¿Acabaremos entendiendo algo?
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Las cifras oficiales nos hablan de 1.116.738 casos de coronavirus confirmados con prueba diagnóstica de infección activa y 35.298 personas fallecidas en España y de 1.161.159 en el mundo al 27 de octubre y llevamos con el virus haciendo estragos en Europa, por lo menos, desde finales de enero como hecho constatado.
Ante este panorama desolador ¿cómo reaccionamos? No vamos a valorar ni ahora ni aquí las medidas adoptadas por las autoridades, conscientes de que algunas han sido erróneas y otras fallidas. Ya han sido comentadas y valoradas desde estas mismas páginas y por plumas más autorizadas. Pero, con independencia de esta valoración, lo realmente preocupante, lo que nos deja perplejos y desconcertados es nuestro comportamiento por incomprensible.
No hay duda de que millones de personas tienen un comportamiento sensato y disciplinado. Pero las que causan daño son las que ignoran o contravienen, consciente y voluntariamente estas medidas. ¿Tiene esto alguna explicación razonable? Creemos que no.
La Policía Municipal de Madrid ha actuado en el fin de semana del 23 al 25 de octubre, en pleno estado de alarma, en casi 300 fiestas privadas, celebradas en domicilios o en locales que superaban la hora de cierre, y han actuado en un botellón en Madrid Río donde había 300 jóvenes.
Fuentes municipales han comunicado a las agencias informativas que en todas estas fiestas se han encontrado con un número de participantes superior al permitido y que estas personas no usaban la mascarilla ni ninguna otra medida de seguridad.
En las dos semanas que ha durado el estado de alarma, que finalizó la tarde del sábado día 24, las sanciones por estos conceptos han superado las 3.500 en Madrid.
El día 26 el periódico El Español celebró en el Casino de Madrid, una fiesta para conmemorar el quinto aniversario de la primera edición de este medio. Con lo que está ocurriendo, ¿era realmente necesaria e imprescindible esta ceremonia y la forma de celebración? A la misma acudió «la flor y nata» de nuestra sociedad: políticos de diferentes signos, tendencias y distintos rangos, renombrados empresarios y conocidos periodistas. Y después de que nos obsequian con sus sermones y admoniciones para que no nos reunamos más que con nuestros convivientes, que no nos quitemos las mascarillas, que guardemos las distancias de seguridad, un número muy importante de estas personalidades aparece en las fotografías tomadas en el evento sentados a la mesa, antes de que se sirvieran las viandas, aunque ya se había hecho con los vinos, con gesto de atención hacia los oradores pero con las faces al descubierto, sin utilizar las mascarillas.
¿No son conscientes de que «la palabra convence, pero el ejemplo arrastra»? ¿Qué tenemos que pensar la gente ante estos comportamientos? No ha de extrañarnos, por tanto, que haya quien diga que va a hacer lo que le de la gana y que, si la Policía les pregunta, dirán que desconocían la normativa vigente. O que no están dispuestos a renunciar a sus formas de diversión. Que, por cierto, con tantos cambios, modificaciones y diferentes criterios dependiendo de la demarcación territorial, no es de extrañar que nos encontremos desorientados y desconcertados y que no sepamos a qué atenernos.
Con tantas leyes (orden, contraorden, desorden) va a haber que editar un tomo especial del Aranzadi dedicado a la legislación sobre este virus.
En Cataluña, con 5.000 contagios en un día, se han provocado graves disturbios como protesta por las medidas adoptadas. Y en Italia, que algo sabrán del asunto al haber sido el país más golpeado en los primeros tiempos de la expansión del virus en Europa, con un nivel de entre 18.000 y 20.000 contagios por jornada se han entregado a la misma destructiva tarea con quemas del mobiliario urbano y destrozos en los comercios por los mismos motivos.
No sé si seremos capaces de entender qué está pasando con estos comportamientos y por qué. Yo reconozco que no lo soy, por más esfuerzos que hago y más voluntad que pongo en el empeño. No entiendo por qué, sabiendo lo que ocurre, así como lo que nos espera corremos alegremente estos riesgos y se los hacemos correr a nuestros semejantes.
Parece ser que las cifras de contagios y fallecimientos no sirven para nada. Yo pensaba que podrían surtir su efecto las imágenes desgarradoras de las personas hospitalizadas, de las urgencias con los pasillos saturados, de los internados en las UCIs y de los que salen de ellas con aterradoras consecuencias, pero, por lo visto, no es así.
En la película La lista de Schindler nos explicaban que hay un refrán judío que sentencia que «quien salva una vida, salva al mundo entero». ¿Cabe suponer que, por el contrario, «quien causa una muerte, mata al mundo entero»? Porque de ser así, serán responsables de muchas muertes quienes, con sus conductas negligentes o irresponsables están provocando contagios que dan lugar a hospitalizaciones, ingresos en las UCIs y, finalmente, acabar en el camposanto.