La amenaza de Pablo Iglesias
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
«No volverán a formar parte del Consejo de Ministros de este país». El jueves, Pablo Iglesias sentenció a la bancada del Partido Popular. Frase de resonancias tristes, que nos transporta a otra época, en la que otro(a) comunista, Dolores Ibárruri, sentenció al líder de la minoría católica, José Calvo Sotelo, que poco después fue asesinado de dos disparos de pistola en la nuca, por la acción de un socialista, miembro de la escolta de Indalecio Prieto, apellidado Cuenca. La acción de otro socialista, de ahora, llamado Pedro Sánchez, ha empujado y echado al jefe del Estado, el rey Felipe VI, de un acto oficial. Yo no creo que la Historia se repita, yo creo que la Historia tiene situaciones muy parecidas. Y no aprendemos.
Este personaje siniestro, que vive en el lujo de la casta que él criticó, pero envuelto en el velo de la tristeza, que desafía el buen gusto transitando por las instituciones del Estado como el que transita por el campo para disfrutar de una romería; que aparenta una falta de higiene en su compostura, aún representando a la vicepresidencia del Gobierno, impropia del cargo; que se mueve como una marioneta colgada por los hombros, que suele inventarse situaciones que le convierten a él en víctima, pero que suelta la lengua con desparpajo, arropado por el narcisista y presumido mentiroso que habita el palacio de La Moncloa, están escribiendo una crónica siniestra en una España entregada, humillada, vencida, carente de orgullo y de cojones para combatir el virus de la covid-19, que está matando con la precisión de un francotirador y la eficacia de una batería de élite, y a estos personajes y sus acólitos hasta reducirlos a una triste anécdota.
Escribo al filo de la media tarde del viernes 25 de septiembre. Justo un año antes, emprendía un viaje a Nueva York. Ahora, sin embargo, son cada vez más insistentes los rumores de que vamos a ser confinados de nuevo, ante el recrudecimiento de la pandemia, en esta segunda oleada, sin que las autoridades, ni los españoles, sacaran conclusiones acerca de lo que ha acaecido hace unos meses, para evitar que vuelva a repetirse.
Escribo tras dos días de presenciar en los informativos de las diferentes cadenas de televisión, y algunas emisoras de radio, la impresentable acción de Pedro Sánchez, responsable del Ejecutivo, de excluir al Rey en la entrega de los despachos a los nuevos jueces, acto celebrado hoy en Barcelona. Los contrasentidos, las contraposiciones, los diferentes intentos de Carmen Calvo de justificar lo que no tiene justificación. La carencia de respuestas firmes por parte de los partidos, en plural, de la oposición. Impotencia ante la mentira.
¿A quién representa el Partido Popular?, ¿cómo pueden asumir la amenaza de Iglesias sin responder a la misma? Como en los guiones teatrales, se oyen voces, murmullos, pero no la voz de Cuca Gamarra saliendo al paso. ¿Qué piensan los socialistas al ver cómo su actual líder prepara los indultos a los separatistas, o pacta con los etarras?, ¿no se acuerdan ya de los compañeros asesinados?, se oyen murmullos de nuevo, barullo, pero Sánchez se sale con la suya.
¿A qué espera el rey Felipe VI para hacer una declaración acerca del menosprecio a que se ve sometido por parte del presidente del Gobierno? ¿No sabe lo que le ocurrió a su bisabuelo?
No recurriré a la sociedad española, en este interrogatorio inevitable que me hago a mí mismo; dejo en paz a esa sociedad española que prefiere vivir y disfrutar de una celebración familiar, aún a costa de infectarse del mortal virus, en vez de aplicar un mínimo de sentido común. No, no espero nada de la sociedad española a la que, por lo que parece, sólo le queda la actitud de un chucho callejero, lamerse sus propias heridas, cuando ya no tenga remedio.
Y a punto de terminar de redactar esta reflexión, veo los titulares de la prensa digital que destacan que Pablo Iglesias y Alberto Garzón acusan al rey Felipe VI de «maniobrar» contra el Gobierno. Sus declaraciones semejan a las risas histéricas de las hienas cuando se relamen ante la carroña.