Echando un cuarto a espadas
En la colección de Desde la Puerta del Sol que obra en mi poder, hasta ahora no había visto –salvo error u omisión por mi parte– un contraste de opiniones en relación con alguno de los artículos debido a alguno de los muchos autores que hemos pasado por sus páginas, lo cual no dejaba de ser sorprendente debido a la diversidad de los temas tratados y a la comprometida naturaleza de algunos de ellos.
Pero esta tendencia se ha visto quebrada en uno de los últimos números a propósito de las vacunas contra el covid-19. Y hemos de entender que esto es saludable pues, entre otras cosas, se pone de manifiesto la atención y el interés que los lectores dedicamos a los contenidos del periódico y, además, que hay diferentes formas de considerar una cuestión y que dan lugar a controversias. Y ya se sabe que «de la discusión sale la luz».
Uno de los riesgos que, a mi modesto saber y entender, tiene el escribir sobre la marcha acerca de acontecimientos y sucesos que se producen casi simultáneamente, es que no siempre disponemos del tiempo suficiente para releer y reposar lo escrito y reflexionar sobre ello debido a la urgencia e inmediatez de la publicación y, a veces, nos movemos por impulsos, aunque éstos puedan ser comprensibles.
En el tema de las vacunas es lógico que haya partidarios y detractores y cada uno tiene derecho a sostener su postura con argumentos y razonamientos, lo más rigurosos posible, y a que sean respetados.
Las posturas favorables a la vacuna, en un número cada vez mayor de españoles, según las últimas encuestas del CIS, se sustentan, entre otras razones, en los avances de la ciencia y en que disponemos de mejores medios que en tiempos pretéritos, en la ya dilatada experiencia en su aplicación y en cómo las vacunas han contribuido a erradicar de nuestras vidas un número importante de enfermedades que antes se llevaban por delante la vida de miles y hasta millones de seres humanos. Y parece lógico que, basados en estos argumentos, animen a la población a vacunarse contra esta que ahora nos golpea tan fuertemente.
Y parece lógico también que, un sector importante de esa población siga esas recomendaciones ante el temor tan humano al contagio y a sus consecuencias, entre las que está la misma muerte y la gente tendría el deber de vacunarse, para preservarse a sí y a sus semejantes. En realidad, la sociedad no debe dejar de hacerlo ni dudar de las bondades de un medicamento siempre y cuando esté científicamente autorizado. Vivimos en unos tiempos en los que los avances de la ciencia son sobradamente demostrados y conocidos.
Por otro lado, a quienes discrepan también les asiste el derecho a tener sus propias opiniones porque, en definitiva y en este caso, cuando para tener otras vacunas fiables han pasado hasta años, resulta, cuando menos sorprendente, que ésta, en una carrera desenfrenada de varios laboratorios o marcas y entre algunos gobiernos, se haya conseguido en pocos meses y eso hace que la gente (o parte de ella) tenga sus reticencias y sus legítimos temores. Y no me refiero a las teorías lanzadas por algunos «iluminados» con afán de protagonismo o de atemorizar a la población.
A estas reticencias se suma el hecho de que, por otro lado, resulta que ahora hay fallos en el suministro de estas vacunas, que hay carencia de las jeringuillas adecuadas, que de un solo frasco se sacan más dosis de las programadas en un principio, que hay farmacéuticas suministradoras que presuntamente desvían pedidos a países diferentes de aquellos con los que se habían comprometido, que hay personas que se han contagiado después de recibir la primera dosis, que en unos países se da prioridad para administrar la vacuna a los más mayores, mientras que en Alemania se aconseja que la vacuna desarrollada por una determinada marca no se administre a personas mayores de 65 años por evidencia científica «insuficiente» y un montón de cosas que, lógicamente, pueden suscitar una cierta reserva o desconfianza en las personas.
Es difícil que, en el caso de España, no se de esa desconfianza si el Gobierno, por medio de sus portavoces, y determinados medios de comunicación, en boca de sus «invitados y tertulianos», un día nos dicen una cosa y al siguiente la contraria.
Una cosa es la confianza que legítimamente se pueda reclamar para esta vacuna y otra la percepción que, a la vista de lo que está ocurriendo, puedan tener determinadas personas. ¿En qué tenemos absoluta certeza para que en algún momento de nuestras vidas no hayamos dudado, aunque sea un poco? Es lógico, comprensible y deseable que se aspire a despejarnos las dudas y se haga con rigor y no con opiniones, algunas veces interesadas y sesgadas en ciertos medios de comunicación y en determinados programas en los que predominan los «comités de expertos» que nos hablan de «escenarios» y «protocolos», sin que muchas veces sepamos bien cuál es el contenido y a qué se refieren.
Al final y, en definitiva, como apunta uno de nuestros autores, aparte de confiar en los buenos sanitarios, los que participamos de determinadas creencias, la mayor confianza es la que hemos de depositar en la Divina Providencia.