Madre del mayor dolor
Este año la Semana Santa ha sido diferente de las de años anteriores, con la excepción de la del pasado 2020 y quizá por ello se ha apreciado, o hemos creído apreciar, una mayor devoción y recogimiento por parte de las personas que han participado en los actos litúrgicos y, en algunos casos, con un menor componente festivo, folclórico o turístico. Y el Viernes Santo triste y lluvioso como si la climatología quisiera acompañar la conmemoración.
En mi barrio, el Jueves Santo las iglesias estaban al límite en sus capacidades permitidas y con muchas personas siguiendo las celebraciones desde el exterior de los templos. Tal vez este ambiente nos ha llevado a reflexionar sobre cuestiones que, frecuentemente, no apreciamos de forma involuntaria.
Aparte del enorme sufrimiento del propio Jesucristo, no podemos dejar pasar por alto el padecido por su Madre. Y a ello nos ha llevado la contemplación de la imagen de esta Virgen Dolorosa, que se venera en la Iglesia del Inmaculado Corazón de María, en la calle de Ferraz, en Madrid, con la que ilustramos estas reflexiones.
Es una imagen que impresiona y sobrecoge, en la que en el rostro y el gesto de María se aprecia y se interioriza el dolor desgarrado, el sufrimiento más profundo al sostener en su regazo el cuerpo inerte de un Cristo muerto, absolutamente desmadejado.
¿Cabe mayor dolor que el de una madre al ver morir a su hijo? Pues ahora a causa del covid-19, en el mundo, diariamente, miles de madres ven enfermar y morir a los suyos y, en todos los demás momentos y circunstancias, también por millares son los que perecen a causa del hambre, de la violencia y de otras enfermedades sin que ellas puedan hacer nada por evitarlo y careciendo de alimentos, de vacunas y de tratamiento sanitario.
Pero es que, en el caso de María, no sólo fue testigo de su agonía y de su muerte. Es que también supo cómo era escarnecido, torturado, escupido, azotado, arrastrado por la Vía Dolorosa y, finalmente, clavado brutalmente a un madero, elevado sobre el suelo y a cuyos pies, durante horas, ella vivió y sufrió esa agonía y esa muerte.
En España, y hasta donde llegan mis conocimientos, existen dos imágenes de María bajo la advocación de Nuestra Madre del Mayor Dolor. Una en Sevilla y otra en Badajoz, relativamente moderna ésta, debida a Antonio Castillo Lastrucci, que sustituyó a la anterior del siglo XVII destruida, como tantas otras imágenes y por las mismas causas, durante la Guerra Civil.
También contamos con dos marchas procesionales dedicadas a esta Virgen. La de Daniel Albarrán Nuestra Madre y Señora del Mayor Dolor estrenada en Sevilla, precisamente en febrero del 2020, unos días entes de que en España fuera reconocida oficialmente la existencia de la pandemia y otra Madre del Mayor Dolor, del músico militar Juan José Puntas Fernández. Los músicos militares españoles han aportado innumerables composiciones de esta naturaleza para acompañar a los desfiles procesionales de la Semana Santa.
El pasado día 26 de marzo, en el programa de RadioYa «En forma», Pablo Muñoz, aludiendo a los dolores de la Virgen María, sostenía que si Jesucristo, en tres años de convivencia con sus discípulos, les había revelado cuál iba a ser su final y en qué forma se iba a producir, en los treinta anteriores compartidos con su Madre, ¿por qué no se lo podía haber revelado a ella también?, como le dijo, cuando le estuvo buscando durante tres días en Jerusalén, que estaba en este mundo para dedicarse a las cosas de su Padre. De ser así habrá que concluir que María ya habría sufrido anticipadamente ese dolor y que lo habría hecho con absoluta resignación y aceptación de la voluntad de Dios, dándonos con ello una lección inapreciable que no siempre nos aplicamos a nuestros padecimientos físicos o espirituales.
También hay quien sostiene que lo más plausible es que Jesús, amando a su Madre como la amaba, le habría evitado este sufrimiento. ¡Quién sabe!
Pero lo cierto es que en estos momentos y en estas circunstancias, la figura de María, de esa María doliente y dolorosa, sufriendo lo indecible para cualquier ser humano, debería de servirnos, en su contemplación en aquella realidad desgarradora, de ejemplo y ayudarnos a la reflexión cerca de nuestra Madre del Mayor Dolor, en el mayor dolor de una madre.