es la panacea ni se le debe dar más importancia de la que tiene. Si se fijan, verán que vacuna viene de vaca, y aunque son mansas tienen cuernos, lo que indica que hay que tener cuidado. La llamada ciencia homeopática no es, ciertamente, una ciencia sino un conjunto de experimentos que, según se ha demostrado, tienen algo de curativos pero su naturaleza es más de placebo que de otra cosa.
Lo dicen los libros y tienen a su favor la propaganda de las empresas farmacéuticas, que, como es natural, inciden en la cuenta de resultados de manera vertiginosa, para beneficio de los miles de licenciados que trabajan todos los días en sus pupitres, con la redoma y el tubito dándole a la manivela. Las imágenes que estamos viendo de la fabricación de las diversas marcas que asoman la cabeza en los mercados es la muestra de lo bien que se lo montan.
Pero la gente tiene el deber de vacunarse. Esa es la cuestión. Estamos en un tris de que se nos diga que, a la fuerza, es decir so pena multa, que sería una vuelta de tuerca más al garrote que ya nos rodea el cuello. Pero es la novedad.
Millones y millones de botecitos y jeringuitas se esparcen por el planeta para que nuestra salud quede a salvo, para que quede para la historia el cuento chino de que la Humanidad se ha salvado gracias al titánico esfuerzo de unos investigadores sin presupuesto, pero con muy buenas maneras, y todos tan contentos. Así se viene haciendo con la de la gripe y así se ha hecho con otras, desde la viruela para acá. Y como la gente se lo cree, a curarse tocan.
Pero, saltando de estos comentarios tan graves a otros no menos, sin duda de índole mucho más severa, los españolitos persisten en sus miedos y sus prevenciones y han manifestado que antes de dejarse pinchar en la parte más carnosa del brazo quieren ver los resultados obtenidos en otros valientes, que los hay, y ya se está constatando que entre los alérgicos crónicos, los hipocondríacos y otras especies de naturaleza disminuida se producen reacciones no del todo favorables, lo cual quita las ganas de seguir la senda a los más pintados. Así que a esperar, que no por llegar antes consigue la corona de laurel.
Procede, en este punto, aclarar que la vacuna es una cosa venenosa. Así de sencillo. Basada en la creencia de que los venenos se anulan cuando son de la misma madera, unos tíos listos, pues no hay que restarles méritos, hace ya un montón de años promovieron el invento, siempre que fuera en pequeñas dosis. Veneno contra veneno, he aquí la cuestión. O sea, usted se deja inocular un poso de venenoso elixir y ya verá cómo, dentro de un tiempo, quedará inmunizado contra ese mal, que en el caso que nos ocupa es un virus, que es un bicho muy virulento, como su propio nombre indica.
Pues no, no es por eso por lo que la gente se niega a servir de cobaya. No señor. Lo que más bien parece que casi la mayor parte de la población piensa hacer es prevenir toda suerte de males que se atisban en el horizonte, y eso ¿por qué? Porque nadie se fía... ¡de este Gobierno! Porque todo aquel que tenga dos dedos de luces sabe que aquello que toca lo contamina, lo despoja de su mayor o menor eficacia, aunque sea inducida, lo convierte en mecanismo político, lo desluce sin piedad, y esta es una verdad que ya ha sido descubierta por los ciudadanos de este país.
Por eso he titulado el artículo como vacuna «envenenada», que entresaca del concierto de vocablos que es nuestra lengua un matiz mucho más nocivo. Porque la vacuna será venenosa, pero sabemos que para curarnos hay que tragar, a veces, sapos hirvientes; lo que ya no soportamos es que el daño provenga de unos seres que cabalgan a lomos de corceles que llevan la muerte en sus crines.