Después, siempre el cielo azul...
Todo montañero que se precie ha sufrido alguna vez el impacto de una tormenta, cuando caen torrentes desbocados de agua desde un cielo ennegrecido y tenebroso; cuando los senderos se han trasmutado en ríos en los que navegan tus pies, enfundados en unas botas caladas de punta a talón; cuando todas las prendas que llevabas encima, y tu mochila, han formado un magma acuoso pegado a tu piel…
En mi memoria recuerdo varias ocasiones de este jaez; por su intensidad, rememoro ahora tres, que se transformaron en excelentes didácticas del esfuerzo, la superación y la voluntad humana: una que me descargó toda su fiereza cuando descendía del Montarto, en el Valle de Arán; otra, que añadió riesgo en la ascensión del Carlit, en tierras francesas, y la tercera, la que obligó a renunciar a una plácida excursión por el Montseny barcelonés. También cuentan, claro está, las tormentas de nieve, las que se acompañan de granizo cuyos pedazos actúan como proyectiles, y las de viento, como aquella que hizo volar literalmente todas las tiendas de un campamento en la sierra de Gredos… En fin, recuerdos que ayudan a dormir cuando te asaltan en tu cómodo lecho ciudadano.
Pero todas ellas tuvieron un colofón feliz, que cabe reputar de maravilla de las leyes de la naturaleza: acabada la furia de los elementos, poco a poco se alejan las negras nubes, que terminan por disiparse; luce el sol más bello que pueda darse, en un cielo de un azul impecable; la tierra mojada agradece aquel pasado sacrificio y ofrece a los sentidos un maravilloso olor. La vida continúa y es más hermosa.
Así, las enfermedades pandémicas, que, tras el desastre que provocan, se difuminan poco a poco, y, tras desaparecer, solo quedan en los prontuarios de historia de la Medicina, para que los futuros especialistas, arriado el orgullo científico, investiguen a fondo con humildad y paciencia.
Así, las modas y corrientes dominantes, que dejan poco a poco el espacio a la sensatez y solo se recuerdan como anécdota de un pasado de estupidez generalizada y sirven de diversión a nuestros descendientes, como las fotos amarillentas y las películas rancias.
Así, los regímenes y gobiernos obtusos o malévolos, que desaparecen por el escotillón de la historia, al acabar cayendo, y los nombres de los falsarios, inútiles, malversadores, corruptos e hipócritas e borran uno tras otro de las primeras páginas de los medios y solo se reservan para los eruditos que investigan en las hemerotecas.
Siempre el cielo azul reaparece tras las calamidades, y la sonrisa del Buen Dios ⎼Señor de la Creación y de la Historia⎼ resplandece en todos los horizontes. Y los humanos que hemos pasado por las duras experiencias de una tormenta y de otras calamidades, si las hemos resistido con entereza y buen ánimo, nos sentimos reconfortados y alegres en nuestro corazón.